Casta

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Apenas traspasar la puerta de cristal del hospital Ash siente un dulce aroma. Uno que hace años creyó se había extinto por completo y que sin embargo, ahí estaba, encrespándole los sentidos porque su instinto le dicta salir corriendo en busca del origen de este y saciarse hasta donde pueda, aunque su lógica le grite que solo se trata de un miserable engaño, porque es imposible que uno de ELLOS este vivo, y para su suerte se encuentre precisamente en ese hospital.

Observa a su alrededor, los demás parecen no percibir el veleidoso aroma, es en momentos como ese que da gracias por pertenecer a una de las castas con los sentidos más desarrollados. Un depredador dominante y para rematar la ecuación, un Alfa, un líder nato.

Ash tuerce la boca y piensa de manera agria, que aunque cualquiera de los miserables que pululan por el hospital, llamase paciente o médico, pudieran percibir el aroma que le enciende el pulso, pocos o casi ninguno, incluso podría ir más lejos y meter en el mismo saco a toda la ciudad, podría identificarlo, pero él sí.

Y no le cabía la menor duda de lo que eso representaba era: problemas.

Chasqueo los labios con disgusto antes de con un gesto realmente imperceptible mostrar sus filosos colmillos dejando escapar un gruñido bajo muy típico de los de su especie. Su nariz mucho más sensible que la de cualquiera se arrugo.

—¡Oi! Ash —gritan al final del pasillo y el rubio platinado sin volverse sabe de quién se trata.

El hombre de cabello morado y corte mohicano camina a su encuentro luciendo su tipa ropa de jeans desgastados y ese horrendo chaleco amarillo chillón que Ash detesta en secreto. Por lo regular Shorter es alguien muy animado, pero el día de hoy su mal humor es palpable y parece a punto de estallar, y no puede evitar preguntase ¿Qué? O ¿Quién? Lo ha hecho enfadar, aunque ya se hace una idea del motivo de su mal genio.

Ash saluda escuetamente, eleva las cejas e intenta sonreír lo mejor que pude sin lograr siquiera curvar sus labios hacia arriba, pues el aroma... el bendito aroma parece irse diluyendo, se evapora en el aire y todo su ser ruge dentro de él como animal hambriento, casi puede sentirlo salivar.

Se le agua la boca y la saliva, la de su boca real se escurre por la comisura de sus finos labios sin poder hacer algo por remediarlo. Sus manos se tensan y sus uñas filosas crecen unos milímetros ídem a sus colmillos que cosquillean en la ansiedad de hincarse en carne blanda.

Shorter lo observa y su mal humor desciende significativamente al notar el malestar de su amigo.

—¿Todo bien? —pregunta sabiendo de ante mano por el rostro desencajado del rubio que nada está bien. Porque Ash es de permanecer tranquilo hasta en la situación más desesperada.

Con rapidez Ash lleva su mano derecha a su rostro, se sujeta la cabeza con fuerza en un intento de controlarse. Todo él se estremece ante la urgencia bestial que gana terreno y entonces, para su vergüenza sale disparado por el corredor empujando a cuanto se le atraviesa.

Lo miran como a un demente peligroso, pero eso a Ash lo tiene sin cuidado, el gruñido en su interior es cada vez más fuerte y apremiante.

Sus pupilas se han dilatado, sus facciones se endurecen dejando asomar los nobles rasgos de su casta porque poco a poco está perdiendo el control sobre sí mismo. Su olfato lo guía como si en medio de sus fosas nasales tuvieran una argolla de la que tira con dolorosa fuerza una cuerda invisible. Y maldice la estreches y longitud de los pasillos blancos del nosocomio.

Gruñe desde la base de su garganta con deseo atávico mientras más se aproxima a su objetivo. Puede sentir su proximidad como un sediento puede percibir la frescura de un oasis en medio del desierto. No toca, se limita a patear la puerta fuera de su camino para entrar, sin consideración alguna al consultorio de Yut-Lung Lee, quien se pone de pie del otro lado de su escritorio con el sorpresa dibujada en sus facciones.

InstintoWhere stories live. Discover now