Curiosidad

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Elizabeth sonrió con entusiasmo al ver el hermoso jardín, flores de diversos tonalidades y formas. Avanzó en él mientras Cusack hacía una reverencia antes de retirarse. Ella dio vueltas con alegría, como una pequeña niña. Estando por fin sola, notó un gran árbol.

Una pequeña memoria pasó fugazmente por su mente, una donde ella estaba en una rama de árbol y reía ante las caras de los espectadores, pero su mirada buscaba a su padre entre en la multitud. - Que infantil era... Siempre preocupando a mi familia.

Elizabeth se acercó al gran árbol y lo miró unos minutos para luego tomar asiento en el pasto y recargar su espalda en él. Sus ojos se centraron en lo "nublado" que estaba el cielo de este mundo. Aun no comprendía como estas flores y plantas crecieron en lugar como éste.

- Extraño a mi familia y mis amigos... - Murmuró Elizabeth con ligera melancolía, pero con una sonrisa. Había conocido un poco a Meliodas, sin embargo él se veía muy recto con lo que hacía. Así que ella estaría segura de que se familia estaría bien.

El frío del ambiente empezó a darle sueño a Elizabeth, que poco a poco comenzó a caer dormida. Incluso, intentó hacer resistencia pero fue inevitable no entrar en un profundo sueño.

Sus ojos se abrieron de golpe, solo para darse cuenta de que estaba en un lugar con mucho viento. Su vista era borrosa y cansada, pero pudo apreciar que estaba herida y llena de moretones. Elizabeth quiso gritar pero su voz jamás salió. Estando de rodillas observó a su alrededor.

Personas con alas blancas y otras con extremidades negras peleaban a lo lejos. - ¡¿Qué está pasando?! - Pensó angustiada.

Lentamente levantó su mirada para ver frente a ella a Meliodas, quien era completamente diferente a como lo había visto. Poseía materia oscura cubriendo su cuerpo, dándole más altura y un aspecto temible, pero fue su mirada que la sorprendió.

Meliodas tenía una marca oscura grande e irregular, una mirada estoica y unos ojos completamente vacíos... Elizabeth tembló ante la visión que le daba, tenía sentimentos encontrados; miedo y alegría.

Pudo sentir sus mejillas húmedas y sonreír con melancolía, aun cuando era en contra de su voluntad. Ella quería preguntarle que estaba pasando o decirle que tenía miedo, en vez de eso, ella soltó un suave. - Lo siento...

- ¡¿Eh?! - Elizabeth despertó de golpe, dándose cuenta de que había regresado, o más bien, nunca se había ido del jardín. Tembló por el frío, pero sobretodo, asustada de esa rara pesadilla. Meliodas jamás le haría eso... ¿O sí?

Sentía su cuerpo cansado, aun así se levantó y miró a su alrededor, ella estaba sola. Cerró los ojos para concentrarse y relajarse, solo para percatarse de que sus mejillas estaban húmedas. Ella había estado llorando.

Como pudo, Elizabeth comenzó a caminar con el fin de encontrarse con alguien que le pudiera ayudar. - ¡Gelda!

(I)

- Eso fue muy amable de su parte, Zeldris. - Comentó Gelda cuando ambos se quedaron frente a una gran puerta. El demonio sonrió levemente, poniendo nerviosa por dentro a la vampiro. - Bueno, creo que debería entrar. Debo aprovechar mi tiempo libre antes de la comida.

Ante los ojos de todos, Gelda se veía muy estoica pero elegante, pudiendo cautivarte con su mirada. Era una de las cosas que agradecía de su infancia, si se podía llamarle así a esa época de sufrimiento. Zeldris se sintió satisfecho de haberse acercado más a la bella dama.

- Me parece bien. Con su permiso, me retiro. - Zeldris hizo un gesto de despedida, dejando a Gelda sola. En tan solo unos pies de distancia, el demonio fue interceptado por un sirviente que parecía preocupado.

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