¿Quieres dar un paseo?

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El pulso traicionaba a KyungSoo cada vez que cosía un punto en la piel. Lo mismo había ocurrido al cerrar el peritoneo y músculo. Para los campesinos había resultado un triunfo sacarlo a medias de su estado de shock y ponerlo a trabajar. KyungSoo no recordaba si lo habían golpeado, pero sentía un horrible ardor y abultamiento en su pómulo izquierdo.

La perra aún estaba bajo el efecto de la anestesia, pero se recuperaba satisfactoriamente.

¿Y esa cosa?, se preguntaba KyungSoo a cada instante. ¿Va a vivir? Dios mío, ¿la van a dejar vivir?

Desde que él la había extraído de la matriz, la criatura había acaparado la atención de los campesinos (¿y de quién no?). Ahora el viejo la arrullaba dulcemente y le cantaba canciones religiosas. El joven "sano" jugaba con un de las patas del ser, aunque mirando desconfiado de vez en cuando a KyungSoo. Y el flaco reía como idiota, con su vista fija en el monstruo. KyungSoo juró que si salía de esa con vida no descansaría hasta dar con la explicación de ese horror. Ese pensamiento lo llenaba de fuerza, lo devolvía a sí mismo, y KyungSoo se aferraba a él como a una tabla en un naufragio. Pero también se había decidido va buscar la explicación, porque de otra forma, la imagen del engendro lo perseguiría en sus sueños, cada noche, y no lo dejaría en paz hasta volverlo loco.

Sí, era de voz o muerte buscar la explicación.

Pero ¿cómo?

-Buen trabajo, doctor –dijo el viejo, aunque sin ánimo de felicitarlo, al coser él el último punto.

El del revólver retiró los campos ensangrentados y colocó a la perra de vuelta sobre la tabla. Cómo un autómata, el flaco le ayudó a cargarla. KyungSoo dejó caer los brazos. Tenía hebras de cabello pegadas con sudor y sangre a la cara y sus guantes se habían acartonado con la sangre seca. La operación había durado una hora y media que para él había sido como un siglo.

-Usted fue guiado por la mano del Señor –aseguró el viejo en su tono de sermón.

El bebé lloraba en sus brazos. Una de las patas traseras asomó por el envoltorio. El viejo la reacomodó bajo la manta.

-Sé que no será necesario pedirle discreción –continuó él–. De cualquier forma ¿quién podría creerle en este mundo de infieles?

Hasta entonces KyungSoo se dió cuenta del grave peligro de la situación. Para asegurar su silencio, bien podían haberlo matado. Al parecer no lo habían decidido así.

El reverendo cargó al bebé con un sólo brazo mientras su mano libre sacaba de su bolsillo cinco mil wons, que dejó caer sobre la mesa ensangrentada. Su actitud enérgica fue cambiada, sólo por un momento, por una expresión amable y casi de amor.

-Gracias por todo –murmuró–. Y que la fe llene su alma.

Envolvió por completo al ser y salió. Una corriente de aire cerró la puerta. KyungSoo se quedó solo, apretándose el pecho con los brazos cruzados. Quiso dudar de lo sucedido, pero ya era tarde. Los billetes en la mesa eran como una afrenta. KyungSoo se quitó con repugnancia los guantes y los arrojó lejos de sí. Lloró, y las lágrimas se confundieron con el sudor y la sangre.

-No es posible, no es posible –repetía una y otra vez entre sollozos.

Por sus estudios sabía que era imposible una cruza entre animales de especies genéticamente alejadas.

Viste el producto de una cruza entre perro y humano.

La molécula de DNA contenía la información precisa para determinar la naturaleza del futuro ser.

Lo tuviste en los brazos.

De manera que el sólo imaginar que una perra y un hombre pudieran generar un producto intermedio era algo totalmente contrario a la lógica y a la razón.

Bendice al fruto de tu simiente.

El viejo no se equivocaba respecto a que él nunca podría contar lo que había visto. ¿Para qué tomarse la molestia de matarlo? Lo tacharían de loco y su querido esposo agregaría su dañado estado mental para avivar el fuego. ¿Cómo explicarse lo ocurrido? ¿Cómo seguirse aferrando a esa tabla en el naufragio?

A menos que...

Claro, que pudiera mostrar esa criatura al mundo.

En ese caso le prestarían verdadera atención.

Porque se trataría del descubrimiento más importante en la historia de la genética.

Y ese descubrimiento le haría ganar el respeto que podría arrojar a la cara de ChanYeol.

Y para demostrarlo no había más que un camino.

¿Seguro quieres llegar tan lejos?, se dijo. Ya bastante suerte tienes con que te hayan dejado con vida. ¿Para qué buscar problemas?

"¿Quién podría creerle en este mundo de infieles?"

No debía pensar, sólo actuar. Y aunque así era como había decidido casarse quiso volver a dejarse llevar por los impulsos.

Esta vez escuchó con claridad el ruido del motor al encenderse. Cuando abrió la puerta, vio salir, de la parte de atrás del estacionamiento, una camioneta Pickup con una lona cubriendo la caja. No había tiempo que perder. KyungSoo fue por su cartera, sacó sus llaves y salió tan rápido como sus piernas de gelatina se lo permitieron.

Maldito el Fruto de tu Vientre (ChanSoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora