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El aire emitió un quejido silbante al ser cortado por la afilada hoja del bracamarte. Eutropio consiguió esquivar el golpe en el último instante, descargando su bastarda sin piedad en el costado del desguarnecido atacante. Su mano se empapo de cálida sangre y su adversario se desarticulo agonizante a sus pies.

Eutropio gasto un solo instante en mirar a su espalda el desolador escenario de cuerpos sangrantes que había dejado tras la inútil confrontación.

Mientras emprendía el camino hacia el lugar en el que su montura aguardaba impasible, inicio la limpieza de su bastarda. Se sentía orgulloso de Pia, era un arma increíble, tal vez la mejor que había empuñado nunca y debía agradecerle a Serapio eternamente su maravillosa fragua.

Los seis pobres desventurados que ahora se retorcían doliéndose de sus heridas, no suponían mas que una larga sucesión de emboscadas destinadas a evitar su llegada a Ferreol y estaban convirtiéndose en algo molesto para Eutropio.

Dos largas semanas habían transcurrido desde que inició su viaje por encargo del gran señor de Zemonan, Auxibio el grande, con la imprudente intención de rescatar a Benilda de su compromiso con Caciano, hijo mayor del regente de Arturia, Columbano, al que todos llamaban el Ladino.

Eutropio era muy consciente de lo disparatado que resultaba su encargo. Conocía desde la niñez a Benilda y sabía que lo que estaba sucediendo en Arturia no era fruto de ninguna imposición ni de ningún oscuro complot contra Zemonan, simplemente eran los devaneos de una caprichosa mujer acostumbrada a desafiar a sus progenitores con el único fin de dañarles en lo más profundo. Pero él se debía a su señor, tenía que intentar convencer a Benilda y borrar la mancha que supuso en su biografía la burla de la primogénita, aunque ello le supusiera enfrentarse a todo el ejército de Arturia.

Benilda era una mujer astuta, no escasa de belleza y altamente dañina. Unía a sus encantos un escalofriante desprecio por el género humano en general y por sus allegados en particular. Estaba altamente capacitada para utilizar cualquier medio para conseguir sus fines y muestra de ello había sido lo que había ocurrido en el último año.

Eutropio recordaba como doce meses atrás Benilda acudió a la gran reunión de mandatarios que se debía celebrar en la ciudad de Bleica, desoyendo las mil objeciones de su padre, los enormes pesares de su madre y los terribles silencios de Eutropio.

Él fue sugerido o más bien exigido, como su escolta por ella y se encontró en la terrible necesidad de seguirla a todas partes con la única intención de evitar sus aclamadas fechorías.

Bleica es una hermosa ciudad llena de canales, templos, palacios, mercados y sobre todo casas de juego, el peor de los lugares para dejar a su libre albedrio a Benilda, una mujer dotada de un don especial para encontrar problemas donde otros solo hayan distracción.

Tras siete largos años de luchas entre las tres mayores monarquías de las tierras centrales, el señor de Bleica había logrado el tímido compromiso por parte de los contendientes, de una corta pausa en las confrontaciones con el fin de lograr una reunión a tres bandas y tratar de alcanzar la paz deseada por todos los de reinos, los contendientes y los neutrales. Zemonan, Arturia y Eberanda accedieron al encuentro, desgastados y disimulando la ruina, que acechaba a sus arcas, tras la largar confrontación.

Auxibio había puesto todas sus esperanzas en el encuentro, muchos aseguraban que había sido el inductor de los deseos de Cleto el señor de Bleica. Albergaba la firme creencia de una agradable solución ante la perspectiva de la unión de Eberanda y Zemonan por medio de sus primogénitos. Para Auxibio supondría una asociación que le garantizaba la salida al mar de sus productos a través del mejor de los puertos de las tierras centrales, además de evitar los inagotables deseos de aniquilación que Arturia albergaba para su reino desde que el tenia memoria. Solamente había un inconveniente, el mismo que había supuesto el inicio del conflicto con Eberanda, su hija Benilda. Ella era su castigo, la que iniciaba conflictos, la que disfrutaba haciéndole sufrir, ella era su azote y a la vez la única que podía resolver sus problemas.

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