CAPÍTULO V: Vigilad vuestras espaldas

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                       Alec abrió los ojos lentamente. Unas imágenes de él dejando caer a su hermano por el alféizar de la ventana pasaron por su mente, provocando que pusiera las manos alrededor de su cabeza, confuso. ¿Lo había matado? ¿A su hermano? «Tan solo ha sido una pesadilla», pensó el inocente Alec, mirando a su alrededor para comprobar si se encontraba en su habitación. Se sorprendió al verse rodeado de paredes blancas, carteles de cruces rojas y de "silencio, por favor". ¿Por qué estaba en el hospital?

Alec se incorporó, sintiendo cómo un dolor agudo se apoderaba de su cabeza, obligándolo a cerrar los ojos. Cuando los volvió a abrir intentó buscar a alguien por los alrededores, pero estaba completamente solo, sin nadie que le explicara qué estaba pasando. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Y sus hermanos? Entonces fue cuando las voces empezaron a martillear su cabeza, una tras otra.

«Este tío es idiota, no hay duda».

«Otro día de duro trabajo que nadie me agradece».

«Por fin viernes».

Miles de voces que no le permitían escuchar su propio pensamiento, que no le dejaban reflexionar sobre lo que estaba pasando e, incapaz de concentrarse, empezó a agobiarse. Se levantó de la cama, confundido, y se tapó las orejas con fuerza pensando que, de esa forma, tal vez, acallaría las voces. Pero no desaparecían y con cada segundo se volvían más intensas.

—¿Qué son esas voces? —murmuró, mirando hacia todos lados, esperando poder ver a sus dueños. Caminando por la habitación, intentando buscar una salida, tropezó con las patas de una silla y calló al suelo, donde decidió quedarse, encogiéndose sobre sí mismo—. Tengo que volver a casa... —empezó a murmurar. Fue en ese momento cuando una enfermera apareció en la puerta con una bandeja de comida entre sus manos.

—¡Alec! —exclamó, preocupada al verlo tirado en el suelo—. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —preguntó, dejando rápidamente la bandeja sobre la cama y arrodillándose a su lado, poniendo una mano sobre su hombro para mirarlo a la cara y comprobar si estaba consciente.

«Pobre chico... Y pensar que ha perdido a su madre y a su padre... Y de esa forma tan horrible...», pensó la enfermera al ver la situación de Alec, sintiendo lástima por él.

Alec miró a la enfermera con los ojos desorbitados y pegó un grito ahogado, tapándose la cabeza con los brazos. Sus padres no podían estar muertos. Las voces mentían.

—¡Mi padre sigue vivo y mi madre también! —exclamó Alec mirándola fijamente—. ¡Me están esperando en casa!

—Tranquilo. —La enfermera trató de calmarlo. «¿Nadie le ha dicho que su padre se ha suicidado? ¿O al menos que está muerto?», pensó. De improviso, Alec se abalanzó sobre ella y rodeó su cuello con las manos con una fuerza inhumana para un niño tan pequeño.

—¡Deja de decir que mi padre se suicidó! —exclamó Alec, todavía escuchando las voces en su cabeza, llenas de desesperación: «No quiero morir». «¿Por qué mi familia no viene a visitarme?». «Otra vez a hacerme las malditas pruebas». "Qué cansancio, dos turnos en un día...»

La enfermera gritó, intentando zafarse de Alec. Con mucho esfuerzo, logró quitárselo de encima empujándolo hacia un lado, cayendo Alec al suelo.

La enfermera se levantó rápidamente, poniendo una mano alrededor de su cuello, dolorida. Se quedó mirando a Alec con incredulidad, paralizada a causa del miedo al ver la demoníaca expresión del niño. Este, todavía con los ojos desorbitados y unas grandes ojeras bajo ellos, volvió a rodear su cabeza con las manos, desesperado.

Cielo Nocturno - Parte II: Alma de AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora