I

1.3K 52 5
                                    

—¡Apresúrense, o no llegaremos a los autitos! —exclamo la menor de las tres, antes de adentrarse en la multitud y perderse de vista. Sus dos hermanas observaron como esta se abría paso entre los críos con globos de helio y los vendedores ambulantes con los algodones de azúcar.

—Vamos, Marie. Hoy tengo ganas de patear traseros —la siguió Lee, con una sonrisa siniestra, fiel a su estilo. Marie solo suspiró y fue con ellas. Después de todo, habían venido a divertirse un rato mientras los mecánicos hacían arreglos en el remolque.

Mondo A-Go Go seguía casi igual a como lo habían dejado la ultima vez que vinieron, con mamá, hace ocho años. Las montañas rusas eran tan grandes e imponentes que de hecho, se las pudo ver a diez kilómetros de distancia. Se hallaba cerca del acantilado, junto a los otros juegos extremos. En cuanto a los autitos chocadores, seguían junto a los juegos aptos para todo el publico, en el sector medio del parque. No había gran novedad.

Hicieron fila para los autitos. Al llegar su turno, compitieron contra otros cinco chicos. No es de sorprender como terminó la historia: todos habían terminado cabeza abajo gracias a la menor de las Kanker, que al igual que en aquella ocasión, había arrasado con todo.

—Lee, te dije que me cubrieras de las embestidas de esta loca —se quejo Marie, mientras sacaba una goma de mascar para mascarla. Las tres ahora deambulaban por el parque de diversiones.

—¿Que querías que hiciera? Cada que me acercaba me hacia rebotar hasta los bordes.

—Lo siento, chicas, pero cuando se trata de autos soy la number one—sostuvo May. De pronto, algo llamó su atención—. Oigan, miren.

La rubia señaló hacia el frente. Hacia allí comenzaba la feria, de las diez carpas que habían instalado, una de ellas, la roja, se hallaba repleta de personas.

Decidieron ir a ver.

—¡...por solo 25 dolares! ¡Pueden conocer al único y autentico mago de este milenio dentro de esta carpa, tan solo por 25 dolares!

—¿Un mago? —pregunto Lee.

—¡Magia! ¡Me encanta la magia! ¿Podemos ir? ¿Podemos? ¿Podemos? —le imploro May a Lee, tirando de su brazo.

Marie rodó los ojos.

—Bueno. Si ustedes quieren. Es mejor que estar aquí sin hacer nada —declaro Lee.

—Pfff, seguro es un fraude —aseguro Marie.

La fila avanzaba a paso tan lento que por un momento se hicieron la idea de que en media hora solo habían dado dos pasos. La segunda de las Kanker no dejaba de suspirar, de brazos cruzados, manifestando su molestia. La magia no existe, o eso era lo que les aseguraba a sus hermanas. Era tan irreal como la astrología, la homeopatía o el psicoanálisis. May le respondió que cuando entrara y lo viera con sus propios ojos se convencería de que si existe. Lee solo se mantuvo neutral, con deseos de ver al dichoso mago, aunque Marie estaba segura de que ella tampoco creía tal cosa.

La fila siguió detenida por un largo rato, hasta que, para fortuna de May y desgracia de Marie, comenzó a avanzar, justo cuando Lee estaba a punto de ordenar la retirada. Avanzó sin parar hasta que llegaron ellas. Allí en la caja, un chico alto, con una sola ceja y sonrisa de buena mascota, atendió a las hermanas.

—Buenos días. 25 personas por dolar —informó este, con una risa que a Marie se le hacia muy de torpe. Las tres se miraron con extrañeza—. Ay perdón, quise decir 25 dolares por persona —aclaro el sujeto con una sonrisa. Llevaba en su camisa una plaqueta con el nombre de "Ed".

Cada una pagó su entrada. Marie tuvo que entregar los últimos billetes que quedaban, y completarlo con unas monedas, quedándose solamente con aproximadamente cuatro dolares. A causa de esto, ya se imagino a si misma armando un escándalo dentro de la carpa por la fraudulenta actuación de aquel sujeto. Y ahora que lo pensaba, no era una mala idea. Si llegara a detectar alguna falla muy evidente en sus trucos, podría desenmascararlo ahí mismo, a la vista de todo el mundo. Siendo este el caso, tal vez si valía la pena entrar a verlo.

El mago [MariEdd]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora