La cerveza belga nunca fue su predilecta, demasiado alcohol y muy poco sabor en aquellas botellas marrones. Era un pub concurrido, para ser invierno el lugar se encontraba rebosante de personas que cantaban al calor de la enorme chimenea adornada con un amplio escudo de fondo escarlata donde una hilera de tulipanes lograba sobresalir. La chica dio un rápido sorbo a la cerveza y entonces dejó la botella vacía sobre la barra. Su compañero, apenas unos centímetros más alto que ella, parecía sumamente entretenido en arrojar dardos que daban justo en el blanco. Las chicas belgas parecían totalmente impresionadas por sus habilidades a la hora de arrojarlos y aplaudían como animales entrenados.
—Patético —susurró su compañera, con un claro gesto de impaciencia en la cara angulosa de orejas puntiagudas que lograba ocultar bajo aquel cabello azul eléctrico.
No tenían tiempo que perder, cada segundo era valioso si querían ponerle fin a esa anomalía que no hacía más que alterar el curso natural de las cosas.
Mirando de reojo el reloj que parecía parpadear con vida propia en su muñeca, ella carraspeó un par de veces para recuperar la atención de su compañero mientras éste todavía estaba entretenido arrojando dardos y coqueteando con esas mujeres belgas que estaban expeliendo más feromonas de las que a ella le hubiese gustado olfatear. Con aquella curiosa nariz un tanto aplastada al llegar a la punta, pero efectiva cuando se trataba de rastrear.
—Eru —llamó entre el ruido de la multitud. Él levantó la cabeza en su dirección, tenía una sonrisa dibujada en la cara, dejando entrever los dientecillos puntiagudos y los ojos de color amarillo con ligeras motas verduscas que brillaban cada vez que la luz refractaba en ellas—, es hora de irnos.
—Eres una maldita aguafiestas, Arwen —dijo él, haciendo un puchero con la boca—, bien señoritas —habló para su concurrencia—. Mi deber me llama, pero antes...
Eru se aproximó a la chica que tenía más cerca, ella estaba ahí, mirándolo embelesada. Como sino pudiese creer lo que sus ojos contemplaban. Eru estaba cerca de ella, los centímetros de diferencia eran notorios, a pesar de que las chicas europeas eran bastante altas en realidad. Bastó una fracción de segundo, el descuido de la chica, Eru le colocó la palma abierta sobre el pecho, ahí donde el corazón late, su mano parecía irradiar una sutil luz azulada y entonces...la chica se desplomó. Pero nadie pareció prestarle importancia como si ella nunca hubiese estado ahí. Arwen únicamente lo miró con fastidio y empujó la puerta roja ayudada por sus hombros. Odiaba el encanto de su hermano.
++
—¿A dónde se ha metido nuestra presa? —Preguntó Eru, mirándose el reloj en la muñeca. O al menos lo parecía, debías mirarlo fijamente para darte cuenta de las diferencias. No marcaba las horas, al menos no en números conocidos. Y las manecillas corrían al sentido opuesto.
Justo al centro de éste se encontraba una pequeña imagen titilante. La chica que aparecía ahí tenía una expresión aterrada en el rostro y cerca de ella caminaba otra que se notaba sumamente divertida. Dándole codazos ocasionales a la otra y señalando todo cuanto se interponía en su camino.
—Están en Bruselas. —Arwen se pasó las manos por el pelo, llevándose un mechón de cabello azul detrás de las puntiagudas orejas—, por favor no vayas querer lucirte como la última vez. Tenemos una tarea sencilla que no necesita de tus juegos y trucos.
—Definitivamente hoy tienes un humor de mierda, querida hermana. Le quitas toda la diversión al trabajo.
—¿Diversión? —Pregunto Arwen ofendida.
—Sip —Eru sonrió—, vamos, 1500 años haciendo la misma mierda. Se torna aburrido. Hay que darle...
—No, cállate —Arwen soltó una patada a su hermano. Aunque éste no se inmutó o quejó. Continuaba mirándola con diversión. Parecía que exasperar a su hermana era una de sus actividades favoritas—. Tu jueguito del pub ya nos ha retrasado bastante.
ESTÁS LEYENDO
Voyageur De L'esprit
FantasiAnna creía que todo en su vida estaba dominado, que no había nada que escapara a su control. Para esta joven, inteligente y carismática, las cosas parecían salir como ella deseaba. ¿De qué forma un hecho tan simple como ir de compras podía afectarl...