Parte 6

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— ¿Por qué está así? Sabe que la quiero mucho, usted fue mi nexo con Robert, por suerte pudimos lograr que me case con él, como no voy a querer verla contenta — le dijo con cariño la jovencita.

— Yo quería ir con ustedes... a ver a Lord Peter, es que yo... quisiera cuidarlo, siempre fue un buen hombre cuando venía y además... — pero ni a ella fue capaz de confesarse su verdad.

— Entiendo — meditó lentamente — ¿Y madre no quiso llevarla?

— Se molestó y me despidió... — Ann lloraba suavemente.

— Me prometió tenerle a su servicio siempre — estaba molesta Catherine — porque yo quería... — sonrió — bien — garabateó algo en una hoja — tenga — le pasó el papel — está es la dirección de la casa donde será el ama de llaves, acá tiene dinero, cuando nos vayamos tome solo lo más necesario.

— Pero... — se sorprendió la sirvienta.

— Por favor, apúrese, ya tengo que irme — le sonrió para darle ánimos.

— Si niña Cathy, muchas gracias — siguió llorando, pero ahora de felicidad.

Ya en Londres madre e hija fueron a ver al anciano caballero.

— Mi nieta querida... — dijo con dificultad Peter, tomando aire siguió — pensé que vendría en unos días... temí no alcanzar a verla...

— No diga eso abuelo, vivirá para ver a mis niños grandes, solo tiene que descansar — mintió sonriendo, lo vio muy demacrado.

Mientras nieta y abuelo conversaban, su madre se acercó al abogado.

— ¿Ya está listo su testamento? — preguntó tratando de no parecer tan ansiosa.

— Sí, mi Lady — respondió escuetamente.

— Seré su heredera por ser su única hija ¿Verdad? — trató de sonsacarle.

— No puedo decirle, es confiabilidad abogado cliente.

— Pero... — trató de insistir.

— Su única heredera es una gran dama — dijo el abogado en un susurro.

— Gracias — fue donde su padre — es suficiente Catherine, debemos ir a su nueva casa para ver lo de sus empleados, tengo una recomendada para ama de llaves, y mayordomo. Adiós padre.

— Nos vamos por ahora — miró molesta a su madre — abuelo, vendré a verlo apenas pueda — cuando estaban en el carruaje — le he dicho que yo elegiré a mi personal.

— Solo quiero que tenga lo mejor — aseguró la madre.

— Es mi casa, seré yo quien mande.

Aunque no le agradaba, sabía que tenía razón, que debía dejarla que hiciera su voluntad, como ha cambiado la juventud, pensó Lady Margaret, esa nana tenía la culpa, de seguro siempre le decía cosas contra mí a mi hija, por eso siempre me enfrenta, pero ya no veré a esa maldita mujercita nunca más.

Pero en la casa de su hija se llevó una desagradable sorpresa.

— ¿Qué hace esta mujerzuel...?

— No le diga así, ella es mi nueva ama de llaves — le aclaró su hija, sin dejar que terminará la frase.

— Despídala inmediatamente — ordenó la madre.

— ¿Y si no lo hago? — le desafío la hija.

— No iré a su boda — rió triunfante.

— Si hace eso le diré a todos que es por una ama de llaves. Se imagina el escándalo.

— Esta bien, iré, pero le juro que no pondré un pie en esta casa mientras ella este acá.

— Me parece bien. Sé que quería casarme con ese viejo Conde... no se asombre, solo aceptó a Robert, porque a pesar de no tener un título mobiliario, su familia pertenece a la alta sociedad por su dinero, si ese viejo no hubiera estado arruinado sé que me hubiera vendido a él.

— Solo quiero su felicidad y bienestar — trató de ser condescendiente.

— No mienta, quiere más dinero, usted y mi padre dilapidaron en lujos lo que les dejo el abuelo Richard, si no fuera por el abuelo Peter, estaríamos en la calle. Yo no les daré nada. Por suerte pronto mis hermanos también se irán de su lado. Ahora necesito descansar un poco, hasta luego madre.

Al otro día Lady Margaret fue a ver a su padre para intentar sacarle más información al abogado, pero se encontró con la misma sorpresa del día anterior, Ann estaba parada al lado del lecho de su padre mientras éste conversaba con su nieta.

— Fuera de esta casa, no quiero volver a verle — ordenó tajantemente la dama.

Pero antes que las mujeres dijeran algo el anciano se sentó en la cama, y su voz volvió a ser la de cuando era joven.

— Todavía no estoy muerto, en mi casa MANDO YO — empezó a toser por el esfuerzo, Ann le acercó un vaso con agua.

— Pero Padre, es una trepadora, quiere su din...

— Si va a venir A MI CASA solo para insultar, es mejor que no vuelva.

La mujer se fue con toda la dignidad que pudo, sin decir nada más.

— Lo siento — se excusó la empleada — no quiero ser el motivo de problemas entre ustedes — estaba muy nerviosa.

— Entre ella y usted, sé que su presencia es lo mejor para mi abuelo — sonrió Catherine hacia el anciano.

Desde ese momento la sirvienta pasaba día y noche con el anciano, leyéndole las noticias, con conversando trivialidades, increíblemente, el hombre mayor logró vivir casi dos años más, cuando solo le habían dado un mes de vida. Su nieta estaba segura que fue por su nana que su abuelo no quería morir, desde que ella estuvo con él, se le notó mucho mejor.

Cuando se leyó el testamento, de nuevo los planes de la ambiciosa mujer se fueron por la borda.

— No puede ser... — dijo pálida Lady Margaret.

— Así como lo oye, le dejó todo a su nieta mayor — respondió el abogado.

— ¿Y a mí que me dejó? — preguntó ansiosa.

— Una pequeña granja en las afueras de Londres.

— Pero si no vale nada.

— Solo soy quien lee el testamento.

Salió decepcionada, no le quedaba nada de la cuantiosa herencia que pensaba recibir.

Mientras Ann, con un gran dolor en su corazón, volvió al hogar de Catherine, tomó su puesto y se hizo cargo de la casa, cuidó de "su niña", y luego de los hijos que tuvo la aristocrata, su día libre iba siempre al mismo lugar.

— ¿Ya se fue Ann? — preguntó la dueña de casa.

— Si mi Lady, como cada semana — le respondió el mayordomo.

Ella sonrió triste, entendía lo que ellos sintieron, pero sabía que la sociedad donde vivían no hubiera aceptado ese amor.

Ann llegaba al mausoleo donde estaba Lord Peter con flores para él, le contaba las novedades de la familia, rezaba un rato y volvía a la casa.

Con los años Catherine se convirtió en abuela y su ama de llaves en una venerable anciana. Ann sabía que había llegado el momento que la despidieran, sin trabajo ni dinero pronto moriría sola. La ama de llaves ya no podía ayudar en nada en casa, justamente estaba pensando en eso cuando la mandó a buscar la señora del lugar.

— Supongo que sabes porque te hice llamar — le dijo seria Catherine.

— Lo sé, niña Cathy. Solo le pido que me dé unos días para arreglar bien mis cosas.

— No es necesario, ya pedí que lo hicieran por usted.

— Ya veo — le sonrió agradecida — le doy muchas gracias por toda su amabilidad y deferencia hacia mí durante estos años, me voy inmediatamente entonces.

ReencarnaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora