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Nathaniel estuvo de vuelta después de una hora, con pollo y pasta.
La carta ya estaba en el sobre con todo lo necesario para que pudiera enviarla, con excepción del lugar desde el que se enviaba. Aunque sabía que no era posible obtener respuesta alguna, tenía la fuerte esperanza de que esta carta llegase a las manos de mi padre.

Después de dejar la comida, se fue junto con la carta.

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Nathaniel bajó las escaleras, dejando el sobre encima de una pequeña mesa. Seguía cuestionándose si debía mandar la carta. No pensaba espiar y leer el contenido; por más que ella quisiera, no había nada que pudiera delatarlo, ni revelar su ubicación.

Cuando oscureció, tomó la carta y caminó hacia la puerta, dispuesto a buscar a algún mensajero que pudiera entregar la carta. En el fondo se sentía culpable de lo que hacía, de mantener a alguien cautiva, y pensó que lo menos que podía hacer era ayudarla a despedirse de su padre.

Cruzó todo el pequeño bosque sin interrupción alguna. Estando finalmente en la puerta, los guardas abrieron la puerta, pero no para él.

—¿A dónde vas?

—A ningún lado señor.

—¿Entonces que haces aquí?

Nathaniel estaba tenso, pero pudo disimular.

—Vine a ayudarlo con sus cosas.

—Ah, excelente.

Cuando el chico le dio la espalda a su jefe, recibió de su parte un golpe tan fuerte que logro noquearlo.

—Revísenlo.

Los guardaespaldas que iban con él revisaron la ropa del muchacho, pero justo cuando iban a levantarse, encontraron la carta que la princesa había entregado.

—Mi señor, encontramos esto.

Le entrego el sobre al hombre, que la vio detenidamente, hasta que sus ojos se detuvieron en la firma de su princesa y en el destinatario.

—Ya saben qué hacer.

El hombre dejó a sus guardaespaldas atrás y entro solo a su mansión, ansioso por ver a su princesa. Usaba una boina que lograba cubrir gran parte de su cara y una gabardina que ocultaba su complexión física.

Al entrar finalmente al que ahora consideraba su hogar, lo primero que hizo fue, en total silencio, asegurarse de que la habitación de su princesa estuviera cerrada con seguro, para poder pasearse libremente sin que ella supiera que él estaba ahí, o por lo menos sin saber quién era.

Fue a sentarse frente a la chimenea después, pensando en qué hacer con su nueva adquisición, hasta que recordó que tenía una carta en el bolso.

La sacó y la tuvo en sus manos unos minutos, observando detenidamente la letra de la princesa. Podía notar que la carta tenía su aroma, el cual adoraba.

No pudo resistirse y abrió la carta para leer el contenido. Por poquito y logra sentirse culpable de sus hechos al ver la carta a su padre. El sabía lo mucho que lo amaba, pero él sabía que no resistiría la idea de ver al amor de su vida casarse con alguien más, especialmente con alguien que no ama.

El Secuestro de La PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora