Capítulo 10

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Capítulo X Amor en eldesierto



La noche era cada vez máscalurosa y la atmósfera más sofocante. Envuelta en un fino quimonode seda, Diana estaba acostada sin moverse en el amplio lecho de lahabitación interior, rodeada de almohadas para que la luz delpequeño velador, que estaba a su lado, cayera sobre el libro quesostenía, pero no leía.

Era elúltimo libro de Raoul, que este había llevado consigo, pero nopodía concentrar su atención en él, y lo dejó distraídamentesobre sus rodillas mientras sus pensamientos volaban muy lejos.Habían transcurrido tres meses desde la noche en que Saint Hubertcasi abandonó la esperanza de poder salvar la vida del sheik; unanoche que había sido seguida por días de incertidumbre queredujeron a una sombra la figura vigorosa de Diana, y habían dejadoen Raoul marcas que jamás se borrarían. Pero gracias a su granvigor y espléndida constitución, el sheik se había restablecido, ydespués de las primeras semanas su convalecencia había sido rápida.Cuando pasó el terrible miedo de que pudiera morir, había sido paraella una dicha inmensa poder cuidarlo. Con la decisión de vivir parael momento que se había impuesto, borró de su mente todo lo que nofuera el placer de estar cerca de él y de atenderlo. Fue unaatención sumamente silenciosa, porque el árabe se pasaba horasenteras con los ojos cerrados sin hablar, y algo que no podía vencerla hacía permanecer silenciosa en su presencia cuando se quedabansolos. Solo una vez se refirió a la emboscada. Al inclinarse sobresu cuerpo para prestarle un pequeño servicio, los dedos del hombrese cerraron débilmente sobre sus muñecas y sus ojos, conescrutadora aprensión, se fijaron en los de ella por primera vezdesde la noche en que huyó de su lado, perseguida por susmaldiciones.

—¿Llegué... a tiempo?—susurró, titubeando, y al asentir ella con las mejillasarreboladas y los ojos bajos, volvió la cabeza sin añadir palabra,pero un estremecimiento, que su debilidad le impidió reprimir, losacudió.

Sin embargo la felicidadde cuidarlo pasó muy rápidamente. A medida que se iba fortaleciendose las compuso de forma que rara vez se quedaba a solas con ella einsistía en que saliera a caballo dos veces por día, a veces conSaint Hubert, a veces con Henri, manifestando con claridad queprefería estar solo o en compañía de Gastón, quien ya empezaba ahacer su vida normal. Más tarde también estuvo muy ocupado con losjefes subalternos que venían de los distintos campamentos, y amedida que pasaron los días se vio más y más excluida de tanpreciosa intimidad. Estaba mucho en compañía de Raoul de SaintHubert. Todo lo que habían pasado juntos los había unidoestrechamente, y Diana pensaba con frecuencia cómo hubiera sido suadolescencia si la hubiera pasado bajo su tutela en lugar de la desir Aubrey Mayo. El afecto fraternal que nunca sintió por su hermanose lo daba ahora a él, y con el firme dominio de sí mismo, que nohabía vuelto a perder, el vizconde aceptaba el papel de hermanomayor impuesto inconscientemente por ella.

Era difícil a veces, yhabía días en que temía los paseos diarios a caballo, en que latensión era casi insoportable, y empezó a hablar tentativamente dereanudar sus viajes, pero siempre el sheik insistía en que sequedara.

El restablecimientodefinitivo de Ahmed Ben Hassan fue rápido, y el campamento no tardóen volver a la vida normal. Los refuerzos volvieron a los campamentosde donde habían sido llamados. Ya no eran necesarios. La tribu deIbrahim Ornar, muerto su jefe, se había disuelto y dispersado en elsur; no tenían ya un sheik que los mantuviera unidos y ninguno delos lugartenientes de aquel era lo suficientemente fuerte para volvera reunirlos, pues Ibrahim no había permitido que ningún miembro desu tribu alcanzara poder o riquezas suficientes para convertirse enun rival; así, se habían dividido en numerosas bandas pequeñas,carentes de cohesión.

Al cumplir la promesahecha a su predecesor, Ahmed Ben Hassan había librado al desierto deuna amenaza que se había cernido sobre él durante muchos años.

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