Capítulo 4: Lidiar con ello

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Anna habría deseado seguir las órdenes de Pyl. Por supuesto quedarse en aquel baño, únicamente escuchando el sonido del agua goteante, terminaría por acabar con la poca cordura que trató de retener cuando toda esa situación se le fue de las manos y, seguir mirándose al espejo viendo ese rostro paliducho de facciones angulosas, la estaba haciendo odiarse.
Se dejó caer bajo el peso invisible de lo que estaba ocurriéndole. Apoyando los pies en ese espacio existente entre el inodoro y la pared donde el lavabo se encontraba empotrado. Necesitaba calmarse y de ser posible, despejarse la mente puesto que la locura podría comenzar a deslizarse de forma inesperada. Ella se levantó.
Además de eso notaba que necesitaba un buen baño y tal vez cambiarse de ropa.

Es un apartamento pequeño y poco amueblado. A decir verdad, la persona que vive aquí pareciera no querer crear apego con el sitio en el que vive como si aquello únicamente fuese a ser temporal. El lugar, de algún modo, le hizo recordar esos momentos de la infancia durante sus clases de geografía, los ojos infantiles contemplando maravillada los mapas e incluso algunas fotografías de los países, a los que, en aquellos días, parecía sencillo conocer. Y ahora ahí estaba ella, lejos de su hogar, lejos de su cuerpo.

Una vez bañada y enfundada la ropa más cómoda que pudo encontrar, Anna todavía se debatía entre lo que debía hacer a continuación. Por mucho que lo deseara, ella no conocía realmente Bélgica como para arriesgarse a desobedecer a Pyl y salir simplemente a explorar, por otro lado, la habitación estaba, literalmente hecha mierda. Aquello seguramente habría escandalizado a su madre. Sin ningún propósito en particular, Anna se dispuso a ordenar un poco el caos en el que se encontraba, sintiéndose realmente asqueada al tener que levantar los condones usados por ese...hombre de la noche anterior. Era un apartamento pequeño, casi minimalista, de paredes blancas en las cuales hacían falta un par de cuadros para darle al lugar un toque mucho más acogedor. Mientras iba y venía tratando de darle a ese lugar un aspecto decente, Anna no pasó por alto la enorme ventana que seguramente daba una estupenda vista a la calle.

No haría daño mirar, tampoco es que fuese aceptar tan fácil ese destino impuesto a la fuerza. Al asomarse por la ventana, Anna pudo notar la ciudad que se extendía ante sus ojos, bañada por los tonos azules y grises del contraste existente entre el cielo casi despejado y los antiguos edificios cubiertos de nieve justo en sus cúpulas. Cafés, seguramente con empleados desplegando sillas en los interiores de aquellos toldos de color marrón que usaban para proteger a los comensales que, a pesar de la nieve, todavía disfrutaban de una buena taza de café al exterior. Y más allá, sobresaliendo casi por cuenta propia, la punta del edificio de estilo gótico, brillando en el encanto que le dotaba su antigüedad.

De no haberse encontrado en su tan precaria situación, Anna seguramente habría disfrutado de aquella vista, en esos momentos seguramente estaría telefoneando a su madre para describirle aquella maravillosa vista, debía reconocerlo, la tal Lizbeth había escogido muy bien la ubicación de su hogar. Anna creyó que no haría daño mirar tan sólo un poco más, pero esa condenada ventana no quería ceder a los esfuerzos de Anna por querer abrirla. Lo cual la hizo cuestionarse, ¿dónde se encontraban los pollos subdesarrollados cuando los necesitabas?

Esperaba al menos ser capaz de resolver eso por cuenta propia sin necesidad de la extraña magia de Pyl, hacerse tan dependiente a una criatura como él seguramente no era una buena idea.

El cristal de la ventana crujió suavemente, seguramente debido al frío, Anna no iba a seguir tentando a su suerte, decidió dejar aquella ventana por la paz y atender a quien sea que estuviese tocando la puerta de ese apartamento. No eran golpes suaves, parecía que quien estuviese detrás de esa puerta, no se iría sin ser atendido. Aunque ella estaba dudando, ¿qué si se trataba de aquel hombre repugnante? Seguramente Pyl no querría ayudarla con eso una vez más.

Tomando el atizador que reposaba al lado de la pequeña chimenea, Anna miró por el descansillo de la puerta, la chica de piel morena parecía levemente exasperada al tener que tocar una vez más, se relamió la boca, pintada de un extraño labial rosa chicle y justo cuando iba a golpear con la palma totalmente abierta, Anna abrió la puerta.

—Carajo, Lizbeth —soltó la chica morena, desatándose el nudo de la bufanda y mirándola como si esperase que Lizbeth la tomase para dejarla por ahí—, poco más y tíro la maldita puerta. ¿Cómo te fue? —Preguntó, tomando camino como quien se encuentra en su propia casa, sentándose despreocupada en la pequeña silla en lo que Anna supuso debía ser la cocina.

—¿Qué? —Anna la miraba con incredulidad pura, ella debía conocer muy bien a Lizbeth para tomarse tales libertades.

—¿Cómo te fue? —Preguntó una vez más, mirándola con expectación—. Quizás no fue buena idea traer al tipo aquí. Dios, el cabrón apestaba a licorería barata. Seguramente se durmió antes de que tú pudieses sentir algo, ¿verdad? —. Le sonrió en complicidad.

—Él, él se fue... —soltó Anna, todavía no estaba segura de cómo demonios actuar frente a esa chica. Ni siquiera estaba sorprendida del fluido francés que salía de su boca cada vez que respondía a sus preguntas. No, no indagaría hasta que él maldito pollo tuviese una respuesta coherente o al menos una solución aceptable.

—¿Te pagó?

—Dijo que...ni siquiera recuerdo qué dijo. Todo es muy...

—Las primeras veces siempre son las más duras. Terminas por acostumbrarte después de la primera semana. Como sea, ¿desayunaste? Por favor dime que esta vez desayunaste. No quiero tener a tu madre jodiendome al teléfono todo el maldito día.

—No... —respondió dubitativa.

—Bien, suerte que yo tampoco.

La chica morena se puso de pie de un salto. Ya ni siquiera se molestó en pedirle la condenada bufanda a Anna, se notaba a leguas que ella podía manejarse sola más que bien, algo que a Anna le agradó, aunque no fuese la ocasión ni el momento en el que ella esperaba conocer gente nueva.
La chica abrió la puerta mientras esperaba por Anna, ella pretexto buscar un abrigo para poder salir juntas a buscar algo de comida. No estaba desobedeciendo, después de todo esa chica era la que la había invitado, ¿qué más daba?

Trato de repetirse eso mientras salían a aquella calle, ligeramente empinada. Nadie parecía tener especial interés en ella, después de todo se encontraban en el corazón de Bélgica. Lizbeth podía ser una prostituta, quizá...pero una prostituta en Bélgica y aquello...para Anna se sentía como cuando consigues algo que has querido, no de la forma que esperabas pero aún así satisfactorio de una retorcida manera.

Voyageur De L'espritDonde viven las historias. Descúbrelo ahora