Era de esperarse que algo así sucediera. Quizás por eso, no nos sorprendimos tanto.
Él me llamó, de nuevo. Llevo días inventando excusas para alargar el encuentro, pero comencé a anhelarlo, más de lo que anhelo tu compañía.
Su aroma fue el que intenté mezclar con el tuyo para olvidarte. Sin embargo, el tuyo dominaba, al estar adherido a mi mente enferma y lastimada. Él me sirvió de alivio logrando dormir a mis demonios, me enseñó un mundo nuevo, que nunca imaginé que pudiera existir, ya que estaba muy bien acomodada en el que habíamos construido.
Me gustó, debo confesarlo, pero en su momento no me atrajo con fuerza. Había perdido el interés por los pequeños detalles, en todo veía traición. Estuve con él esperando descubrir alguna mentira hasta que me cansé y me alejé. Él respetó mi espacio, sabía que me encontraba cuarteada y necesitaba de tiempo. Dejé de verlo, pero su imagen se había quedado grabada en mi corazón. Lo recordaba muy seguido, incluso estando contigo. Solo que lo ignoraba, porque pensé que era una idea obstinada de mi mente para no dejarme afectar por la distancia que aún existía entre nosotros.
Sin embargo, cada vez lo necesitaba más. Y cuando me topé con él, esa tarde en el parque, mi corazón dio un salto tan vigoroso que casi se me sale por la boca.
Su sonrisa era tan radiante como lo fue la tuya en el pasado. Sus ojos, también negros como el ébano, desprendían una dulzura que quería volver a probar. Reímos y caminamos uno al lado del otro, sin tocarnos, pero pudiendo sentir una proximidad tan cercana que nos calcinaba como si fuera la caricia más íntima. Al enlazar nuestras miradas era como si lo abrazara aferrándome a su cintura. Sin darme cuenta suspiraba de placer, aunque con el corazón comprimido porque no podía obtener más.
Llegué a casa, encontrándola sola. No habías llegado del trabajo y eso me alivió. Me fui a mi habitación y me quité la ropa, me encerré en mi caparazón personal, ese dónde podía darme gustos sin que nadie me juzgara.
Estaba sola, con mi teléfono móvil. Y pasé un mensaje, cuidando con mucha precaución no equivocarme de remitente.
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No me falles, otra vez... (COMPLETA)
ContoUn día, él envió un mensaje de texto, pero se equivocó de remitente. No se lo mandó a ella, sino que llegó a mi móvil, rompiendo mi corazón en miles de pedazos que aún no he podido recoger. Hoy, un mes después, sigo intentando superar aquel golpe, p...