Algo más

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Sentado, con los brazos cruzados sobre el escritorio de él y de ChanYeol, KyungSoo veía pensativo la tarjeta de los abogados-verdugos. Lo recibirían esa misma noche, a las ocho. KyungSoo se había arreglado más guapo que de costumbre, con un traje azul y zapatos de charol. Faltaban dos minutos para las siete y sólo esperaba que TaeMin terminara de limpiar las jaulas para irse. Apenas le daría tiempo de llegar en una hora desde su consultorio, hasta Gangnam. Para colmo era viernes, día de peor tráfico.

TaeMin salió del cuarto de las jaulas. Hasta cuándo se dedicaba a labores simples su porte era misterioso y obscuro. Traía puesta una playera de Bauhaus.

-Ya me voy, doctor.

-Está bien.

Antes de salir, TaeMin se volvió hacia él.

-Necesita un poco de obscuridad en su vida. Eso lo haría sentirse mejor.

-Gracias... –respondió él.

KyungSoo casi nunca entendía las cosas raras que le decía TaeMin, como esa vez, y siempre se limitaba a darle por su lado. TaeMin sonrió y salió del consultorio.

KyungSoo se quedó solo, viendo por la ventana cómo el tráfico aumentaba a medida que caía la noche. El mes era octubre, cuando los árboles se iban quedando desnudos y había una enorme luna llena sobre la ciudad. Justamente en un mes de octubre ChanYeol y él se conocieron. La nostalgia se agregó a su malestar.

Por la mañana KyungSoo había hecho una breve visita a una amiga con el fin de distraerse de su divorcio, pero resultó peor. Todo el tiempo se la pasó viéndola darle una papilla a su bebé. Nunca antes había sentido tanta envidia. Claro que podía adoptar, pero para él no era lo mismo. Un hijo salido de las entrañas era algo sublime, una bendición...

-Una mierda –murmuró.

Últimamente se sorprendía de sus pensamientos y reacciones. Cuando vio su reloj soltó un grito. Sus reflexiones lo habían hecho perder veinte minutos. Ahora sólo tenía cuarenta para llegar a la cita.

Tomó su cartera y apagó la luz. En el momento en que se dirigía a la puerta sonó el timbre.

-Oh, no, ahora no.

Lo que le faltaba. Algún cliente retrasado. Cuando él abriera la puerta se encontraría con una mujer que llevaría un French Poodle en los brazos y que, con su sonrisa de yo-sé-que-es-tarde-pero-je-je le pediría que vacunara a su "hijito". No podía perder más tiempo. Intentó espiar por la ventana, pero no podía ver la puerta desde ahí. Como el estacionamiento se hallaba en la parte trasera tampoco se podía saber cuándo llegaba un cliente más que por el ruido del motor, y esta vez KyungSoo no lo había escuchado. El lugar era por completo antiestratégico.

Decidió guardar silencio para que el inoportuno se desanimara y se largara. Volvieron a llamar, está vez con golpes en la puerta. Silencio. Pasaron unos segundos. Volvieron a golpear en la puerta otra vez.

Por lo visto el cliente no estaba dispuesto a irse, y él no podía darse el lujo de quedarse ahí para ver quién se cansaba primero. Decidió abrir y mandar con cajas desempleadas a quien fuera.

Era un campesino alto y robusto. Tenía puesto un sombrero y una chamarra gruesa de color café. Su rostro estaba profundamente surcado de arrugas. Unas llaves con el logotipo de Chrysler tintineaban entre sus dedos. Raro, porque KyungSoo no había escuchado ningún auto estacionándose.

-¿Es usted el doctor? –preguntó con voz ronca.

-Sí –respondió él desdeñando su aspecto humilde–. Pero ya voy de salida. Lo siento.

El hombre lo miró detenidamente, y eso lo incomodó. Se bajó el cierre de la chamarra y dejo ver que llevaba al cuello una burda cruz de madera. Además apestaba a sudor y forraje.

-Podría hacer una excepción –insistió–. Traemos un animal enfermo y venimos desde lejos.

-No atiendo rumiantes –replicó él.

Era lo malo de tener un consultorio a la entrada de la carretera. De vez en cuando llegaba alguien de los pueblos cercanos a Seúl que le pedía que le atendiera a sus "borreguitos".

-No, no es eso –contestó el hombre–. Es una perrita. Mire.

Se hizo a un lado y él vio a dos jóvenes en la acera, campesinos también, que cargaban una perra Boxer sobre una tabla a manera de camilla. La perra jadeaba y tenía el abdomen abultado. KyungSoo supo enseguida de qué se trataba.

-No puede parir –aseguró el hombre en tono melodramático–. Seguro que necesita una operación.

Mil veces mierda, pensó KyungSoo. Sólo eso le faltaba. Miró de reojo su reloj. Eran siete y media.

-Yo no puedo atenderla –tenía que mantenerse firme–. Escuche, tengo una cita con mi abogado y se me está haciendo tarde.

-Le pagaré bien.

-Cobro caro.

-No importa.

Tenía que quitárselo de encima a la de ya.

-Comprenda que se me hace tarde –la perra lo miraba con ojos lastimeros–. ¿Por qué no la llevan a otro consultorio?

-¿Y su ética, doctor?

Le sorprendió que el campesino argumentara eso.

-Ese pobre animal se va a morir si no la opera.

-Ya le dije que no puedo o...

La frase se le heló en la garganta cuando vio lo que el hombre acababa de sacar del forro de la chamarra. Era un revólver, y su cañón apuntaba hacia él.

-Por supuesto que puede, doctor. Y lo hará muy bien.

KyungSoo pensó en azotarle la puerta en la cara. Como si lo adivinara el hombre interpuso su pie.

-Ni se le ocurra –agregó.

KyungSoo miró a los dos jóvenes. Uno de ellos sonreía burlón. El otro era flaco y por completo inexpresivo. Los autos iban y venían por la avenida. Incluso algunas personas caminaban por la acera, pero nadie parecía advertir lo que estaba ocurriendo, y aunque lo hubieran hecho, nadie movía un dedo por nadie en este mundo.

-¿Pasamos, doctor? –preguntó cortésmente el hombre.

Maldito el Fruto de tu Vientre (ChanSoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora