Capítulo 6: Remordimientos.

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Una noche me desperté por un ruido en la cocina, tuve pereza de levantarme y extendí mi mano para decirle a Nathan que fuera a revisar; seguro era Pongo olfateando algo. Pero no lo encontré, ya teníamos tiempo viviendo juntos así que sabía de antemano que él no solía despertar a mitad de la noche sin razón. Me levanté. La luz del baño estaba apagada, su celular seguía en la mesita de noche junto al mío y Pongo tampoco estaba en su cama. Según el reloj eran las tres de la mañana, muy temprano para salir a pasear.
Al abrir la puerta de nuestra habitación reconocí su silueta en el sofá, el dálmata estaba acostado a sus pies y él le acariciaba la cabeza con una mano. En la otra sostenía una botella.

–Nathan– pronuncié y ambos se volvieron hacia mi.

Restregué uno de mis ojos mientras caminaba hacia ellos.

–¿Te desperté?

Puso la botella sobre la mesa, me senté a su lado y su aliento podrido en alcohol me golpeó.

–¿Te sientes bien?– pregunté, bajó la cabeza y se pegó a mi pecho como un niño.

Lo abracé confundida, desconcertada y preocupada.

–Hay algo que no te he contado, la verdadera razón de mi estrés postraumático– susurró, como si fuera un secreto nacional.

Tomé su rostro entre mis manos y lo obligué a mirarme.

–Amor, estás embriagado hasta la médula– dije–. ¿Por qué no lo hablamos en la mañana? Cuando estés sobrio.

Negó con la cabeza, molesto. Lo miré sin entender.

–En la mañana no tendré las bolas para decírtelo.

En sus ojos pude ver que lo que sea que me estuviera ocultando, lo estaba matando por dentro. Es cierto que siempre tuve curiosidad por eso que le causaba pesadillas pero con esa expresión en su rostro ya no estaba tan segura de si quería saber o no.

–Y sé que corro el riesgo de que me dejes, pero necesito que lo sepas.

–No tienes que hacerlo, Nathan, de verdad puede esperar...

Y de todas formas me contó.

Su familia es adinerada así que siempre ha sido blanco de criminales, nada que no supiera ya por el tiempo que estuve con Allan. Cuando tenía quince años un grupo de ladrones se metieron en su casa, su padre fue el primero en despertarse y reunió a su familia en su habitación que era la más grande, el cuarto de pánico estaba en el sótano por lo que no era una opción viable. Los ladrones seguían en la primera planta. Pudieron llamar a la policía pero tardarían en llegar por la ubicación de su mansión así que el señor Hawk sacó dos armas de la caja fuerte oculta en su guardarropa, una se la dio a su hijo aunque su esposa no estuvo de acuerdo. Los minutos pasaron, la señora Hawk se escondió en el baño por órdenes de su esposo, Nathan y su padre esperaban frente a la puerta a una distancia segura.
Escucharon los pasos acercándose y desde afuera alguien forzó la cerradura.

–Los hombres al otro lado de la puerta son malos, Nate y querrán hacerte daño, a ti, a tu madre y a mi así que tenemos que defendernos. Si te digo que dispares, lo haces– le había dicho su padre.

Nathan lloraba, estaba aterrado y el arma temblaba en sus manos. Había ido de caza anteriormente con su padre y aunque nunca le había hecho daño a algún animal, sabía disparar un arma. Pasó muy rápido. La puerta se abrió, su padre le dio al primer hombre que entró pero el segundo sería su responsabilidad. Cerró los ojos por reflejo, pero no despegó su dedo del gatillo hasta gastarse el cartucho.

–¡Nate, Nate!– su padre lo llamó, abrió los ojos y bajó las manos.

Su pecho subía y bajaba agitado.

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