Capítulo 2

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Casi al final de la calle hay una placita, tiene algunos juegos que siempre están ocupados, excepto por el arenero. Los padres no dejan que sus hijos se entretengan ahí, no tengo claro el motivo, quizá para que no se ensucien o tal vez les asuste que el Hombre de Arena de Spider-Man se los lleve, no lo sé. Es un misterio para mí.
A veces creo que los adultos no entienden lo simple de la diversión y por eso ven ese sitio como una amenaza, ¿no saben que las manchas se lavan? porque las carcajadas no lo hacen y ese lugar podría dibujar muchas.
Pensándolo bien, las lágrimas desdibujan sonrisas, o al menos eso creo cuando veo llorar al linyera de la esquina.
Durante el día finge para que los trajeados le tiren una monedas, incluso canta y toca esa guitarra vieja a la que le vendría bien un cambio de cuerdas, ahí se lo ve contento. Parece otro cuando entona una canción, tiene una voz bonita, me da ganas de comer miel porque suena así, espesa y dulce.
Es bueno el linyera, le comparte su escasa comida a los perros de la calle, dice que a los gatos no porque son mañosos y no se conforman con lo poquito que puede ofrecerles.
Su problema llega de noche, cuando la gente ya está guardada en casa. Él saca ese librito de tapa azul, no sé de qué es pero tiene las hojas gastadas y sucias de tanto ser leído. Llora desde que lo abre hasta que se duerme.
Escuché a unas vecinas decir que antes no era así, que cuando murió su esposa, se derrumbó y no pudo volver a construirse. No tenían hijos, perdió su hogar porque lo había hipotecado para pagar el tratamiento de su mujer, aunque supongo que sin ella sólo era un edificio.
Pobre linyera, está sólo y triste. Como el arenero.
Como yo después de que llegara la luz.

Desde mi luz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora