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Pasaron dos días. Sabíamos que el niño estaba bien porque la hogera no se había apagado. De momento no había prisa.

El hedor del líquido radiactivo, que seguiría activo por siglos y siglos, era nauseabundo. De vez en cuando Alek tenía que cargarme, porque estaba demasiado débil para caminar a causa de los vómitos.

A penas teníamos comida, y la que yo podía comer la malgastaba en los vómitos, y la radiacción me causaba fiebre, pero tenia las fuerzas suficientes como para seguir viva y caminar hasta onde tenía que poner la llave maestra, solo tenía que reservarlas.

El que se llevó la peor parte fue Alek, por el simple hecho de que tenía que luchar y cargar conmigo. nunca podré llagar a disculparme lo suficientemente bien.

Llegó un punto en el que Alek empezó a balancearse. Estaba demasiado cansado. Le ordené que parase, pero seguía caminando. Lo hice una y otra y otra vez, pero no paraba.  Le obligué a que me mirase, y para mi espanto, estaba ido, salvaje... Y lo siguiente que hizo tras verme no fue de mi agrado, pues estaba demasiado débil como para intimar con él.

Pero de todos modos, tras ello pudimos dormir, asi que le debo una, y de las grandes.

Al cabo de cuatro días, llenos de criaturas que mordían mis piernas y disparos, llegamos al núcleo donde tenía que insertar la llave.

En ese momento algo insólito ocurrió...

Infierno RadiactivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora