Homobono sabía que no tenía rival pasando inadvertido entre la muchedumbre. Sus más cercanos le consideraban un auténtico maestro en estas lides. Puso todo su empeño en cumplir con su ganada fama y simplemente se fusiono con la marea que inundaba la ciudadela ansiosa por celebrar las nupcias reales.
Con la escasa información que le habían proporcionado, creía haber localizado a su posible rival. Lo cierto era que le estaba costando seguirle pues el también dominaba con maestría el arte del camuflaje. Pero Homobono no perdía una presa desde que tenía diez años. Recordaba como entonces su padre le había iniciado en el camino de los guerreros Emigdios. Le enseño todo lo que él sabía, pero aun así se movía con torpeza y había perdido cuatro presas en las últimas semanas. Ese día su padre le encargo seguir con cautela a su madre. Fue concienzudo, se aplicó con especial esmero, pero ella escapo a su vigilancia en el mercado de Marya. Aquello hirió su ego profundamente, debilitando su autoestima. Saber que hasta su madre podía esquivarle le toco en lo más profundo e hizo la promesa de que jamás volvería a perder una presa y así fue- Duplico su entrega, maximizo su esfuerzo y exagero su dedicación. Desde entonces nunca perdió a ninguno de los que hizo su presa. Ahora seguía a aquel escurridizo Zemonio por las callejuelas de la zona sur, con la fijación que merecía y la certeza de que incrementaría su larga lista de éxitos.
Homobono vio como su presa se deslizaba cautelosa en el interior de un abandonado almacén de grano, considero que ese sería el lugar idóneo para abordar a su objetivo.
Años de duro entrenamiento en el clan de los Emigdios, eternas horas de sufrimiento, de apaleamientos, de vejaciones, de confrontar contra compañeros a los que se había visto obligado a castigar, a arrebatarles la vida, para alcanzar su meta, el grado máximo dentro del clan, habían hecho de su cuerpo un arma y de él el instrumento ideal para cazar a cualquier objetivo. Hoy le tocaba a aquel desgraciado. Era una misión menor, no era digna de alguien de su rango, Licerio comenzaba a menospreciar sus capacidades y le encargaba misiones que cualquiera de sus discípulos podría llevar a cabo con facilidad y eso le exasperaba. Homobono se había enfrentado en el campo de batalla a innumerables adversarios considerados mas fieros que él y los había derrotado. Había servido con disciplina y lealtad a Licerio desde que unieron sus caminos el día que este se convirtió en Primer Ministro y el rey le encomendó proteger su vida y nunca le había fallado. Homobono se había convertido en alguien importante asesorando en estrategia a Licerio y en su mejor confidente, incluso él se consideraba su amigo. Pero ahora le empezaba a menospreciar, encargándole minucias, apartándole de su lado, privilegiando a Ursicino por delante de él. Tal vez fuera por su belleza, o por su juventud, o por su marcada musculatura, pero Ursicino comenzaba a ocupar su lugar al lado de Licerio y eso solo se lo consentía a Cristino.
Con Cristino tenía una relación especial, eran camaradas, compañeros, amigos. Habían vivido mucho junto a Licerio y eso les había unido. Pero Ursicino era un recién llegado, y aunque el Primer Ministro sintiera una insana inclinación hacia su hermosura, él tenía que apartarle de él. Homobono se consideraba por encima de él... o ¿tal vez solo fuera en su imaginación? ¿Y si todo eran puras fantasías suyas? ¿Y si Licerio nunca le había visto como un amigo? ¿Y si realmente no era nada para él? No, eso no podía ser, él era el mejor, el más cualificado el más...
De las sombras del almacén una daga, ligera y bien equilibrada, corto el tenue velo de polvo que impregnaba el ambiente y se alojó en el musculoso pecho de Homobono seccionando su carne y derramando su sangre sin que él pudiera impedirlo. Le había pillado desprevenido. Estaba ensimismado en sus preocupaciones y había olvidado años de férrea disciplina por estar pendiente de sus sentimientos. Si no actuaba con rapidez podría perder la vida allí.
Homobono, desprendió de su pecho el acero y trato de taponar la herida con parte de su camisa, pero parecía casi imposible cortar esa hemorragia. El juicio se le nublaba y la conciencia quería escapar de su ser, pero se exigió un esfuerzo para evitarlo. Arrinconado tras una columna de madera, arropado por las sombras, trataba de ver como podía contraatacar a su presa evitando perecer en el intento.
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Insufrible
FantasyZemonan, Arturia y Eberanda acaban de salir de una larga guerra entre los tres reinos provocada por la insufrible Benilda. Ahora Eutropio debe evitar que Benilda continúe haciendo prosperar sus fechorías y que con ello consiga acabar con la paz qu...