Perdidos, hallados.

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Sentía su lucha interior, la confrontación de su mundo sentimental con su mundo racional. El dolor por la pérdida de aquel al que privilegio con su incondicional amor platónico, trataba de imponerse a su integridad como gobernante, a su capacidad para abstraerse de lo que le rodeaba primando el bien común. La pugna debilitaba su estado, distraía su mente, confundía su intelecto. Deseaba con fervor dejarse arrastrar por la depresión, abrazar la melancolía, nadar en los tristes mares de la perdida. Su alma imploraba abandonarse a la tristeza. Su mente luchaba con ahínco en pos de lo certero, de lo veraz, de no abandonar a un pueblo que dependía de él en las garras invisibles que amenazaban con someterlo.

Licerio era consciente de que su abnegación arrinconaría la melancolía, el dolor, la tristeza, en pos de luchar por salir de allí donde les llevaran las conspiraciones de Benilda.

La frustración también competía con el mar de sentimientos que inundaban su consciencia. No saber que tramaba, no poder anticiparse a ella y no recibir más que noticias desalentadoras sobre los movimientos que había realizado para aventajarla, ahogaba su iniciativa. Deseaba lograr un avance, una ventaja pero esta no llegaba.

Cristino también empezaba a preocuparle. Era importante para él, imprescindible, y los últimos hechos también habían mellado su confianza, su infalibilidad, la frustración mellaba también su determinación. Licerio sabía que empezaba a obsesionarse con ofrecerle la venganza que tanto anhelaba, pero él era consciente de que no podía dejarle perderse en ese mundo y para ello el primero que debía cambiar su actitud, su fachada era Licerio. Debía volver a ser el gobernante que todos conocían, apartar los fantasmas, generar confianza para que los próximos se empaparan de ella.

—Señor no traigo noticias buenas sobre el Zemonio...

—Olvídate de él. Ahora no es lo más importante. Lo importante es lo que trama la princesa. Eso es lo importante. Debemos centrar todos nuestros esfuerzos en adelantarnos a sus movimientos. Y mira, si por el camino alguien hace que desaparezca, tal vez así evitemos el desastre. Ya no sé que pensar de ella. He de reconocer que me tiene confundido. — Licerio quedo petrificado ante la energía de las palabras de Cristino. Su actitud, su pose, la frescura al hablarle. Aquel no era el desangelado amigo que había dejado perdido bajo una nube de tristeza unas horas antes.— A veces pienso que es tan insustancial como aparente, pero otras pienso que todo es un engaño...

—¿Señor eso quiere decir que abandonamos la cacería del asesino?

—No querido Cristino, eso nunca... nos centraremos en nuestras prioridades, dejamos ese tema en un segundo plano. Gasta los recursos justos para tratar de pararle, no quiero mas muertes, si es posible evitarlas. Lo que nos interesa ahora es impedir que la princesa Benilda acabe con nuestro reino. Se que trama algo, pero no logro descifrarlo y necesitamos un indicio, una pista que nos ponga en el buen camino. — Licerio fingía, trataba de ser el de siempre, de centrarse en lo importante, pero en su mente, machacona, la idea de la venganza golpeaba con furia tratando de apartar todo lo que interfiriera su camino.

—Si así lo deseáis, creo que tengo algo que puede ser útil... bueno mas que algo alguien, el mago Romualdo.

—¿Romualdo? Es un poco inútil, es mas un alquimista y de los malos, no sé como nos puede ser útil.

—En si no es el quien nos interesa, es su frailecillo.

—¿Frailecillo? ¿Un monje? No te entiendo Cristino.

—No señor, no es un monje, es un duendecillo, es el duende domestico del mago, lo bueno de estos duendes es que pueden encogerse y menguar hasta el tamaño de una hormiga, ideal para entrar en cualquier lugar y escuchar sin ser vistos, además son traicioneros como todos los duendes y por las noches son capaces de atormentar a sus víctimas sin que se enteren, despertaran con los ojos dañados y la piel escocida, lo justo para fastidias sin dañar.

—No estaría mal regalarle un escarmiento a la princesa, pero lo interesante es lo de colar un espía cerca de ella que nos informe y nos pueda dar algo de ventaja. Ponte en contacto con el mago y recluta al duendecillo, imagino que tendrá un precio.

—Es un duende doméstico, sirven a sus amos, y se cómo convencer a Romualdo. — Cristino dibujo una sonrisa pícara que fue correspondida por Licerio, su espíritu se colmó de gozo al volver a ver un atisbo de alegría en el Primer ministro.

Cristino se despidió de Licerio encaminándose hacia su nuevo cometido, mientras el gobernante abandonaba su fachada mientras tomaba un sorbo de melancolía antes de enfrentarse a sus deberes y obligaciones.

El día transitaba en su agonía, alumbrando a la noche, cuando apareció de nuevo Cristino, alterado y nervioso.

—¡Señor lo conseguimos! ¡Por fin tenemos algo sobre la princesa! — Sonreía exultante, sabía que era lo que esperaban y que esto podría paliar en parte la tristeza de Licerio.

—¿De verdad? ¿No me engañas?

—No señor, el frailecillo ha sido efectivo, sé parte de los planes de la princesa.

Licerio no se lo podía creer. Llevaba tanto tiempo tratando de enterarse de que tramaba Benilda y resulta que había sido tan fácil como recurrir a un duende doméstico, la paradoja resultaba cómica.

—Pues cuéntame, necesito saber para ponerme manos a la obra y arruinarlos.

—La boda, su obsesión es la boda. No fingía con lo de organizarla, ni con sus deseos de celebrarla, ante todo quiere casarse. Ha encomendado a sus espías que eviten que el infiltrado llegue a ella, no quiere ser rescatada... Lo que aún no sabemos son los motivos, esos no se los confía a sus esbirros, necesitara algo mas de tiempo el frailecillo, sabe de alguien que le puede ayudar, mañana me pondrá en contacto con el...

—Cristino, eso ya lo sabíamos. Esta aquí para casarse. Su padre no quiere, eso ya lo sabíamos.

—No, sabíamos que estaba aquí para casarse, pero creíamos que era cosa de dos, pensábamos que había sido el príncipe quien la había embaucado, pero fue ella la que lo planeo, ella fue quien le embauco. Ahora sabemos que la parte fundamental de su plan es la boda. Ella así se lo aseguraba a su confidente. Si atrasamos o incluso conseguimos anular la boda, estropearemos sus planes. Además por el frailecillo sabemos que todo es mentira, que es calculadora y lista, que no es una mojigata, que ella es lo contrario a lo que nos muestra.— Cristino exponía eufórico sus deducciones, ante la mirada perpleja y algo confundida de Licerio.

—No se, ando confundido. Me alegra que se confirmen mis suposiciones sobre ella pero en lo otro. Yo me he opuesto a la boda desde el principio pero no he conseguido nada... — Licerio quedo un instante pensativo. La luz cegadora del entendimiento le alumbro sin compasión. — ¡Claro! ¡Eso es! ¡La muy bruja! Por eso está obsesionada con casarse. Que mejor que un inútil y un borracho para dominarlos. Los tiene embaucados con su inocencia, con su dulzura, no esperan de ella nada malo, no hemos sido conscientes de lo que metíamos en casa. Su plan es audaz, si se corona heredera podrá manejarlos a capricho. Tendría dos reinos para ella, solo el obstáculo de su padre, y el mio, la impediría dirigir el mayor reino de la comarca central. Seguro que tiene algo pensado para librarse de nosotros en el momento adecuado.

Licerio quedo de nuevo pensativo, debía procesar la información y sus suposiciones, pero a Cristino aquello le llenaba de gozo, verle de nuevo reverdecer como el gran hombre que siempre había sido le colmaba de alegría.

—Cristino, creo que lo siguiente va a ser buscar aliados.— Una terrible chispa de malicia volvió a la mirada del gobernador. — Tú ocúpate mañana de tu nuevo espía, yo enviare misivas al padre de nuestra díscola Princesa, creo que podemos encontrar ayuda en él.

—Como desee señor, mañana me pondré manos a la obra. Otra cosa... Me alegra muchísimo ver que ha vuelto, que está mejor. — La sinceridad y la calidez de la amistad inundo el espíritu de Licerio. Espontaneo se acercó a Cristino y se abrazó a él, lo necesitaba, así como hacerle comprender a su amigo lo importante que era para él.

La soledad volvió a cobijarle cuando su fiel Cristino abandono su habitación. Debía escribir a Auxibio, debía hacerlo por cauces rápidos y discretos, lo importante era evitar que ella se enterara, que ella sospechara. Tenía la certeza de que el rey de Zemonan no deseaba la unión, lo había demostrado con suficiencia durante las negociaciones, pero se le escapaba porque Benilda también había propiciado el atraso de la ceremonia. Había algo más, algo importante no sabían aun e iba a resultar fundamental saberlo para evitar los planes de la princesa.

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⏰ Última actualización: Mar 28, 2019 ⏰

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