CAPÍTULO VIII: Oscuridad

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                 Alec ni siquiera alzó la mirada para dirigirla hacia Melisa. Sabía lo que ella había ido a hacer allí y, aunque sabía que debía acabar con Brunilda, ya no tenía fuerza de voluntad para enfrentarse a ella. ¿De qué serviría? Solo alargaría su sufrimiento y el de quienes lo rodeaban.

—No merezco vivir —murmuró Alec, alzando la vista hacia ella. Las manos de Melisa temblaban, incapaces de sujetar el arma firmemente—. Solo he traído dolor y pesar, tú lo sabes bien —añadió, mirando el cañón del arma, deseando que Melisa apretara el gatillo.

—Tienes razón —afirmó ella colocando la otra mano bajo el arma para estabilizarla, respirando profundamente—. Me gustaría hacerte sufrir, pero yo no soy como tú —aclaró—. Acabaré contigo rápidamente.

—Hazlo —dijo él, consciente de que sus palabras daban más firmeza a las manos de ella.

Esos últimos segundos se convirtieron en una eternidad. Su mente estaba completamente en blanco y, pese a ello, seguía siendo consciente del paso del tiempo, con su corazón latiendo como el segundero de un reloj. Y entonces unos pensamientos invadieron su vacío.

«No me dejes sola», escuchó a los lejos. Alec reconoció enseguida su voz, por lo que abrió los ojos de golpe y miró a su alrededor para cerciorarse de que aquella voz no era más que un fruto de su imaginación.

«No sobreviviré si mueres». Podía escuchar la voz como si estuviera gritando de desesperación en su interior. Pero esos pensamientos no podían pertenecer a Kate. Ella no podía estar allí. No era más que su subconsciente luchando por vivir, incapaz de rendirse ante el arma que lo apuntaba. Alec miró a Melisa una última vez antes de volver a cerrar los ojos, esperando que ella por fin se decidiera a apretar ese gatillo.

—Lo siento, Kate... —susurró, sabiendo que ella jamás le perdonaría—. No cumplí mi promesa... —dijo finalmente, preparado para que su vida llegara a su fin. Y ya había aceptado su final cuando las palabras que menos esperaba escuchar resonaron entre los árboles.

—¡Te necesito! —gritó una voz desde las profundidades del bosque, haciendo que Alec reaccionara al escucharla. Tanto él como Melisa dirigieron la mirada hacia el origen del sonido, viendo la figura de Kate corriendo con desesperación hacia ellos.

La luz del sol bañó el colgante del árbol que llevaba al cuello, danzando a la par que sus pasos llenos de angustia. Y Alec, al verla allí de pie, magullada y herida, sumergida entre lágrimas, dirigió la mirada hacia Melisa para detenerla.

Kate pudo ver a lo lejos cómo su amiga farfullaba unas palabras y desaparecía sin más entre los árboles. Alec se levantó entonces, ayudándose del tronco del árbol y apretando los dientes al sentir el dolor irradiarse hacia su brazo.

Kate lo miró fijamente una vez logró alcanzarlo, con los brazos llenos de cortes, cubierta de barro y con una respiración acelerada. Tenía una expresión de incredulidad y de alivio en el rostro, pues no entendía por qué Melisa había bajado el arma de repente y se había marchado, pero lo que importaba era que Alec seguía vivo.

—¿Eres...? —comenzó a decir él mientras alargaba la mano y la acercaba al rostro de Kate, sin atreverse a tocarla—. ¿...real? —preguntó finalmente, mirándola fijamente con sus ojos azules llenos de desconcierto y de nostalgia. Kate lo miró directamente a los ojos, entrecerrándolos, enfadada. Apretó los nudillos y no pudo evitar golpearlo en la mejilla, haciendo caso de sus propias palabras.

—¡Claro que lo soy! —exclamó. Alec la miró con sorpresa, poniéndose la mano sobre la mejilla inconscientemente, buscando el roce de su piel con el de ella. Incluso aunque fuera causado por un puñetazo, no le importaba, estaba allí con él—. ¡Me hiciste una promesa! ¿En qué estabas pensando? ¡No puedes morir! —gritó ella mirándolo fijamente, todavía con los ojos humedecidos. La mirada de Alec parecía perdida, sin entender nada de lo que estaba sucediendo.

Cielo Nocturno - Parte II: Alma de AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora