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Tchai caminaba torpemente hacia el reactor.

Tenía que contenerme, la radiacción me hace salvaje, más de lo que soy.

Estaba con esos pensamientos hasta que aparecieron los perros.

Había oído de la madre de Tchai que a las criaturas no les gusta que se acerquen a su reactor, pero esto fue demasiado.

Eran trece, y solo había un Alek, y las balas a penas me alcanzaban para todos. Entonces saqué mi yo salvaje.

Y despedacé uno a uno de forma sangrienta a cada uno de los perros.

Y me los comí. Odio ese sabor metalico, pero me los comí. Gruñí, grité y maté, como un salvaje. Y vi a Tchai llorar, porque uno  de los perros estaba cerca de ella. Y corri, pero se quedó sin pierna. y tiré el perro al suelo,  le estallé la cabeza, y se oyó un fuerte ruido totalmente repulsivo.

Agarré a Tchai, espantado, pero seguía cuerda. Y metió la llave y todo empezó a caer.

En ese momento, cerró los ojos y se quedó muy quieta, el corazón le latía aún, pero sangraba demasiado.

Corrí con ella a las espaldas, no era tan tarde, aún no.

Pero cuando vi la salida ya estaba cerrada. Solo quedaba una rendija, alta, en el conducto de ventilación, que se reía de mi burlonamente

¿Habría algún modo de llegar a ella?

Espero que si...

Infierno RadiactivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora