Entró por la puerta de cristal dejando pasar los rayos de sol del exterior pero me cuestioné si no sería ella quien irradiase luz. A día de hoy no sé por qué sentí aquella sensación en el pecho pero es algo que nunca voy a olvidar.
Llevaba unas gafas de sol impenetrables, el pelo largo y rubio hasta la mitad de la espalda y andaba con paso decidido hacia mí en línea recta. Se sentó en el taburete que seguía aquella linea recta que ella estaba siguiendo y me dijo:
-Lo de siempre por favor.
Me quedé mirándola unos segundos sin saber por qué no podía moverme ni articular palabra. Al no encontrar respuesta pude ver como arqueaba una ceja y me activé.
-Esto... perdone, señorita. Soy nuevo en el trabajo, es mi primer día, ¿le importaría decirme lo que desea?-le dije con el corazón a mil por hora.
-Tranquilo, perdóname tu a mi. Ponme un capuccino y una tostada con aceite.
-Enseguida.
"¿Puedes calmarte de una vez?" pensé desconcertado. Mientras preparaba el pedido no podía parar de cuestionarme por qué me sentía así con la presencia de esta chica. Mientras se calentaba la cafetera la miré de reojo. Tendría más o menos mi edad, aunque las gafas de sol y esa seguridad al andar o al hablar hacían que pareciese mayor. Ella simplemente esperaba con calma mirando al frente a que le sirviese su desayuno. Le preparé todo con mucho cuidado y se lo dejé delante con una sonrisa.
-Aquí tiene, que lo disfrute.
-Muchas gracias muchacho.- me respondió con una sonrisa y con un tono muy amable.
Jake se acercó a ella y la saludó como si la conociese de siempre.
-¿Cómo estás hoy Diane? Hoy has venido un poco más tarde.
-Si, si te soy sincera se me han pegado las sábanas esta mañana.
Diane. Su nombre resonaba en mi cabeza una y otra vez. Aunque estuviese preparando otros pedidos no podía dejar de mirarla. No había visto a nadie tan... nunca supe como describirlo. Esa chica irradiaba amabilidad y empatía con cada palabra que salía de su boca y cada sonrisa que creaban sus labios era radiante. Quería saber mucho más de ella, conocerla. Pero ya sabéis, siempre fui muy tímido y ella ese día no iba a esperarme. Cuando se terminó su capuchino y su tostada se levantó y se fue de nuevo por el mismo camino recto que siguió al entrar, alcanzando la puerta de cristal por donde se colaban los rayos anaranjados del sol del mediodía que no me permitían verla bien.
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Aunque no lo veas
RomanceAquí Eric, voy a contaros la historia de como la chica más inesperada me abrió los ojos a la realidad más bonita y cruel a la vez.