Capítulo 3

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Capítulo III Sola enel desierto



Los cálidos rayos de solinundaban la tienda cuando Diana se despertó del profundo sueñocausado por un agotamiento que casi había llegado a lainsensibilidad, y se despertó con un recuerdo inmediato y completo.Una rápida mirada temerosa alrededor del amplio aposento le dio laseguridad de estar sola. Se sentó lentamente, con la miradaensombrecida por el dolor, mirando indiferente el lujoso decorado delaposento. Tenía los ojos secos, no le quedaban lágrimas. Se lehabían acabado cuando se arrastró a los pies del árabe implorandola misericordia que él no le concedió. Había resistido hasta quela lucha desigual la dejó agotada e impotente en sus brazos, hastaque todo su cuerpo no fue más que un dolor lacerante causado por lasmanos brutales que la obligaron a someterse —hasta que su espírituvaleroso fue aplastado por su propia impotencia y el extraño temorque el hombre había despertado en ella—, a caer de rodillas. Y elrecuerdo de sus ruegos abyectos y llorosas súplicas la llenaba devergüenza. Se odiaba a sí misma con amargo desprecio. Su valor sehabía quebrado; hasta su orgullo le había fallado.

Cruzó las manos sobrelas rodillas y escondió el rostro entre ellas. «¡Cobarde!¡Cobarde!», murmuró furiosa. ¿Por qué no lo había despreciado?¿O por qué no había sufrido todo lo que le había hecho ensilencio? Le hubiera gustado menos que los ruegos frenéticos quesolo provocaron la risa que la estremecía con solo oírla. Seestremeció ahora. «Creí que era valiente», murmuróentrecortadamente. «Solo soy una cobarde».

Por último, alzófinalmente la cabeza y miró a su alrededor. El aposento era unamezcla curiosa de lujo oriental y comodidad europea. La suntuosidaddel mobiliario indicaba sutilmente alguien acostumbrado a satisfacersus caprichos: todo el ambiente era voluptuoso, y Diana se sintiómolesta por la impresión que le causaba, sin saber exactamente elmotivo. No había nada que chocara artísticamente, las ricascolgaduras armonizaban entre ellas, no había incongruenciasmanifiestas, como había visto en residencias indígenas en la India.Y todo aquello en que posaba la mirada le hacía sentirimplacablemente su horrible situación.

Las cosas de él estabanpor todas partes. En una mesita muy pequeña, con tapa de latón queestaba junto a la cama, se hallaba el cigarrillo a medio consumir quellevaba en los labios cuando entró. La almohada junto a ella teníala impresión de su cabeza. La miró con una expresión de horrorcreciente en sus ojos, hasta que sintió un temblor incontrolable yse echó en el lecho ahogando un grito. Entonces se arrebujó entrelas suaves almohadas y los cobertores de seda como si pudieranservirle de protección. Volvió a vivir todos los momentos de lanoche pasada, hasta creer que se volvía loca, y finalmente, agotada,se quedó dormida.

Era mediodía cuandovolvió a despertar. Esta vez no estaba sola. Una muchacha árabepermanecía sentada en la alfombra a su lado, contemplándola consuaves ojos pardos en los que se descubría un interés absorto. Alsentarse Diana, ella se puso de pie, y la saludó, con una tímidasonrisa.

—Soy Zilah, para servira madame —dijo en francés chapurreado, ofreciéndole una robe dechambre que Diana reconoció admirada como la suya.

Miró detrás de ella.Sus valijas estaban cerca, abiertas y parcialmente desempacadas. Loscamellos portadores de los equipajes habían sido capturados primero,entonces. Por lo menos se le permitiría usar sus propias cosas. Unchispazo de ira brilló en sus cansados ojos y se volvió con unapregunta formulada secamente, pero la muchacha árabe sacudió lacabeza sin comprenderla, y retrocedió con ojos de susto, guardandosilencio a todas sus otras interrogantes con la boca fruncida como unniño asustado. Evidentemente solo entendía a medias lo que ledecían y no podía contestar lo que no comprendía, por eso sevolvió con evidente alivio cuando la joven dejó de preguntar.Atravesó la tienda y apartó una cortina que daba acceso a un cuartode baño mayor y mucho mejor equipado que el que tuvo Diana en latienda de la India y que, hasta ese momento, le había parecido laúltima palabra en comodidad y lujo.

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