El Primer Ministro.

16 3 0
                                    


Licerio desgranaba sus pensamientos, tratando de apartar los grises de aquellos que creía serian brillantes. Intentaba sobre todo seguir siendo lo más discreto posible, sin dejar de lado su inquebrantable muestra de lealtad y fiel servidumbre a los intereses de Columbano.

Perdía la memoria sobre los años que llevaba dedicado al enorme esfuerzo de convertirse en una persona imprescindible para el regente, sin que ello supusiera exponerle a la perversión de ser un ser público y reconocible. Licerio, prefería el anonimato, o al menos el segundo plano, ese en el que puedes controlar y evitas ser manipulado.

Licerio aun recordaba como despertando a la juventud había abandonado su pueblo natal para ingresar en la orden de los Palemonios. Durante años una férrea disciplina, acompañada de una sumisión absoluta al culto, le habían permitido embriagarse con la mayor reserva de conocimientos del mundo conocido. Con discreción y siempre tratando de no llamar la atención y sobre todo, de no dejar entrever ni un triste atisbo de aquello de lo que se estaba nutriendo, llego a convertirse en un sabio, en alguien para quien los misterios del mundo eran su dominio y al que estos nunca llegarían a sorprender ni atrapar sin un plan al que aferrarse.

Licerio llevaba un tiempo tratando de desvelar el verdadero rostro de la prometida real. Benilda no había conseguido engañarle, Licerio sabía que era todo fachada, un lienzo dibujado con agradables pinturas de pastel para embaucar al inepto de Caciano. Tenía la absoluta certeza de que su alma albergaba un ser calculador y cargado de odio y antipatía por todos los que allí habitaban. Para su desgracia hasta ese momento no había logrado desenmascararla, ni tan siquiera había logrado pillarla en un triste desliz y esta situación le frustraba y cargaba de pensamientos grises que alejaban los brillantes y los convertían en fútiles proyectos.

—Señor, llegan informes de que es posible que uno de los enviados a rescatar a la prometida real se encuentre ya en la ciudadela. —Cristino había sido uno de sus grandes descubrimientos y desde el día que le libero del yugo de la esclavitud, su más fiel servidor.

—¿Estás seguro de ello Cristino? Nos jugamos mucho en estos días, si Benilda se sale con la suya puede acabar con nosotros.

—Señor, son solo informes, pero quien me lo hizo saber es de fiar, aunque bien es cierto que no sabe nada de su paradero ni de quien es, solo sabe que hay mucho movimiento por el lado sur de los supuestos adeptos de la prometida real.

—Pues no nos quedemos atrás. Que Homobono se encargue de ello, creo que es el más cualificado para ello, suele ser discreto y muy hábil con los fierros.

—Me encargo de que se cumplan sus órdenes señor.

Cristino abandono la estancia del Primer ministro Licerio. El ébano de su piel, engrandecido por su elevada talla, le convertía en un personaje singular y único en aquel reino. Pocos eran los que mostraban una piel distinta al blanco casi albino que predominaba en el reino de Arturia. Muchos recurrían a la magia y a complicadas operaciones realizadas por diestros chamanes para ocultar rasgos y aclarar pieles que les hicieran destacar entre la recta y monótona clase alta de Arturia. Licerio no era albino, ni siquiera era rubio, se conformaba con pertenecer a esa amplia mayoría que formaban los poco favorecidos por el vil metal y entre ellos se mimetizaba a pesar de su rango y condición. Siempre había preferido la compañía de la plebe e incluso de la burguesía a la de los nobles y ellos se lo agradecían, nunca olvidaban sus raíces y no estaban dispuestos a aceptarle entre ellos por mucho capricho que tuviera su rey con él.

Lo cierto era que su puesto no fue fruto de ningún azar y menos de un antojo real. Licerio llego a Columbano siguiendo una estudiada escalada entre los distintos peldaños de la influencia cortesana. Dejo la orden cuando considero que nada más podían aportarle y encamino su sendero sirviendo a un afamado pleiteador que reconoció en él una basta y amplia capacidad para llevar a la práctica todo aquello que le enseñaba así como todo aquello que ya conocía. Trasvaso sus servicios a la cámara de comercio de Arturia, para desespero del pleiteador y regocijo del conde Indalecio, al que había humillado en mas de una ocasión en los pleitos en que se enfrentaron. Pero poco le duro el disfrute pues pronto el Ministro de Exteriores requirió de su presencia y tiempo después de él la requirió el que entonces era Primer Ministro hasta que Columbano, tras largos años al sirviendo en el anonimato, detecto que quien en realidad había convertido a un corto mandatario en un increíble gobernante, no había sido la fortuna sino su inseparable secretario Licerio. Sin precedente en el que apoyarse y rompiendo normas con los nobles, por primera vez alguien de cuna baja llegaba a ostentar el segundo cargo más importante del reino. Muchas fueron las suspicacias, los reproches y las reclamaciones, pero pronto todas fueron quedando en el olvido cuando, en ese mismo olvido o mejor dicho en el anonimato de quien no quiere gloria, Licerio fue ocultándose y dejando las candilejas y los halagos para los albinos de alta cuna. Su cometido era enderezar un país maltratado por gobiernos caprichosos de los poco capacitados nobles que habían llegado a ser Primer Ministro. Debía sumar a esta tarea cortejar y adular el ego del Rey para poder anteponer sus planes y esquivar o enterrar los dislates de Columbano.

Lograr firmar la paz en unos términos sumamente convenientes, dada la predisposición que Arturia tenía a fenecer en la guerra tras el desaliento y la escasa o ninguna ansia de triunfo en las filas de sus ejércitos, supuso un logro sin precedentes. Licerio aun recordaba lo escaso de su regocijo cuando se encontró con un matrimonio pactado con la ladina heredera de su enemigo mas encarnizado. Todos sus proyectos perdieron su brillo para convertirse en tristes sombras grises, sin horizonte en el que ver la luz. Benilda suponía un problema enorme para la expansión de Arturia. Unir los dos reinos en un matrimonio suponía doblegar a Arturia a la poderosa Zemonan. La guerra la habían soportado por la intervención de un tercer contendiente, mas dedicado a hostigar a Zemonan que a tratar de confrontar con ellos. Aun así había supuesto llevar a los lindes de la bancarrota al reino. Ahora todo podría ser distinto si no fuera por el acuerdo matrimonial. Licerio había enviado a los mejores de sus afines entre los asesores de los nobles encargados de la negociación. Sabia de la importancia del acuerdo, pero también era consciente de lo inútiles que eran los Nobles Artúricos en cualquier tipo de confrontación dialéctica, por ello les había encarecido que se apoyaran en sus asesores. Alecciono con rigor a estos y les obligo a que no se separaran nunca de sus asesorados, pero por desgracia las noticias que llegaban de Verísima estuvieron próximas a hundirle en la depresión. Auxibio movía ficha y estaba ganando la partida.  

InsufribleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora