La guardería

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KyungSoo bajó la loma deteniéndose con los pies, manos y nalgas. El traje azul tan elegante con el que se proponía visitar a los abogados tenía ahora un no tan elegante jaspeado de lodo y estaba rasgado por detrás. En otras circunstancias hubiera sido un desastre. En ese momento y lugar no importaba en lo absoluto.

Acababa de llegar a un pequeño pueblo situado en una hondonada, con calles de tierra  y pavimento sólo en el zócalo, donde se alzaba un quiosco. Las casas eran humildes, de ladrillo, e incluso, de paja. El templo, de donde provenían las campanadas, era el edificio principal, aunque la construcción no era nada del otro mundo. KyungSoo había visto docenas de esas iglesias en revistas.

La campana repicaba dentro de una estructura agrietada que coronaba una burda construcción sin el menor propósito artístico. El templo bien podía ser una escuela. El pórtico de madera estaba entreabierto y dejaba escapar una franja de luz. La iglesia esperaba a sus fieles, pero ese era exactamente el problema.

No había nadie en el pueblo. Ni un vehículo, ni una persona, ni siquiera un perro. Nadie.

KyungSoo avanzó por las calles desiertas. Las casas estaban obscuras y muchas ventanas estaban cubiertas por cartones o periódicos amarillentos. KyungSoo se acercó a una ventana y leyó la fecha de 1970 en uno de ellos. El viento que bajaba a la hondonada generaba remolinos que arrastraban hojas secas, periódicos y bolsas de plástico. KyungSoo pasó junto al quiosco. A la luz de la luna el techo rematado en punta derramaba sombras chinescas sobre el piso. En el template se acumulaban montones de basura. Por lo visto no eran muy animados en ese pueblo. KyungSoo esperaba encontrar a alguien con quién hablar. El caso era que no había ahí otro ser vivo más que él. ¿A quién llamaban entonces las campanas?

Se dirigió al único lugar donde podría encontrar a alguien, al campanero. Atravesó una calle de tierra y pasó bajo el dintel de la reja que delimitaba al templo. Uno de sus pies se hundió en una planta de estiércol. KyungSoo gimió de repugnancia.

-Adiós calcetines –murmuró, intentando encontrarle el lado chusco.

El pequeño percance le sirvió para descubrir que en el patio del templo había estiércol por todas partes. Cómo bien veterinario identificó su procedencia: perro, vaca, cabra, y a lo lejos unos desechos que no quiso saber si eran de humano. Una ráfaga de viento esparció el olor a escatol.

KyungSoo se preguntaba cómo podría estar tan desaseado ese lugar. Por lo general, la iglesia de el sitio más limpio y cuidado del pueblo. O sólo que se hubiera llevado a cabo una celebración religiosa conocida como "la bendición de los animales". Pero no, esa parecía ser en febrero. Descartado. KyungSoo siguió sin entender.

La campana todavía replicaba. KyungSoo dedujo que todos estarían ya en el interior. Pasó esquivando los excrementos como su auto había bordeado los hoyos minutos antes, y llegó ante el pórtico. La madera lucía bastante rajada por el tiempo y también mostraba rayaduras hechas intencionalmente. Incluso alguien había escrito la leyenda "Dios es Amor", cerca de las bisagras. La frase remitió de inmediato a KyungSoo a la calcomanía de la Pickup. KyungSoo se estremeció al preguntarse si lo que suponía en ese momento era correcto.

Un repentino silencio lo inquietó. La campana acababa de sonar su último tañido, como si se hubiera detenido al advertirlo. KyungSoo sintió el impulso de dar media vuelta y alejarse corriendo. Mil pensamientos comenzaron a taladrar su mente.

Llegaste demasiado lejos. ¿Te vas a arrepentir ahora?

¿Quién podría creerle en este mundo de infieles?

Bendice el fruto de tu simiente.

KyungSoo sacudió la cabeza, como si con eso pudiera ahuyentar su confusión. Por fin decidió terminar de averiguar de una vez por todas lo que ocurría. Sí, ya había llegado demasiado lejos.

Maldito el Fruto de tu Vientre (ChanSoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora