Capítulo 1: Noche de fresa y harina roja

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Otro radiante día, supo Anna aún sin abrir los ojos. La luz entraba por la ventana y acariciaba su piel morena haciendo que le dieran ganas de correr las cortinas de par en par. Aquella calurosa semana de noviembre había estado repleta de días perfectos y ella sabía que no tenía motivos para pensar que eso cambiaría. "Los días así no son para pasarlos en la cama niña" se dijo. Tras desperezarse, apagó la alarma mientras destellos de un sueño se apagaban en su mente a medida que la consciencia ganaba terreno.
Minutos después estaba preparándose para la universidad. Su armario estaba a rebosar de ropa en excelente estado aunque para ella aquello era algo a lo que estaba acostumbrada por lo que miró las prendas por arriba, con cierto desdén, y acabó por elegir una camisa de color blanco que colgaba de una percha junto a diez o quince más, y un pantalón vaquero que se ajustaba a su cuerpo y le marcaba mejor las piernas y nalgas que poseia.
En sus veinte años el mayor esfuerzo físico que Anna había realizado había sido en el gimnasio para lucir sus trajes de verano diminutos en las playas de Brasil o Chile donde solía vacacionar. Tras mirarse en el enorme espejo de cuerpo entero junto a la puerta se dijo que ya estaba lista lanzando una sonrisa a su reflejo.
Antes de salir de su casa, calentó un poco de café que bebió rápidamente mientras buscaba sus auriculares y luego salió, tan bella como la mañana que unas horas antes había comenzado.
Mientras caminaba por la sombra hacía la parada de autobús disfrutando de la música, sentía el aire caliente que deleitaba su piel. Hoy tenía todo planeado. Había hecho las tareas, esa presentación molesta del señor Rodrigué, el artículo sobre legislación romana para Mercedez, y además tenía muy claro que Bolla les preguntaría sobre los tres textos que había mandado a reseñar.
A las siete comida con Stefani, a las ocho treinta gimnasio con Belen, y luego tenia pensado comprobar si era cierto lo que decían sobre Cameron y su... "lengua traviesa" como la había definido una de sus viejas amigas de la universidad (la que era actualmente, de hecho, novia de Cameron).
Junto a la parada una señora de edad miraba los carteles con atención, mientras una de sus manos sostenía los lentes y los iba moviendo en lo que parecia un intento para ver mejor. Anna centrada en su música no se percató de ella.
—Disculpe señorita —dijo la mujer sin ser escuchada. —Disculpe —insistió acercándose a paso lento.
—Eh, ¿si? —la repentina conversación sacó a Anna de contexto. Por dentro hubiera deseado que no la molestaran.
—Perdon la molestia. ¿Sabrías cómo ir hasta la Catedral de Saint Bois? —la mujer, que vestía colores apagados y sostenia un bastón de madera en su mano derecha, extendió una sonrisa en su rostro arrugado.
—No. Ni idea —contestó Anna, que en verdad estaba tomando el autobús porque su Volkswagen Vento descansaba en el depósito de autos que la grúa municipal recogía al estar mal estacionados. Un descuido, se decía Anna... del que aún no había avisado a su madre, repetía una voz rápidamente silenciada en su cabeza. —Tal vez puede tomar un taxi desde acá —agregó al ver la mirada ciertamente triste en los ojos de la señora, tras los lentes.
—Es que no se cuanto me podria costar —replicó la anciana. "Que remedio..." pensó Anna pero no lo dijo. Observó si como el autobús que ella necesitaba se acercaba. Estiró el brazo para detenerlo.
—Es que soy yo sola... —la lamentó la mujer —Hoy hace un año falleció mi esposo. Quería ir a la Saint Bois a rezar por él. Pero hace tanto que no salia de casa... —y bajando la mirada hacia su bastón retrocedió un poco para dejar paso a Anna.
Está observó su autobús pero sus piernas no se movieron. Miró a la señora con su espalda encorvada y de nuevo al vehículo que se acercaba. Fue un segundo de indecisión, pero más que suficiente para que el chofer siguiera de largo y ella perdiera su transporte.
—Bueno quizá...me puedo fijar acá —dijo mientras veía alejarse al bus. Tomó entonces su celular y en unos segundos localizó qué línea la llevaría hasta ese lugar usando una aplicación. —Puede tomar el diez y seis o el doce —afirmó entonces enseñandole a la señora que si bien esa parada no le servía, la que si lo hacia quedaba muy cerca.
La mujer le devolvió una sonrisa en la que podia verse un diente de plata.
—Gracias querida Anna —agradeció, y bastón en mano se fue alejando.
—¿Cómo sabías que me llamaba Anna? —respondió la joven sorprendida pues no recordaba haber dicho su nombre.
—Soy adivina —dijo la mujer y rió mientras se alejaba —una vieja bruja que cambió la escoba por el autobús y no sabe cómo manejarse —y continuó riendo sin voltear.
Anna no pudo más que sonreír también frente a eso siguiendola un poco más con la mirada hasta que la bajó a su pantalla mientras se colocaba los auriculares. En esta figuraba un mensaje que decía "Anna estas?" de parte de Cameron. Supuso entonces que la señora podia haberlo visto y así adivinado su nombre, y rió aún más mientras a lo lejos se acercaba otro autobús que le serviria.
Anna observó divertida como este se acercaba y estiró su mano para detenerlo.
El día espectacular tenía muchas cosas para ella, algunas sorpresas ya había comenzado, pero otras estaban aguardando y deseaba comenzar cuanto antes.
Subió al autobús, y en ese momento solo por un segundo y sin que ella se percatara, su música se detuvo en seco y dejó de sonar. De inmediato, se reanudó.

—Estoy llegando —dijo Anna al teléfono. Su madre le había solicitado comprar un poco de harina y en el mercado se había cruzado con Esteban. Anna sabía que en su casa la estaban esperando pero aun así no pudo resistirse mucho tiempo a su sonrisa y esa forma en que la miraba, como si pudiera meterse dentro de su mente y saber lo que pensaba.
—Basta mamá, te dije que ya estoy llegando —dijo y con un bufido cortó la llamada. Su madre la molestaba de sus pensamientos y francamente prefería seguir imaginando, que escuchar como la insultaban desde el otro lado. Era su madre y la quería, pero tenía un mal humor que salia con mucha, y casi siempre, demasiada facilidad.
Anna decidió no dejar paso al estrés. No quería estar mal, y sabía que eso dependía solo de ella. El autocontrol era una de sus cualidades mejor desarrolladas, por lo que solo basto que posara la mirada fijamente un poco en ese hermoso cielo nocturno y todos sus pensamientos negativos se esfumaron como el humo del cigarrillo que Esteban le había convidado.
Eran casi las once de la noche y Anna estaba feliz por lo bien que había transcurrido el día. Todo sucedió como ella esperaba y lo que se salió de esa expectativa (como el pedido de su madre para comprar el harina y otras cosas) resultó aún mejor.
Ahora solo necesitaba llegar, darse un buen baño relajante, esquivar a la pesada de su hermana pequeña y dedicarse a preparar las cosas para el día siguiente. Ese viernes que marcaría el comienzo del fin de semana seria excelente si todo salia como lo tenia planeado. "Y puedo estar segura de que así será" pensaba mientras sonreía y cruzaba la tranquila calle rumbo a su casa.
Un camión pasó y ella lo vio alejarse, sin pensar en nada, como hacen ciertos animales que observan a los vehículos de los humanos a la distancia. La calle quedó vacía.
Entonces Anna sintió el impacto.
Era imposible claro, pues la calle permanecía vacía, pero le era imposible negar el repentino movimiento antinatural de su físico.
La bolsa con la harina salió volando de su brazo en el mismo momento en que todo su cuerpo, repentinamente, "se aflojó" y ella calló al suelo tras estar volando en el aire por lo que le pareció una eternidad. Su lado izquierdo, donde había comenzado el impacto, le dolía un montón pero al caer varios metros más allá con la parte derecha de la cara contra el pavimento, todo su cuerpo comenzó a dolerle en un estallido que duró apenas un segundo pero fue el más terrible sufrimiento que alguna vez hubiera sentido en sus diecinueve años de vida.
Por algún motivo en sus oídos escucho el sonido que hacen las fresas al ser aplastadas por un pie que las pisa con todas sus fuerzas. Aplastada, así se pudo pensar. Sintió algo muy molesto en la cara y comprobó de inmediato que parte de la harina había volado y se le pegaba ahora al cuerpo como si fuera arena a un caramelo. Pero ¿por qué la harina está roja? pensó al ver de reojo su propia mano levantada de forma poco natural contra su cara, decorada por la harina que no era del blanco que ella esperaba.
Lo bueno de aquel día, pensó sin darse cuenta, era el alivio que ahora sentía cuando todo a su alrededor se oscurecía y la mente se le apagaba, haciendo que el dolor dejará de sentirse.
—Despierta chica — dijo entonces la voz. 

Voyageur De L'espritDonde viven las historias. Descúbrelo ahora