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Miércoles, 11:12 a.m.

     El López suspiró aliviado al saber que habría un pequeño descanso por remodelaciones en la preparatoria. Tenía una resaca del infierno, quería morirse ahí mismo en ese instante. Su cuerpo sólo vestía un bóxer cubierto por un pantalón de mezclilla; se sentía hecho un asco.

     Levantó la vista al escuchar su celular sonar desesperadamente; era su papá.

Tragó en seco.

— ¿Buen...? —lo interrumpieron sin previo aviso.

— ¡Cuauhtémoc López! ¡¿dónde estás?! ¡¿Crees que tú solo te mandas, chamaco?! —gritó Pancho a través de la línea.

— Estoy en el departamento del edificio Córcega, papá. No te preocupes, ayer no quise llegar a la casa porque estaba lloviendo, ¿o no lo recuerdas? —mintió.

— Bueno, pero te me vienes para acá porque quiero hablar contigo seriamente. No manches, Temo, me preocupastes, hijo.

— Lo sé papá, perdóname.

— Y antes de que te vayas, ve a la casa de doña blanca y diles que los invitamos a comer a todos a la casa.

— Está bien, adiós, te veo en una hora —colgó ahogando un suspiro. Casi estaba muerto.

[...]

     Hizo lo necesario; lavarse los dientes, bañarse, secarse, vestirse, etcétera. El dolor de cabeza palpitante seguía ahí, y cada vez más parecía tomar mayor fuerza. Tocó la puerta de la casa llamando la atención de todos.

— Aris, ¿puedes abrir la puerta? —sugirió su tía mientras los demás siguieron en su tema. El Córcega asintió inexpresivamente para dirigirse a abrir la puerta. Giró la perilla con sutileza hasta abrir la puerta por completo; era Temo. Sus rostros cambiaron radicalmente.

— ¿Temo? ¿Qué haces aquí? —sonrió de oreja a oreja; quería lanzársele ahí mismo y besarlo pero no podía. El mencionado alzó una ceja sin mostrar interés.

— Ni creas que vengo por ti, Aristóteles —lo llamó por su nombre de manera peyorativa entrando a la casa sin su permiso.

— ¡Temo, hijo! ¿Qué haces aquí? —Doña blanca abrió sus brazos para ceñirlo entre ellos—. ¿No quieres quedarte a almorzar?

— No gracias, la verdad no quería molestarlos; provecho —se dirigió hacia toda la mesa en la cual estaba el rizado—. Es que mi papá los invita a todos a una comida que hará más tarde.

— Por supuesto que ahí estaremos, muchísimas gracias.

[...]

    El López se veía al espejo mientras portaba diferentes prendas. Hoy habían cancelado los ensayos, pues Aristóteles no podía ir, ni Yolo y menos él mismo.
    El castaño había invitado a su novia para que viniese, pero había dicho que tenía otros planes, que realmente la disculpara; no le tomó importancia.

Aunque debería.

     La presencia de muchas voces lo sacaron de trance; ya habían llegado los Córcega. Se miró ante el gran espejo que se encontraba en su habitación para después bajar rápidamente; debía ser educado aunque Aristóteles estuviese ahí.
     Se detuvo en seco al ver a una chica rubia con ojos verdes de subtonos grisáceos; sintió un nudo en su garganta posicionarse. Frida intentó buscar a quien la veía encontrándose con el castaño pasmado; ella evadió la mirada.

Clienta  [ ARISTEMO ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora