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Siento una mano pasar por mi espalda y sujetar mi cabello, el aroma me es muy familiar, aunque con el olor de mi vómito por todo el baño es difícil saber.

Cuando lo peor a pasado, limpio mi boca y volteo a ver a la persona a quien menos pensé ver.

—Della tenía razón, eres un desastre chica Weeks — habla Lincon con algo de burla.

—¿Qué haces aquí? — me levanto, tiro de la cadena y lavo mi boca con pasta dental.

—Tu amiga me llamó diciendo que estabas enferma y que estarías sola así que me envió a ver si estabas bien...aunque ya veo que no — ríe saliendo del baño y lo sigo.

—¿Cómo entraste?

—Pase a ver a Coraline antes de venir y me dió la llave — dijo con simpleza.

¿Es enserio? Mi hermana le confía la llave de la casa a este tipo. Podría ser un violador.

—No soy un violador Weeks — dice un poco indignado.

—Perdón — digo a la par que mi cara enrojece por la vergüenza. No puedo creer que lo dije en voz alta.

Volteo a verlo y me sorprendo al ver que trata de no reír a carcajadas. Baja por las escaleras y voy detrás suyo.
Toma su mochila, la cual se encuentra en el sofá, y saca un par de cajas pequeñas.

—Toma, te ayudarán con el vómito y la fiebre — deja las cajas en la mesa y saca una botella — Esto es por la deshidratación, bebela en todo momento — la deja junto a lo demás.

—Gracias Bercovik — le sonrío y el me devuelve la sonrisa.

—¿Necesitas algo más? — toma sus cosas, listo para irse.

No quiero que se vaya, no quiero estar sola. ¿Qué le digo? ¿Cómo hago que se quede?

—¿Sabes de algún remedio para esto? Es que no confío mucho en los medicamentos — dije, tratando de sonar convincente.

—En realidad si, Agnes solía decir que comer chocolate ayuda a que las náuseas desaparezcan — dice sonriente, como de costumbre.

—¿En serio? — que remedio tan raro.

—Si, iré a comprarte unas barras de chocolate, ya vuelvo — y dicho eso, sale de mi casa.

Suelto un suspiro y limpio la sala velozmente. Hay juguetes de Tobias por todas partes y basura en los sillones, es todo un desastre.
Con todo los juguetes en mis brazos, corro escaleras arriba hasta su habitación y una vez ahí, los dejo en su caja de juguetes y bajo de regreso con la misma velocidad. Levanto la basura y la dejó en su lugar; corro a la cocina para ver que tengo de comer, en caso de que quiera, pero no hay nada.

—¿Qué demonios le sucedió a toda la comida que había en la mañana?

El timbre suena y me asusto. Voy con  calma y la abro.

—¿Por qué tocas si tienes las llaves?

—Te las dejé en la mesa de centro — señala el lugar.

Volteo a ver y efectivamente están ahí, me hago a un lado y él entra. Mira todo y suelta una pequeña risa.

—No tenías que limpiar todo Weeks, pero gracias — se sienta en el sofá y abre su mochila.

—¿Tienes sed? — pregunto cortésmente.

—No puedo quedarme, debo ir a trabajar — deja las barras de chocolate en la mesa.

—Oh, entiendo — le digo intentando que mi desilusión no se note.

—Si necesitas algo solo llámame.

—De hecho, ¿podrías llevarme a las 4 al edificio de mi hermana para ir por Tobias? — pregunto, hablando rápidamente.

—Esta bien, llegaré a las 3:30, ¿te bien parece Weeks? — se acerca a mi.

—Cla-claro — ¿acabas de tartamudear? No puede ser.

Sonríe de manera satisfactoria.

—Entonces te veré más tarde — abre la puerta — Toma el medicamento Weeks — sale de la casa y cierra la puerta.

Me acerco hasta la ventana y de manera cautelosa miro al otro lado, sube a su auto y baja el vidrio del lado del copiloto para posteriormente despedirse con la mano y reírse. Me quito velozmente y escucho al auto alejarse.

Suelto un suspiro y noto lo agitado que estaba mi corazón, además de una sensación rara en el estómago, ¿serán las famosas mariposas?

—No — cubro mi boca y corro de regreso al baño.

Finalmente, por aquello de la 1 de la tarde, decido tomar el medicamento que amablemente me trajo y comer el chocolate.
Había vomitado mucho pero creo que fue bueno, por que al menos las náuseas se fueron, dejándome con una sed y hambre constantes. Sin ánimos de cocinar, llamo a una pizzería y hago mi pedido.

Tomo mi botella de agua y los chocolates, y me siento en el sofá a la par que enciendo la televisión.
Me detengo en un canal de música y escucho una melodía a piano, hermosa. No sé porqué, pero desde que tengo memoria siempre me ha fascinado el piano y todas las bellas melodías que podía crear con el.

Mi padre me llevó a mi primera clase de piano y me compró un pequeño piano para que practicara y tocara en las cenas familiares; lamentablemente ese piano se perdió en algún punto de mi niñez, recuerdo lo mucho que lloré cuando no lo encontré. Mamá me abrazaba y me decía que solo era piano y que luego me compraría otro...ella nunca fue buena para consolar personas. Pero papá, él me dijo que solo mi talento importaba, que podría tener cuantos pianos yo quisiera y seguiría sonando igual, porque era yo quien tocaba.

—¿Por qué tuviste que arruinarlo papá? — murmuro con pesar.

Escucho el timbre y me levanto a abrir la puerta.

—Pizza para Sofía Weeks — habla en hombre con el uniforme de la pizzería.

—Así es — tomo la pizza.

—Son 89 — dice sin más, esperando recibir su dinero.

Le pago y el sujeto se retira en silencio. Llego a la cocina y abro la caja donde viene la pizza, al instante el vapor sale de la caja y el aroma llena la habitación, inhalo profundamente el magnífico olor y mi estómago comienza a rugir.

—¡A clavar el diente! — exclamo tomando un trozo de pizza y al ver el queso derretido salir como cascada de mi rebanada no dudo en dar un gran mordisco.

Delicioso.

Llevo mi pizza hasta la sala y me siento en el sofá, degustando este manjar de dioses disponible para nosotros, los simples mortales.

Enamorada en una pausaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora