La insufrible.

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Benilda no soportaba a Caciano. El heredero del trono conseguía hacer bullir su paciencia hasta convertirla en principio de demencia. Pero era consciente de su auto-impuesta obligación de soportarle e incluso agasajarle, mimarle y complacerle, si realmente deseaba llevar a cabo sus planes, aunque ello la hiciera pasear por los lindes de la locura.

Durante el largo año que llevaba alimentando su ladino plan, Benilda había comprendido que solamente el recuerdo de una persona pellizcaba la añoranza de todo lo que dejo atrás en el reino de Zemonan. Eutropio se había convertido en alguien importante para ella con el paso de los años. Siempre había estado junto a ella, desde pequeños. Era la única persona que se atrevía a decirle las cosas tal y como las veía, que se enfrentaba a ella y era capaz de reprenderla por sus vilezas, aunque jamás siguiera sus consejos e hiciera caso omiso de lo que le indicaba. Pero a pesar de todo siempre había estado junto a ella, cuando le necesito, cuando simplemente estaba allí e incluso cuando le desprecio y ahora comenzaba a darse cuenta de que extrañaba su presencia.

El tiempo seguía pasando inexorable y sus actos pronto encaminarían a todos al final que ella deseaba. Pero aun quedaba mucho por hace y lo pero era que debía seguir disfrazando ante Caciano la repulsa y el desprecio que este la provocaba.

Habían pasado cuatro semanas desde que Columbano enviara a su sequito de inútiles nobles a negociar con su padre los puntos sobre los que se asentaría su alianza tras el matrimonio de su hijo con ella y las noticias que llegaban eran desalentadoras.

Benilda era consciente de la enorme batería de artimañas que su padre utilizaría para tratar de entretener a los nobles. En Zemonan uno podía distraerse de mil y una formas y perderse en vicios de los que los nobles de Arturia jamás habían sospechado que pudieran existir. También era aconsejable añadir la variable de que los habitantes de Arturia y más sus nobles, eran gentes de férreos y anticuados caracteres, acostumbrados a vivir entre austeridades, dedicación a la oración y la disciplina, lo que les convertía en presas fáciles para un taimado truhan como lo era su padre. Por ello las novedades que llegaban a Benilda no eran otras que las negociaciones retrocedían adecuadamente para los intereses de Columbano mientras regocijaban a su padre. Más preocupantes eran los informes de que en distintos y distantes puntos a ambos lados de la frontera, habían sido encontrados los cuerpos sin vida de varios destacamentos de hombres, de aquellos con los que Columbano había sembrado el camino que llevaba a la capital, con la única y precisa idea de disuadir cualquier intento por parte de Auxibio para recuperar a su hija y así evitar los que estaba próximo a suceder.

Benilda albergaba la esperanza de que alguno de aquellos grupos que su padre había enviado para "socorrerla" fuera comandado por Eutropio, aunque ello la supusiera una extraña sensación de incertidumbre ante la posibilidad de que resultara herido en las confrontaciones. Lo cierto era que aquella sensación era nueva y altamente desconcertante.

Benilda jamás había sentido aprecio por nadie y mucho menos preocupación. El sabio Licerio a petición de sus padres la había estudiado durante largas temporadas y había llegado a la conclusión que lo suyo era una falta total de empatía por nada ni nadie que no fuera ella misma. Para sus padres había supuesto un amargo trago, uno más de los muchos que les había servido y de los infinitos que aún estaban por llegar, pero para ella solamente había supuesto algo que ya sabía, que a ella los demás no la importaban, por ello ahora se extrañaba ante esas sensaciones que Eutropio despertaba en ella con la distancia. De lo que si era muy consciente Benilda era de su desprecio por casi todos los que la rodeaban, algunos no merecían ni eso y por ello despacho pronto las ideas y pensamientos sobre Eutropio y se centró en tratar de destruir a su babeante prometido.

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