La noche era fría y oscura. El cielo anegado en grises nubarrones que cada tanto se iluminaban amenazaba lluvia y los calores fuera de estación que había hecho los días anteriores no eran una buena señal. Una gran tormenta se aproximaba, y por la forma en que soplaba el viento, sería agua nieve lo que caería dándole un toque más frío a las ya de por sí heladas noches.
Anna sin embargo sudaba como nunca antes en su vida. Frente a los ojos tenía una daga ensangrentada y a su espalda una pared contra la cual un hombre de apariencia terrible la apretujaba sin dejarla ni respirar y sin quitarle el arma blanca de su rostro.
Ella ya había muerto antes, y de alguna forma regresado, pero el repentino choque que le había quitado la vida no se compraba con el miedo que sentía ahora que veía aquello que podía hacerlo con toda claridad.
—Por... por favor... —intento rogar buscando aire para poder hablar.
Para su sorpresa la fuerza del agarre del desconocido disminuyó.
—¿Quien eres y que hago aquí? ¿Tienes algo que ver con esos duendes traidores? —Sinom la observó fijamente. A simple vista parecía una joven humana más. Físicamente no era muy alta ni muy fornida, no se le notaban armas bajo las ropas sucias y rotas y por la mirada de su rostro podía ver que tenía miedo. Aquella no parecía una guerrera de ninguna clase y su instinto de luchador pulido en incontables batallas no le decía que de aquella hembra humana surgiera ningún peligro. Era débil, o al menos, eso parecía.
Aún así, no estaba dispuesto a confiarse ni un segundo. Mucho menos después de lo que había pasado la última vez.
—Mi nombre es... se supone que soy Anna. Pero también Lizbeth y eso... ¿duendes? No se nada de duendes a menos que te refieras a Pyl y él dijo que era un ángel.
—¿Ángel? —Sinom intentó recordar su época como humano. Ángeles... la palabra le sonaba de algún lado. ¡Claro! Así era como los humanos llamaban a esos seres espirituales de la biblia. El catolicismo...la religión... de repente recordó que según ese mundo eran creados por Dios o algo así. Al pensar en eso un recuerdo antiquísimo le llegó a la mente.
—Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día —recitó las palabras. Le hubiera encantado saber quien las pronunció entonces pero hacía demasiado tiempo que no pisaba la tierra y su cultura estaba casi olvidada para él.
—Si —dijo Anna todavía nerviosa. —Pero este no parecía como ese al que le rezaba de niña. Tenía una gran cabeza, y no le vi alas. Aunque si habían plumas.
—Tiene sentido —cortó Sinom dándose la vuelta y alejando de momento el cuchillo del rostro de Anna, que suspiró aliviada y se dejó finalmente caer al suelo con su espalda apoyada en la pared. Le dolía todo.
—Para mi nada ha tenido sentido desde hace mucho —comentó agotada.
—Estaba de camino a Arkadia cuando escuché una voz que nunca antes había oído. Me dijo que me encomendaba una misión y de repente, allí en pleno desierto, apareció una figura borrosa como si fuera alguna especie de espejismo. Al momento creí que era una ilusión. Muy bajo, de gran cabeza y con largos brazos cubiertos de plumas.
Desapareció en segundos y entonces yo aparecí aquí sin saber nada más. Y siendo atacado enseguida de paso.
—Em..., si, con respecto a eso. Gracias. No se que hubiera pasado si me agarraban, pero podemos decir que salvaste mi vida... —Anna se miró las manos por un segundo —Nuestras vidas —dijo.
—Tú, ¿por qué me pidieron que te ayudara? ¿Quién eres? —
—¿La verdad? No lo sé. Hasta hace dos días estaba de camino a casa y lo último que recuerdo es intentar cruzar la calle, después de asegurarme que nada viniera. De alguna forma algo me chocó como una especie de auto invisible..., o quizá un Boeing 707.
Cuando abrí mis ojos estaba en este cuerpo, en otra cama, en otra parte...en otra vida. Y desde entonces todo se ha ido a la mierda sin que yo pueda responder a algo como quien soy.
—¿Tu vida es muy dura eh? —preguntó Sinom acercándose a ella para examinarla más de cerca. —¿Tienes nombre? —inquirió mientras la miraba detenidamente. Si hubiera tenido acceso a su magia podía usar un hechizo de información y obtener cualquier dato sobre ella. Incluso su hada de batalla lo hubiera podido hacer, pero ahora estaba...
—Dime Anna —dijo la joven. —¿Y tu?
—No.
—¿No?
—Los nombres son cosas de humanos, y de algunos otros seres de este plano. En donde yo vengo hay cosas más importantes. Además conocer el nombre puede darte poder sobre una vida y un destino. Olvide el mío mucho tiempo atrás.
—¿Y como puedo dirigirme a ti?
—Aquellos que me buscan saben donde encontrarme.
—Okey. Y por cierto, hablando de encontrar, ¿que me miras tanto? —preguntó Anna ya un poco molesta por el constante examen del señor sin nombre.
—Algo. Lo que sea. Si un ser como ese te quiere con vida es porque tienes que ser demasiado importante. De lo que contrario ningún Supervisor intervendría por ti.
—¿Te refieres a Pyl?
—¿Si que te gusta ponerle nombre a los demás verdad? Lo que tú llamas Pyl, o ángel, es conocido en un plano superior como <<Supervisor>>. Es una entidad que regula el funcionamiento de planos inferiores. Extremadamente poderosa aunque no suelen intervenir salvo casos de extrema necesidad. Y sin embargo... —Sinom entrecerró los ojos y reflexionó. Intento hacer uso de todo el conocimiento que había acumulado en los miles de años que había pasado viviendo en el plano, pero no recordaba una situación como esa de ningún libro o anécdota. Incluso lo que sabía sobre los supervisores, se percató entonces, era muy limitado. Seres enigmáticos que se dedicaban a trepar por los símbolos que conformaban la realidad. Demasiados metafísicos para su gusto, si bien no querías tener a uno de ellos como enemigo. Ni siquiera él estaba seguro de poder sobrevivir a algo así.
—¿Sin embargo? —apuntó Anna retomando el discurso.
—No eres más que una humana. Despiertas una cierta extrañeza pero nada más. Es como si en todo lo demás no fueras más que otro ser como cualquiera —Sinom retrocedió. Necesitaba pensar. Lo mejor que podía hacer ahora era buscar una manera de regresar al desierto o bien a Arkadia. No le convenía involucrarse en más problemas y además no iba a permitir que los duendes que lo traicionaron quedaran impunes.
—Gracias, supongo —Anna no sabía que más hacer. Estaba agotada, adolorida, y todavía lo suficientemente asustada como para no querer moverse más de allí.
Miró el piso húmedo y sucio, las paredes mohosas y derrumbadas, el frágil techo sobre sus cabezas repleto de telarañas. No parece tan mal lugar, pensó resignada. Al menos es seguro, ¿quien va a venir a molestarme aquí?
De repente el cielo se iluminó y comenzó a llover.
Anna cerró los ojos, exhausta como nunca antes en su vida.
—Lo que faltaba, relámpagos —dijo abriendo los ojos repentinamente furiosa y afectada por la luz del cielo nocturno. Ángeles, Supervisores, Planos, ¿acaso ella era un juguete en manos de alguna mente retorcida? Casi gritó con furia al cielo, pero entonces se percató de que la luz en verdad descendía del mismo iluminando como un relámpago pero girando como un sol en miniatura.
En solo un segundo estuvo frente a ella. Sinom, daga en mano, la observaba de frente sin pestañear. Podía sentir un poder tremendo, como el que nunca antes había sentido en su existencia emanando de su interior. Aquello era sencillamente... imposible.
De repente la luz pareció volverse sólida como si de una puerta brillante se tratara y en solo un segundo un hombrecito bajo y cabezón, de largos brazos cubiertos de plumas blancas, estaba frente a ellos.
—Pyl —dijo Anna, quien sonrió y borró rápidamente el gesto de su cara.
—Parece que tenemos un par de temas que conversar —dijo el Ángel y entonces la lluvia se detuvo.
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Voyageur De L'esprit
FantasyAnna creía que todo en su vida estaba dominado, que no había nada que escapara a su control. Para esta joven, inteligente y carismática, las cosas parecían salir como ella deseaba. ¿De qué forma un hecho tan simple como ir de compras podía afectarl...