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A C T U A L I D A D | METRÓPOLIS
CAPÍTULO 3 ━━━━━━━━━━━━━━
Corinna alisó el velcro del chaleco antibalas a su pecho. Sintiendo la presión del material apretujándole con salvajismo, pero una vez que miraba el espejo frente a su casillero, todo ese panorama borroso y confuso cambiaba. Era oficial de metrópolis, de los mejores. Buscaba cambiar el estado criminal de la ciudad así tuviera que arriesgar su vida para conseguirlo.
—Ruthford— llamó su compañero desde el arco de los vestidores, apenas asomando un cabello por vergüenza a meter las narices en donde no debía—. Tenemos un llamado de disturbio doméstico en el centro, ¿vienes?
No lo sabría jamás. Quizá un día, después de mirarse antes de partir a una misión no volvería a ese mismo lugar. El destino de un oficial no estaba asegurado a nada ni a nadie, su vida corría riesgos inimaginables siempre que se levantaban. Enemigos, locos, desesperados. Una interminable lista que guardaba en su subconsciente.
Asintió, guardando un momento en silencio. Cerró la cabina del casillero, pegando una última bocanada de aire antes de encaminarse dentro del escándalo rutinario de la comisaría. Se debía pasar por ahí hacia el pasillo principal. El objetivo siempre eran los elevadores a los pisos inferiores, donde el aparcamiento aguardaba las unidades de sirenas azules y rojas brillando diariamente por las calles.
—¿Supiste lo que hizo Superman?— alardeó una vez en el elevador, mirándola de soslayo de vez en cuando.
Se encontraba inusualmente serena. Posiblemente perdida en sus pensamientos, o sea que él se daría cuenta más adelante que estaba hablando con la pared y no con una persona estable en la tierra.
—Rechazó las llaves de la ciudad, ¿puedes creerlo?— exageró, abriéndose paso por el aparcamiento una vez que las puertas de metal se abrieron y la patrulla apareció estacionada en el rincón.
¿Creerlo? A decir verdad si, lo creía. Superman era un héroe, no el mesías. Los habitantes tendrían que abrir los ojos tarde o temprano a los daños que causaba año tras año. Su percepción de gastos no era nada más que un vago pensamiento paseándose de vez en cuando por su cabeza, como una cantaleta continua hasta que uno decide ignorarla. Persiste, pero lo hace más bajo. Eso hacía Superman. Ignoraba la ley, hacía todo bajo su propio criterio.
—¿No sería genial que llegara mientras estamos trabajando? Nos ahorraría tiempo— resopló aliviado.
Claramente por su expresión sólo quería mofarse en la cara de Corinna, pero debido a la seriedad de la mujer, recibió una mirada fulminante encima del techo de la patrulla, seguido de un fuerte golpe en este. Resonó el metal tras el choque de su palma cubierta por el guante. Terry, que se leía en su matrícula enganchada a su camisa, tembló de miedo. Y por obra de magia se le cosió la boca.
