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Miércoles, 6:27 p.m.

     La melena del rizado se recargaba en las piernas del menor mientras ambos hablaban de temas al azar, nada estaba predefinido, y eso es lo que amaban de platicar entre ellos. El castaño tecleaba varias letras a través de su celular de vez en cuando; hoy cumplía nueve meses con su novia y ésta no le respondía los mensajes ni las llamadas.

Curioso, ¿no?

Lanzó un suspiro pesado al aire.

— ¿Te molestó lo que dije?

Había olvidado por completo la presencia del rizado.

— No, para nada. Sólo estoy un poco mareado, nada de qué preocuparse.

Mintió.

     Los minutos pasaron y la plática fue decayendo de poco en poco hasta que tuvieron que ir a comer. Incómodamente se encontraba entre Aristóteles y Frida, vaya lío. La mano juguetona del Córcega frecuentemente naufragaba por encima de la pierna del menor, lo cual le sacaba varias sobrecogidas inesperadas a éste.
La mente del López estaba ida, y comenzaba a crear hipótesis que cada vez más cobraban más sentido.

"Hoy no puedo, tengo que hacer tarea".

"Temo, no es momento".

"Estoy cansada. Después hablamos".

"Estoy al centro comercial con una amiga, no puedo ir."

Las llamadas y mensajes no contestados eran parte de ello. Sintió algo peculiar revolver su estómago por completo dando indicio a un mareo, y eso significaba algo muy grave.

¿Yolotl Rey lo estaba engañando?

Se levantó rápidamente de la silla para ir directamente al baño. Mientras devolvía la comida aún se preguntaba por qué le preocupaba el tema si él hacía lo mismo, cosas que algún día tendrían una respuesta.

— ¿Temo? ¿Estás bien, hijo? —la voz gruesa de su padre lo hizo volver a la realidad; un hipótesis tan pequeña le provocó tanto.

— Perdón, algo me cayó mal probablemente —le mintió mientras se levantaba con las pocas fuerzas que tenía apoyándose de la taza y el gran lavamanos.

— Pos' órale, entiendo. Vas con doña Cris para que te dé algo —el chico le afirmó con un grito para después devolver su vista hacia el espejo mirando su cara demacrada.

— Algo aquí no anda bien —su sexto sentido se lo decía, y un López nunca se equivoca.

[...]

El número que usted marcó no está disponible. Deje un mensaje después del tono —dijo la contestadora por quinta vez haciendo que el castaño entrara en irritación de nuevo.

— ¿Temo? —la voz agridulce del rizado lo hizo sobresaltar de un instante a otro.

— A-Ari, ¿qué haces aquí? Me asustaste, bobo.

    El de melena escandalosa y con un rumbo indefinido se sentó a un lado del otro chico de rostro y expresiones apagadas. Aristóteles sabía que algo andaba mal con él pero no sentía adecuado cuestionarle y lo único que podía hacer era darle su apoyo incondicional. Ciñó al quebrado entre sus fuertes brazos con delicadeza provocando que éste escondiera su rostro en el hombro del mayor acompañado de un suspiro agotado.

— Me vas a matar si te cuento el por qué de mi estado —el Córcega separó a Temo con una mueca de incertidumbre, duda, algo que le carcomía por dentro.

— No podría enojarme, si te tiene mal, no tiene por qué afectarme, al contrario, voy a estar aquí para ti, como lo prometí.

Cuauhtémoc atrapó una bocanada de aire.

— No sé nada de Yolo —hubo un silencio que se mantuvo por segundos—. Hoy cumplimos nueve meses de novios y no me contesta ni los mensaje ni las llamadas; presiento que me engaña y no, no me molesta porque sé que yo hago lo mismo —hizo un mohín de incomodidad— pero es raro que ni siquiera se haya tomado el tiempo de una simple palabra.

Aristóteles tomó aire con los ojos cerrados.

— Yo... no sé qué decirte, Temo. No voy a enojarme, para nada aunque los celos me arañen por dentro porque desearía estar en su lugar —se miraron entre sí con una risa boba—. Es que mírate Temo, ¿quién podría ser capaz de engañar a un ser igual de maravilloso como tú? Nadie en su puta existencia. Eres demasiado para este mundo lleno de injusticias, prejuicios y falso, y mierda, eres tan bueno para ser realidad. A veces me creo que estoy en un sueño, en un sueño que antes era una pesadilla para mí, una pesadilla el estar enamorado de alguien y mírame, me tienes a tus pies con un simple pestañeo. ¿Te he dicho que me pierdo por completo en tu rostro? Tus pestañas largas y negras, tus mejillas de tono carmesí, tus labios rosados amoldados y construidos para estar con los míos y, cómo olvidarlo —rió dulcemente—, tus ojos, esos ojos que son como un laberinto en el cual me fascina perderme todos los días que te veo.

Temo parpadeó varias veces con una expresión de incredulidad.

    La distancia entre ellos era demasiado corta y pacífica, el ambiente era silencioso acompañado de una que otra luciérnaga a alta hora de la noche.
    Aristóteles con lentitud y precisión en un movimiento posó su delicada mano en los costados de la mandíbula del López mientras éste se encontraba en blanco aún procesando aquellas palabras que hubiera deseado que estuviesen grabadas o recordadas para siempre. Se quedaron segundos viéndose entre sí con admiración a cada imperfección que para el otro era como oro puro recién extraído de una mina prestigiosa.

Por primera vez Cuauhtémoc sentía que eran sólo ellos dos.

Por primera vez Aristóteles se sentía destinado a alguien.

Por primera vez se sentían transparentes.

     El de cabello indefinido relamió sus labios con suavidad trayendo consigo su boca entreabierta y los ojos de ambos entrecerrados.
Sus labios rosaron entre sí con los otros de una manera diferente, de una manera que no era excitación o lujuria, fue totalmente diferente; Aristóteles llevó la iniciativa inclinando su cabeza para así tener paso completo de la boca del menor que tenía un ligero sabor a menta mezclado con el bálsamo labial que tanto le volvía loco al Córcega. Los movimientos fueron lentos y para nada bruscos, al contrario, era un beso tierno e inocente, un beso que parecía como si fuese el primero que hayan dado en su vida. La forma en cómo se acomodaban perfectamente entre sí parecían como si fuese la única pieza en el rompecabezas que le falta para completarlo; embonaban tan bien.
Cuauhtémoc torpemente llevó sus manos entre la melena desordenada del mayor indicando nerviosismo y en efecto, parecían como dos adolescentes enamorados dando su primer beso.

Parecían una pareja feliz.

Parecían.

Clienta  [ ARISTEMO ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora