Dolor

2.9K 188 98
                                    

Gelda despertó con cierta incomodidad en su pecho y un poco de dolor en rostro. Meditó unos minutos de lo que ocurrió anoche, sin muchas ganas caminó hasta su tocador y miró su cara por unos instantes antes de apartala con con vergüenza.

Su usualmente pálido rostro se veía adornado con uno moretón morado en la parte baja de su mejilla izquierda mientras que la derecha tenía otro cerca de su ojo, también tenía el labio partido. Apretó sus manos y golpeó el tocador con impotencia, cómo tenía ganas de quemarlos vivos.

Inhaló profundamente para calmarse, estas pequeñeces no harían nada más que crear un caos. Gelda tocó su mejilla, cerró el ojo ante el dolor generado. Si Zeldris se enterara de esto, ella estaba segura de que los asesinaría sin dudarlo. El solo pensar eso le daba a la vampiro cierto confort.

— Podría curarme si... No, eso sería un caos. Llamaría mucha la atención. — Comentó Gelda con cansancio. Lo pensó mejor y decidió que tomaría un baño y luego se maquillaría para ocultar sus marcas de agresión.

Antes de levantarse y pedirle a los sirvientes que prepararan su tina, pensó. — Soy una intermediaria entre los demonios y vampiros... ¿Por qué no pidieron mi presencia?

Si bien estaba agradecida de que no fue convocada para la reunión, eso le llamaba la atención... Así como la repentina liberación de poder mágico de Meliodas.

¡¿Le habrá pasado algo a Elizabeth?! — Pensó Gelda preocupada mientras se levantaba, lista para salir corriendo en busca de su amiga pero se detuvo. — No... Si algo le hubiera pasado creo que ya habría alguien muerto, aparte puedo sentir la presencia de todos los altos mandos en la sala de reuniones. — Murmuró para sí misma.

— Entonces... ¿Por qué puedo sentir tanto hostilidad en el castillo? — Se preguntó mientras salía a pedirle a los sirvientes que le preparan su baño.

(I)

Elizabeth jugó con un lindo perrito, éste era muy juguetón. A veces corría un poco para hacer que el animal se animara más. Ella había perdido la noción del tiempo que no sintió la presencia de alguien, dándose cuenta solo cuando ella volvía a abrazar perro.

— ¿Elizabeth? — Su voz era música para los oídos de la chica, quien dio vuelta para verlo a los ojos. Era Meliodas quien vestía un traje de batalla blanco. — ¿Qué estás haciendo? — Cuestionó el chico con una sonrisa burlesca.

— Estoy jugando con este pequeño... ¡¿No es lindo?! — Exclamó Elizabeth mientras alzaba al perro a la cara de Meliodas, quien recibió un lengüetazo. — Vaya, te quiere mucho.

— Sí, lo sé. Creo qué sabe que fui yo quien lo salvo. — Meliodas cruzó su brazos y puso una cara pensativa. — Es extraño, la verdad.

— ¿Tú crees? — Preguntó Elizabeth con preocupación, ella adoraba al perro y éste parecía quererlos de igual manera. Dejó al animal en el suelo para acercarce a Meliodas, quien se acercó a ella por inercia.

— Quién sabe, tal vez es algo que nosotros como demonios no estamos acostumbrados... — Dijo Meliodas con curiosidad, Elizabeth sonrió tímidamente mientras estiraba sus brazos hacia el chico.

Sin dudarlo, Meliodas la envolvió en un tierno abrazo. Aunque Elizabeth soltó una pequeña risa al ver la diferencia de alturas, pues ella se inclinó para poder abrazarlo perfectamente.

— Eres muy mala, Elizabeth. — Bromeó Meliodas al saber el por qué de su risa. — Adoro escucharte reír, incluso si se trata de mí desgracia.

— Jeje... Yo adoro estar a tu lado, Meliodas. — Dijo con ternura mientras el abrazo se intensificaba. — Espero que estas peleas sean solo eso... Iniciar una guerra solo causaría dolor y sufrimiento... — Murmuró Elizabeth con tristeza.

No lo digasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora