El incondicional.

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—¡Señor! ¡Señor! Malas noticias traigo, Homobono ha caído. Encontraron su cuerpo en la zona sur de la ciudadela. — Jadeo Cristino con la voz compungida por las noticias.

—¿Qué es lo que mascullas? ¿Me estas tomando el pelo? Acaso ¿tienes ganas de broma?— Licerio bramo con rabia mientras se separaba de sus contertulios.

—No mi señor, es cierto lo que le digo. Siento un gran pesar por darle estas noticias, pero son ciertas.

Licerio miraba desencajado a Cristino. Su mente no era capaz de procesar lo que escuchaba, se negaba a aceptar las fatales noticias que su inseparable compañero le trasladaba. Homobono su fiel compañero, su adorado, su suspirado, su deseado, había partido rumbo al mar de los caídos y el quedaba aquí sin poder decirle lo que tantas veces había deseado.

—¿Cómo puede ser? ¿Quién se ha atrevido? ¿Cómo... — El llanto broto sin contención, mientras Cristino se apresuraba a desalojar a los presentes y a cerrar las puertas, para que nadie pudiera contemplar al más importante de los afines al rey, quebrar su alma presa del sufrimiento.

—Señor, parece ser que cayó en una emboscada de los esbirros de Auxibio. Supongo que debían ser bastantes para poder doblegar a alguien tan formidable como Homobono.

—Cristino, ¡dijiste que era un solo hombre! ¡Un hombre! eso me informaste, por eso mande solo a Homobono para que se distrajera con algo sencillo y ¡ahora me insinúas que han sido varios los que le atacaron!

—No lo se... todo es confuso aun.

—Pues aclara la confusión y pon en alerta a toda la guardia, que patrullen sin descanso y que retengan a todos los sospechosos. ¡A todos!

—Sin falta mi señor. Ahora mismo me encargo de transmitir sus ordenes...

—¡YA! ¡VUELA!

Cristino se esfumo de la estancia, dejando tras de si a su señor dolorido, deprimido y encolerizado.

Sin dilación, sin descanso y con toda la autoridad que le confería su cargo, repartió ordenes, lanzo reproches, exigió acción y sobre todo, movilizo a todo aquel que estaba disponible entre los mandos de la guardia de la capital.

Cristino conocía los sentimientos y las inclinaciones de su señor. El tiempo la convivencia y la complicidad le habían convertido en un experto en todo lo concerniente a Licerio, a pesar del manto con el que Licerio trataba de ocultarlo, pero era algo imposible. Cristino se ocupaba de todo lo íntimo. De su ropa, de su correspondencia, de hacer llegar y recibir mensajes. El tiempo, la necesidad y la certeza de una férrea amistad, infundieron en Licerio la convicción de que no podía ocultar nada a su fiel compañero. Desde ese momento también le correspondió ocuparse de facilitar las ocultas llegadas y las convenientes desapariciones de sus compañeros de lecho.

Cristino perdió su juventud en su tierra natal y se escapó parte de su madurez esclavizado por el conde Vizancedo, un despiadado esclavista especializado en hacer incursiones por las tierras del sur, allí donde él había dejado su hogar y había perdido a su familia. Licerio le libero a él y a todos con los que aun no había conseguido enriquecerse el desalmado conde, en una incursión por tierras de Catirsa, encaminada a buscar rutas comerciales alejadas de los conflictos con sus vecinos y que les acercaran a las ricas tierras del sur. Licerio no soporto la condición de esclavista del conde y menos aun ver el sometimiento de aquellos pobres subyugados, decidido terminar con el negocio liberar a presos y opresores obteniendo una colonia afín a Arturia y el primero de sus puertos de la nueva ruta comercial.

De todos los que ese día obtuvieron la libertad, por alguna extraña e impredecible razón, Licerio se fijó en él, le pregunto, le interrogo, quiso saber de sus conocimientos, de su vida, de su familia, fue como si algo le indicara que Cristino era la persona que el necesitaba a su lado. Desde entonces nunca mas se separaron.

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