Mañana

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Elizabeth se sentía algo rara el estar desayunando con Meliodas, el rey Demonio, y Zeldris, el príncipe y verdugo del clan. Era temprano por lo que esperaban a que llegaran la comida a la mesa. La princesa humana esperaba con ansias la llegada de la vampiro, no la había visto desde anoche y le quería preguntar como es que llegó a su “cuarto”.

¿El señor Meliodas se habrá enfadado con ella? – Pensó Elizabeth con algo de culpa.

Como si supiera que estaba pensando en él, Meliodas se giró hacia con ella, quien se asustó por la mirada tan penetrante que le dedicó, sin embargo no era de molestia sino de interés. Elizabeth sonrió forzosamente para controlarse ante aquellos ojos oscuros mirarla con detalle. Volteó a ver a Zeldris, quien se mantenía tranquilo ante dicha tensa situación.

– Así que… ¿Ustedes se llevan con muchos años? – Intentó Elizabeth concentrarse en otra cosa que no fuera en su corazón palpitar de manera descontrolada.

– No realmente. – Contestó Zeldris sin mucho ánimo. – Nos llevamos con 50 años. – Dijo con simpleza, sorprendido a Elizabeth al recapacitar que ellos habían vividos por años.

– Y-ya veo… – Murmuró Elizabeth algo apenada por ser tan olvidadiza.

– En años humanos serian como un año o dos. – Comentó Meliodas, dándole un poco de confianza a Elizabeth. Él quitó su mirada de ella para ver la gran puerta del comedor. Zeldris también había volteado para aquella dirección y Elizabeth al no saber que hacer, los imitó.

Las grandes puertas se abrieron dejando entrar a Gelda, quien hizo una pequeña reverencia. – Buenos días, sus majestades.
 
Meliodas y Zeldris simplemente asintieron en forma de saludo, pero fue Elizabeth quien le contestó verbalmente con ánimo. – ¡Buenos días, Gelda!

La vampiro no parecía muy sorprendida por la actitud de la humana, de hecho le regaló un pequeña sonrisa. Meliodas observó a su hermano, quien se tensó al dicho gesto de Gelda. – Interesante... – Luego cambió a Elizabeth, quien lo cautivó con su brillo en su mirada. – Desearía que durará más...

Después de ser recibida por los otros miembros de la realeza, Gelda avanzó unos cuantos pasos en dirección hacia Elizabeth, quien la esperaba ansiosa pero fue detenida por Meliodas. – Gelda.

– ¿Si, su majestad? – Comentó Gelda algo curiosa por su llamado. Elizabeth comenzó a asustarse, ¿será algo malo? ¿O por su culpa?

Meliodas sonrió ligeramente, pero en él se podía ver burla. Zeldris lo sintió y lo miró con suplicio. El rubio le dio una mirada cruel y burlesca. – Me gustaría que por el día de hoy te sentarás frente a Elizabeth, preferiría que ella tuviera la vista en frente para que se acostumbre a nosotros.

Al no ver la fallas a su lógica, y aunque la tuviera, lo obedeció sin dudarlo. No tenía nada de malo lo que le estaba pidiendo. Gelda caminó del lado contrario al de Elizabeth y tomó asiento junto Zeldris, quien la observaba fijamente. – Espero no ser le una molestia, su majestad.

– No. – Dijo Zeldris serio, demasiado para su gusto, debido a que quería ocultar alguna estúpida emoción. – Genial, ahora ella me tendrá miedo. – La observó disimuladamente, pero fue atrapado por Gelda, quien le sonrió ligeramente antes de poner un rostro tranquilo.

Elizabeth sonrió con emoción al ver al par juntos, volteó hacia con Meliodas y le regaló una sonrisas inconscientemente, causándole un caos de emociones en su interior, a pesar de mostrar un rostro estoico.

La puerta se abrió nuevamente, dejando pasar a un par de sirvientes con diversos platillos y bebidas. Colocaron a cada una distinta comida. Elizabeth se asombró al ver una cosa carnosa de gran tamaño con un piel azul en frente de Meliodas y Zeldris, olía raro pero a ellos no parecía importales.

No lo digasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora