Capítulo 3: ¿Papá y mamá?

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Al cabo de una hora nos llamaron para buscar los resultados y el doctor los revisaría en nuestra presencia.

Me detuve frente al consultorio y me volví hacia Nathan.

–Quiero entrar sola– pedí y asintió levemente retrocediendo un paso.

Inhalé y exhalé, preparándome psicológicamente para lo que pueda pasar adentro.

Empujé la puerta y vi al doctor sentado detrás de su escritorio, al verme se puso de pie con una sonrisa.

–Soy el doctor Gutiérrez– se presentó y estreché su mano.

El hombre estaba en sus treintas, tal vez un par de años mayor que Nathan. Tenía ojos cafés, sin barba, cabello castaño oscuro y un marcado acento que no supe distinguir.

–Jade Wembley.

–Un placer, tome asiento por favor– indicó y lo hice.

Respondí a algunas preguntas rutinarias y él fue anotando todo en su iPad.

Mordí el lado interno de mi mejilla con nerviosismo, mi pie subía y bajaba incontroladamente de manera que pudiera abrir un hueco en el suelo de hacerlo con más fuerza. Presioné mi rodilla con una de mis manos para que dejara de temblar.

–¿Asustado, nerviosa o emocionada?– preguntó el especialista sin quitar la mirada del papel.

–Una mezcla de las dos primeras– respondí forzando una sonrisa.

El especialista dejó los exámenes a un lado y me miró.

–¿El padre es el que espera afuera?– inquirió y eché un vistazo por encima de mi hombro. Perfectamente pude ver la cara de Nathan a través de la pequeña ventana en la puerta–. Está emocionado por saber.

–¿Cómo lo sabe?

–He visto esa mirada en sus ojos antes, ¿por qué no entra?

–Él y yo ya no estamos juntos– respondí y se aclaró la garganta con incomodidad.

–No sería la primera vez que uno de los dos padres se desmaya con la noticia, sobre todo jóvenes– comentó con diversión, liberando tensión.

–¿Cuál noticia?

–El resultado a la prueba de embarazo es positivo– anunció y percibí un poco de desacomodo. Como si supiera que no es lo que esperaba oír–. Realizaremos un eco para...

Su voz se desvaneció en mis oídos.

Una punzada me atravesó el pecho tan pronto terminó de hablar, por un momento solo me quedé en shock, apenas pude pasar el oxígeno a mis pulmones. Luego comencé a llorar inexplicablemente. Y no son solo lágrimas silenciosas, sollocé sonoramente como si doliera físicamente. Sentí las palpitaciones frenéticas en mi pecho y mis manos temblaban.

–Le daré un momento a solas– avisó poniéndose de pie, rodeó su escritorio y escuché cuando cerró la puerta detrás de mi.

Subí mis pies al asiento y abracé mis piernas al pecho, escondiendo mi rostro entre mis brazos.

Lloré por alrededor de diez minutos, tal vez más. Me dieron náuseas y me apresuré a recoger el bote de basura en el suelo para no vomitar en el suelo. Lloré por otro rato hasta que me sentí con las fuerzas suficientes para salir caminando del consultorio.

Abrí la puerta cabizbaja y comencé a caminar a paso apresurado, me propuse llegar a las escaleras al final del pasillo que me llevarían a la plata baja, sin llamar demasiado la atención. Oí mi nombre a la distancia de la boca del doctor, pero lo ignoré; poco después alguien me sujetó por el brazo y me obligó a mirar.

–Déjame sola– ordené intentando zafarme de su agarre, pero se negó.

–Voy contigo.

–No, quiero irme sola– me mantuve firme.

Nathan apretó su mandíbula consciente de que no podría convencerme de lo contrario y lentamente aflojó su mano alrededor de mi muñeca. Quisiera poder culpar a alguien y librar un poco del peso que llevaba sobre mis hombros, pero este embarazo no es más que culpa de ambos por igual. Retomé mi camino tomando profundas bocanadas de aire. Saqué mi celular y le marqué a mi mejor amiga.

Hey, ¿qué tal te fue en el médico?– contestó.

–¿Puedes verme en mi departamento?– pregunté saltándome algunos escalones.

Sí, claro, ¿estás llorando?

–Solo veme ahí, ¿sí?

De acuerdo, llego en quince minutos– accedió y colgué.


Me tiré en la cama soltando un prolongado suspiro. Me alivió estar en casa por fin. Sam removió mis zapatos, me hice bolita y me cubrió con una sábana antes de acostarse a mi lado.

–¿Debería abortarlo?– le pregunté apartando algunos mechones de cabello de mi rostro.

–Cariño, es tu cuerpo, tu decisión. No puedo decirte qué deberías hacer, solo te puedo decir que tendrás que vivir con eso– dijo ladeando una sonrisa para hacerme sentir mejor, aunque en sus ojos pude ver que era falsa–. Sin arrepentimientos.

Sus palabras me hicieron pensar que había un lado de la vida de Sam no conocía aún y me dio una tristeza inmensa pensar que mis suposiciones eran ciertas.

–Lo siento– expresé y le di un suave apretón en la mano.

–No hagamos esto sobre mi ahora– bufó rodando los ojos.

–Te quiero amiga.

–Ya te vas a poner cursi– murmuró y reí levemente–. Dime qué es lo que más te preocupa de tener a este bebé.

–No sé, no lo entiendo, sigo sin procesarlo– hablé pensativa, acaricié mi vientre–. ¿Cómo puede vivir algo dentro de mi?, ¿por qué ya me siento diferente?, ¿voy a ser una buena madre?, ¿y si lo hago mal y no nace sano por mi culpa?, ¿va a doler?, ¿se va a parecer a mi?, ¿niña o niño?

–¿Cómo reaccionó Nathan cuando supo?– preguntó y alcé mi cabeza hacia ella.

Aquí es cuando mi amiga comienza a divagar porque no quiere que me ponga sentimental.

–Entré sola a la consulta y después lo dejé en la clínica, por el momento no quiero verlo– expliqué aferrándome a mi almohada. Mi celular empezó a vibrar y lo saqué del bolsillo trasero de mi pantalón. Vi la pantalla y se lo mostré a Sam–. Es la tercera vez que me llama.

–¿Por qué estás siendo tan dura con él?, ninguno esperaba que esto pasara– inquirió y la miré inexpresiva–. Y seamos honestas, ambos se mueren por estar juntos.

–No entiendo a qué quieres llegar, creí que no te agradaba.

Samantha odiaba a Nathan por decir lo menos, por razones que nadie comprendía.

–Ese no es el punto– bufó dándome un suave lepe en la frente–, si quieres volver con él, ¿por qué no lo haces?

–Porque siento que al estar embarazada él se verá en la obligación de quedarse conmigo y no quiero eso. Me gustaría una relación genuina, como antes.

–Los hijos no amarran hombres, si eso es lo que estás pensando. Si Nathan quisiera irse, lo habría hecho.

Sentí ganas de llorar de nuevo e intenté contenerme pero nunca he sido buena controlando mis emociones, ellas me controlan a mi.

–No llores, Jade, sabes que no soy buena consolando.

–Me da miedo que un bebé sea demasiado para Nathan y solo se vaya...– sollocé–, si él me dejara... no podría soportarlo.

Después de lo que pasé con Allan mi estúpido corazón sigue aferrándose a la idea de amar a alguien y alguien que me ame.

Aunque no deseaba admitirlo quería estar con Nathan, no he dejado de amarlo ni un poquito, pero temía que volviéramos y yo la regara con mis inseguridades otra vez.

No quería hacerle daño.

–Creo que los cambios hormonales del embarazo ya te están afectando– comentó sentándose–, iré a buscar helado y regreso.

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