Despedida.

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Mierda, mierda, mierda. ¿Porque tuve que contestarle a ese niño?, ¿No podía simplemente dejarlo solo? No, claro que no. Era en todo en lo que podía pensar al momento en el que pasaba por, los ahora desérticos, pasillos de la escuela, claro, sin contar a una persona y a un fantasma.

No sé porque había reaccionado así, casi siempre solo los ignoro y todo estaba bien, pero hoy fue diferente. Algo en mí hizo que reaccionara y saliera del salón, no quería que Adam se enterara de lo que yo era, o mejor dicho, de lo que los demás creían que yo era.

Salí corriendo lo más rápido que pude de la escuela, no tenía ganas de llegar a casa, quería estar sola, un lugar en el que nadie me molestara. Pronto un lugar en específico apareció en mi mente, en ese lugar nadie me buscaría. Me encaminé por las calles hasta llegar a un pequeño camino de tierra que se adentraba en un bosque, algo bueno de que esta ciudad esté cerca de lo salvaje.

Camine un par de minutos hasta llegar a un prado, era justo el espacio perfecto en donde podía hablar con el niño que me había arruinado el día, y posiblemente lo que me quedaba de vida escolar. Después de sentarme en el suave pasto, giré para ver en donde estaba el niño, y sí, me estaba siguiendo, aunque se quedó entre los arbustos mirándome.

-Disculpa, ¿podrías venir aquí? Es algo molesto el tener que hablar contigo desde aquí- el vaciló unos momentos antes de responder.

-No me gusta estar en lugares abiertos, no sé porque pero tengo mucho miedo de ir hacia allá- se veía como si estuviera a punto de echarse a llorar. Genial, ahora tenía que consolar a un niño al que prácticamente no le podía pasar nada en este mundo, claro, a menos que yo lo tocara.

Bueno, que se le puede hacer. Me acerqué al pequeño que en esos momentos estaba temblando y lo abrace, simplemente puse mis brazos a su alrededor y lo estreche lo mejor que pude. Él al darse cuenta de lo que pasaba se echó a llorar, no lo culpaba, el vagar por todos lados sin nadie que te pueda ayudar es algo que no le deseo a nadie.

En realidad, eso es algo que conozco muy bien, ya que después de que uno de los nietos de Minerva decidió ejercer su “poder” sobre los fantasmas, diciendo que no eran más que seres sin importancia ni sentimientos y que solo servían para ser esclavizados. Hades no se lo tomó muy bien y como castigo lo dejó deambulando un par de meses como si fuera uno de esos "espíritus inservibles” como él los había llamado. Y ahora por eso es que antes de que nuestros "sentidos" se adapten para ver y tocar a los espíritus, vagábamos por una semana o algunos días según el caso. Para que nosotros supiéramos a lo que se enfrentan las almas errantes.

Debo admitir que esa fue una semana de lo más terrorífica, yo aún era una niña cuando todo pasó, recuerdo que quería hablar con las demás personas y ellos no me veían, era como si hubiese dejado de existir.

-Ya ya, tranquilo. Yo estoy aquí y te voy a cuidar, no hace falta que te asustes.- tranquilicé al niño mientras frotaba su espalda con mi mano- ¿Me podrías decir cómo te llamas?

-E-e-elliot- tartamudeaba un poco por las lágrimas, al menos había dejado de llorar. Ya solo hipaba y sorbía los mocos. Incluso después de tanto tiempo, aún no sé cómo era posible hacer eso siendo un fantasma.

-Mucho gusto Eliot, mi nombre es Alice.-le sonreí mientras me sentaba en la raíz de un árbol con Eliot en mis brazos-¿Tienes algo que quieres hacer?

-Quiero encontrar a mi mami- decía al mismo tiempo que escondía su rostro en mi hombro.

-¿Recuerdas cómo se llama?- el negó con la cabeza, aun escondida en mi hombro. Bien, esto será más difícil de lo que creí.

-Espera, mi mami me dijo que si me perdía, le dijera a un hombre de azul un numero-su cara se había iluminado mientras me contaba lo que acaba de recordar- Pero nadie me hacía caso cuando les hablaba, por más que lloraba no me escuchaban.- comenzó de nuevo a llorar.

PhantomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora