El lugar no tenía cielo ni horizonte. Se parecia por lo árido y desolado del paisaje a los desiertos de la tierra, aunque no había ni una sola pizca de arena a la vista. Polvo y tierra de colores anaranjados y amarronados si, y revoloteaban por allí formando pequeños o grandes remolinos que se esparcian por el terreno hasta desaparecer.
Si uno intentaba observa hacia arriba se vería un montón de efectos visuales extraños, como los acontecidos al observar algo sumergido en el agua. Pareceria que cosas cercanas se encuentran lejos, o se están moviendo al mismo tiempo que permanecen inmóviles. Si uno miraba hacia donde debería estar el horizonte, el mismo efecto se combinaría con otro, que hacía pensar en perfectas líneas rectas que se partían y volvían a unirse de forma ajena a cualquier lógica.
Lógica, al menos, humana.
El lugar, claro está, no era humano. Y aun así, un edificio con estilos arquitectónicos que asemejaban a lo mejor de la época del romanticismo, se elevaba silencioso justo en el centro de aquel paisaje. En el centro, literalmente, ya que si bien no había forma de demostrarlo, el edificio de encontraba construido precisamente en un punto desde el cual todos los demás extremos quedaban a la misma distancia.
Era una biblioteca del tamaño de varias cuadras.
—¿Cuánto tiempo lleva dentro? —la pregunta provenía de uno de los dos seres que a una gran distancia, observaban sentados al borde de un elevado abismo de tierra.
—Ya preguntaste eso Asthur —respondió su compañero. Ambos se encontraban sentados con sus pequeñas piernas y amplios pies agitándose en el abismo.
—Solo quiero saber cuanto tiempo lleva dentro —insistió Asthur. —Mycro... ¿tu crees que falló? —preguntó al ver que su compañero no respondía. Mycro continuo con el ojo sano fijo en la lejana biblioteca y tras un tiempo dijo:
—Hay que esperar para saberlo.
A simple vista tanto Mycro como Asthur podrían parecer similares, siendo el primero más viejo que el segundo, pero no por mucho. Claro que ambos eran criaturas que escapaban a la comprensión de los seres humanos y para ellos tal cosa como el paso del tiempo no tenía mucha relevancia.
Se trataba de inmortales en el literal sentido de la palabra. Dos compañeros inmortales.
Asthur, que lanzaba miradas constantes de la biblioteca a su compañero, media poco más de medio metro y tenía una larga cabellera de plumas negras que surgía de su enorme cabeza ovalada. El color de su piel era marrón, al igual que la de Mycro pero cada tanto cambiaba a rojizo y naranja para volver a ser marrón en segundos. Sus extremidades eran largas y delgadas, siendo los brazos rematados en dos amplias manos de cinco finos y largos dedos.
Mycro lucia similar, con la diferencia de que sobre el dorso de sus manos surgían pelos grises enrulados y sobre sus pies amplios igual. Aparte de eso le faltaba el ojo derecho y su nariz era notablemente más amplia que la de su compañero.
—Tiene que lograrlo —dijo de repente Asthur, rompiendo lo que para él era un insoportable silencio. —Es el mejor cazador de recompensas de todo este plano, tiene que hacerlo.
—Lo hará —sentenció simplemente Mycrof. Su voz, pronunciada por aquella boca sin labios, sonaba como congestionada. La de su compañero era mucho más chillona y en momentos hasta graciosa, pero parecia lastimera y algo patética a juicio de Mycro en esos momentos.
—Sí, sí, tienes razón. Él puede... puede hacerlo. —Asthur suspiró largamente y se levantó, quedando parado sobre el borde de ese abismo frente al que se encontraban.
A pesar de hallarse a más de diez kilómetros de la biblioteca podían verla con claridad.
Sus altas paredes de más de trescientos metros se elevaban, ellos lo sabían, en el centro de aquel paisaje desolado de pura tierra yerma. Sin embargo ni siquiera el eterno polvo constante había producido una muesca en la roca de la que estaba hecha. Un amplio techo de aguja cubría la construcción y cada tanto se partía en uno o varios sitios dando la apariencia de un caparazón espinoso puesto con esfuerzo sobre una enorme casa.
Desde donde estaban los dos seres podían ver con claridad la única abertura a la biblioteca, una alargada ventana de fino cristal que brillaba con los colores de mil arcoiris y en la cual un pequeño agujero de poco más de un metro denotaba que algo o alguien se había adentrado en ella.
—Que... —comenzó Asthur pero se detuvo. —¿Qué pasará si él no puede hacerlo? —lanzó entonces, la pregunta apresurada.
—Estamos muertos. —sentenció Mycro.
La charla se interrumpió. Los dos sintieron el temblor apenas un poco antes de que sucediera. Mycro se levantó de un salto. Asthur se quedó inmóvil donde estaba.
La biblioteca entera prorrumpió en un sonido que les llegó con claridad a los agujeros que tenian en las amplias cabezas a modo de orejas y entonces, en un solo y rápido movimiento, todo el edificio explotó lanzando una lluvia de polvo terrible que flotó por el aire como si la más grande de las tormentas de arena se hubiera desarrollado en su interior. El temblor de tierra que acompañaba aquel espectáculo demoledor llegó hasta donde ellos se encontraban pero ninguno le prestó importancia.
Tanto Mycro como Asthur se encontraban parados inmóviles sobre sus enormes pies, observando a las dos figuras que salían de entre el polvo confundiéndose por momentos con las cientos de rocas que volaban en todas direcciones.
La más alta de aquellas media más de tres metros y salia volando lejos del polvo y la tierra. Un largo tapado negro le cubría el cuerpo delgado y dos alas enormes de plumas negras surgian de su espalda, cada aleteo generaba más y más nubes de polvo. Se trataba de un ser conocido como "El Bibliotecario", aquel que protegia y administraba aquella antigua biblioteca. Observando el destrozo de la misma, a ninguno de los dos Duendes le cabió la menor duda de que había fallado en esa misión.
La otra figura que se encontraba a pocos metros del bibliotecario también se mantenía en el aire, con la diferencia de que bajo sus pies se notaban unas especies de plataformas verdes y redondeadas sobre las que pisaba elevándose cada vez más mientras se alejaba del bibliotecario. Aquella otra figura los duendes pudieron identificarla como la del mercenario al que habian contratado para llevar a cabo el trabajo de robar algo en la biblioteca.
Sinom, como él se presentaba, o Namless, el mercenario sin nombre.
De repente varias figuras más surgieron de entre la poca polvareda que quedaba.
—Veamos con qué hechizo nos sale ahora —dijo Sinom mientras esquivaba a su enemigo, que usando sus alas se había lanzado en picada contra él. La cabeza del bibliotecario se había convertido en la de un ave gigante y su afilado pico le pasó silbando a pocos centímetros de la cara.
—Solo distraelo un poco más —comentó Azulis en lo alto. La pequeña hada brillaba con una luz verdosa que surgía de todo su diminuto cuerpecito de color blanco.
Sinom se apresuró a alejarse intentando que el bibliotecario lo siguiera de cerca y no se fijara en su compañera.
Nunca antes se había encontrado tan molesto. Era la primera ves en muchos milenios que perdía una misión, pues no le quedaban dudas de que con la destrucción de la biblioteca aquellos dos duendes no iban a poder sacar más que papel destrozado en ves de aquel libro que le habian pedido encontrar.
El bibliotecario sin embargo había resultado un enemigo formidable, un ser de poder inimaginable. Sinom se despegó de un salto de aquellas dos plataformas sobre las que estaba parado para volar justo a tiempo para esquivar al hombre-ave que se había lanzado otra ves contra él como un misil.
Aquella cosa, fuera lo que fuera, lo había descubierto apenas se había adentrado en la biblioteca y desde entonces no había parado de luchar contra él, estando para sorpresa de Sinom, en clara desventaja en mucho, mucho tiempo.
Dentro de la biblioteca, el protector de la misma se curaba de cada herida que le hacía y con un solo movimiento hacia aparecer libros en sus manos. De estos sacaba toda clase de hechizos imaginables que habian agotado y contrarrestado cada uno de los trucos y técnicas que Sinom conocía. Y él podía dar fe de que conocía bastantes.
No le había quedado más opción que destruir toda la biblioteca en un intento por debilitar de alguna forma a su rival, y sin embargo todo parecia indicar que lo único que había logrado era enfurecerlo aún más.
De repente, Sinom se detuvo en el aire. No podía mover su cuerpo. Una mirada le bastó para ver que el bibliotecario rodeado de luces azuladas le había lanzado otro hechizo.
"Tiempo nulo. Consiste en detener de forma indefinida el tiempo en un espacio particular consiguiendo que todo lo que se halle en ese espacio se encuentra también detenido..." silenció la voz de su satélite de batalla que analizaba todas y cada una de las técnicas de su enemigo.
—Luthorion —rugió Sinom cuando el bibliotecario volvió a lanzarse contra él, ahora incapaz de esquivar.
De entre la destruida biblioteca se escuchó un rugido atronador y el dragón león Luthorion surgió abriendo su mandíbula de par en par. Aquel era junto a la pequeña Hada de batalla otro de sus fieles compañeros, pero a diferencia de su amada Azulis que siempre lo acompañaba donde fuera, Luthorion solo era invocado cuando la misión era demasiado difícil. La otrora amenazadora mandíbula repleta de filosos dientes malditos se veía ahora repleta de cortes y heridas, y varios de sus dientes habian sido destruidos en pedazos gracias al terrible enemigo que enfrentaban.
Luthorion se comió en un solo bocado al bibliotecario, elevándose en el aire junto a él y cayendo rápidamente en picada. Su cuerpo alargado como el de una serpiente y repleto de largos pelos dorados medía cientos de kilómetros y aún mayor fue la distancia que recorrió con el bibliotecario en su estómago, bajo tierra, llevándoselo lo más lejos que pudo de sus dos compañeros.
Sin notarlo, pasó por debajo del precipicio donde se encontraban Asthur y Mycrof, que continuaban impávidos observando la batalla.
—¿Cuanto falta? —Sinom se acercó a Azulis. La pequeña Hada no respondió con palabras sino que lo hizo en la mente de su invocador. Tras siglos de pelear codo a codo habían desarrollado una fuerte telepatía que les permitía comunicarse sin hablar.
"Casi" fue lo único que llegó a susurrar y cerró otra ves los enormes ojos brillantes para reunir la energía necesaria.
Sinom no había realizado un hechizo como aquel en... nunca antes, de hecho. Era una técnica que había diseñado cuando todavía no se había hecho un nombre en ese plano interrenal, cuando solo era un alma antes humana que se había, de alguna forma, perdido en ese sitio infinito.
Si aquello no lograba detener al bibliotecario, entonces nada lo haría.
Sinom se arrodilló sobre la plataforma verde que utilizaba para volar y estuvo a punto de vomitar. Apenas le quedaba energía y aunque estaba usando más de diez mil contra hechizos al mismo tiempo para curarse las heridas que el bibliotecario le había hecho, ninguna sanaba sino que poco a poco comenzaban a abrirse más.
Escupió un poco de sangre antes de incorporarse. Su rostro antaño serio e inexpresivo se hallaba repleto de cortes y lo que era peor aún, todas las cicatrices que alguna ves hubiera sufrido, se estaban abriendo por mero efecto de la presencia del bibliotecario.
Su cabello negro y corto estaba cubierto de tierra y sudor. Su pecho musculoso y agitado no paraba de subirle y bajarle. Pocos seres en un plano como aquel podían jactarse de haber puesto en un estado semejante al mejor cazador de recompensas de la historia.
A miles de kilómetros de distancia Sinom distinguió un estallido enorme de tierra.
Pestañeó dos veces para que su ojo especial activara su magia y pudo ver con claridad cómo el enorme cuerpo de Lutherion se elevaba en el aire para luego sencillamente desplomarse en la tierra como un árbol cortado en dos. Aplastó varias montañas al caer pero Sinom no estaba centrado en eso sino en la figura que salia de su boca abierta y se elevaba en el aire agitando unas negras alas.
—Más vale que sea ahora —dijo Sinom sin estar seguro de que su hada lo escuchara. Observó su mano derecha repleta de cortadas y sangrante. Tenía anillos en cada uno de sus dedos, reliquias con gemas de poderosa magia antigua, pero cada uno de ellos se veía retorcido o aplastado. Solo la gema azul del anillo puesto en el dedo índice refulgia aún con poder.
Sinom contrajo el rostro antes de lanzar un grito furioso.
—¡NO TE METAS CONMIGO! —elevando su mano derecha alzó aquel dedo hacia el cielo mientras sentía como la gema explotaba en mil pedazos irrandiandolo con su luz azul un segundo antes de desaparecer. Tras esto en su mano apareció un objeto similar a un viejo espadón muy ancho en cuya hoja los colores vivos de una tormenta eléctrica destellaban.
—Yo voy a llegar —rugió con la cara contraída por la rabia —VOY A LLEGAR MÁS ALTO —y entonces bajó la espada apuntando directamente al bibliotecario.
Este se lanzó en un vuelo rápido cruzando los miles de kilómetros en menos de un segundo.
La espada de Sinom chocó contra su agudo pico envuelto en lo que parecian palabras antiguas. El bibliotecario salió volando por el aire dando vueltas como un trompo enloquecido pero sin detenerse descendió y luego se lanzó desde abajo hacia Sinom otra vez. Este volvió a esgrimir la espada, aquella conocida como "Devoradora", un arma capaz de comerse la existencia de todo lo que tocaba y evitó el choque del hombre-pájaro al mismo tiempo que lo lanzaba a volar.
El viejo cazarrecompensas no podía creer lo que veía, pero su arma era totalmente inefectiva contra aquella cosa absurda que nuevamente volvia a lanzarse en picada. Esta vez pudo ver como el pico en la cabeza de pájaro del bibliotecario se rodeaba de un aura azul y Sinom supuso que lo había vuelto más poderoso con alguna clase de hechizo. La espada volvió a chocar contra el y lo lanzó nuevamente por lo aires. Esta vez sintió como el arma sufrió un temblor extraño y Sinom estuvo seguro de que no soportaría otro choque como aquel. La rabia le bullía dentro y tenía los dientes tan apretados en un gesto desafiante que no podía pensar en otra cosa.
Aquello no podía ser el final, no podía terminar así.
<<HAZLO>> gritó la desesperada voz de Azulis en su mente. Sinom no lo dudó. El bibliotecario se lanzaba otra vez en picada contra él, seguro de su victoria, y Sinom tomó entre sus manos a la pequeña hada de batalla, colocándola frente a él como un escudo. <<Resiste>> le suplicó sin saber si ella lo escuchaba, pues no estaba del todo seguro de que semejante poder no fuera a causarle daños.
Sinom sintió como el poder fluía de ellos. Sujetaba a su hada con extremo cuidado pero sabía que ella se vaciaba de energía cada vez más rápido. Era demasiado, muy peligroso. Cerrando los ojos se concentró y usando su propia fuerza vital logró que el poder surgiera de su cuerpo y usara el de su fiel compañera solo como un conductor.
Si alguien debía perecer por sus decisiones, no sería Azulis.
Una luz verde brilló en el aire y fue como si una puerta se hubiera abierto repentinamente. Una puerta de color verde claro, que antes no estaba allí y ahora aparecía en medio del aire. De su interior traslúcido salió un pequeño, apenas perceptible, disparo de energía verdosa y atravesó de lado a lado al bibliotecario que se había detenido en el aire frente al impresionante despliegue de poder.
La energía le impactó en el pecho, saliéndole por la espalda pero dado su pequeñez, similar a una aguja o menor, no causó gran impacto visual. Sin embargo aquello había sido todo.
Como si fuese una estatua de hielo puesta al sol, el cuerpo del bibliotecario comenzó a desintegrarse desde su interior, comenzando todo en el punto donde la luz lo había golpeado.
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Voyageur De L'esprit
FantasyAnna creía que todo en su vida estaba dominado, que no había nada que escapara a su control. Para esta joven, inteligente y carismática, las cosas parecían salir como ella deseaba. ¿De qué forma un hecho tan simple como ir de compras podía afectarl...