Capítulo 5: Soñaba.

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Vi el auto de Nathan estacionándose al otro lado de la calle, metí las manos en los bolsillos de mi abrigo y caminé hasta las líneas blancas para cruzar. Un sujeto chocó su hombro conmigo, me di la vuelta para disculparme pero él siguió caminando como si no me hubiese visto.

¿Cómo no ves a una persona que casi te llevas por el medio?

Abrí la puerta del copiloto y me subí al auto. Me incliné hacia él y lo saludé con un beso en la mejilla.

–¿Qué tal te fue? ¿Cómo te sientes?– preguntó, arrancando.

–Bien, la verdad no veo el punto de seguir viniendo– dije, me encogí hombros y me miró con una ceja levantada.

–Apenas llevas tres semanas.

–Tres semanas son nueve sesiones y nueve sesiones son dieciocho horas– calculé. Su ceño se frunció.

–¿No te gusta esta terapeuta? Puedo conseguirte otra.

–No es que no me guste, es que ya estoy mejor y siento que estoy perdiendo mis tardes ahí– expliqué con aburrimiento, su rostro se relajó.

–Apenas estás empezando y hasta que la doctora Cox no diga que puedes dejar de ir, yo seguiré llevándote.

Me crucé de brazos con un puchero. Algo súper infantil de mi parte, lo admito.

–Bien.

–Mi amor, sé por experiencia que a veces es aburrido, cansino y frustrante, sobretodo cuando crees que ya estás bien– hizo una pausa, puso su mano palma hacia arriba sobre mi rodilla y enlacé mis dedos con los suyos–. Pero la única persona que sabe si realmente estás bien es tu terapeuta.

Resoplé. Besó mis nudillos.

¿Cómo luchar contra su ternura?

Tres semanas atrás, la tarde en la que Nathan se me propuso todo fue lindo, hasta el día siguiente. De nuevo estaba en la cama, llorando, sin ánimos de comer nada, incapaz de poner mis pensamientos en orden y decidir que quería hacer. Así que a él le tocó decidir por los dos, por el bien del bebé y el mío. Me llevó al médico para asegurarnos de que el bebé no se haya visto gravemente afectado por la falta de alimento, también me hicieron exámenes para ver cómo iba mi cuerpo. Por suerte todo parecía estar en orden, dentro de lo que cabe. Evidentemente tuve que explicarle por qué no había comido durante tres días y resultó que existía un tipo depresión que afectaba a las mujeres embarazadas, una de cada cuatro para ser exacta.

Y yo tenía todos los síntomas.

Así que, basándose en la experiencia con su trastorno ansioso, Nathan no dudó en llevarme a terapia. Conocía ese terreno.

Ahora mis tardes las pasaba en un consultorio con una mujer que podría ser mi abuela. No me malinterpreten, era una abuela dulce, alegre y divertida, pero una parte de mi no estaba conforme con sentarme en un diván tres días a la semana. Desde el divorcio mi día a día era movido, agitado, primero tenía una empresa, luego fundé otra, me mudé con Nathan, lo atendía, paseaba a Pongo, lavar, cocinar, limpiar... extrañaba eso, yo quería trabajar, hacer diligencias, distraerme...

De repente sentí que mi estómago se revolvió, acompañado de una extraña sensación revoleteó en mi pecho y apreté mis manos.

–¿Qué?– preguntó confundido, se volvió hacia mi pero no pude mirarlo.

–Algo no anda bien– dije, por alguna extraña razón me sentía nerviosa.

¿Alguna vez han tenido el presentimiento de que no deberían estar en un lugar específico? Como una señal que lanza tu cuerpo y te pone alerta. No sabes describirlo, no sabes por qué, pero entiendes que algo no está bien a tu alrededor.

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