EPÍLOGO

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               Un pequeño grupo de gente se hallaba reunido en la gran cabaña de la ciudad del bosque, entre rostros entristecidos, ojos húmedos y pequeños sollozos. Se miraban unos a otros sin saber qué decir.

—Ha pasado una semana... —murmuró Iris interrumpiendo el silencio, sentada en el reposabrazos de uno de los sofás—. Todos pensamos igual... No podemos seguir fingiendo que va a volver, es hora de que le enterremos.

—Iris, no hay cuerpo que enterrar —espetó Serafín, de brazos cruzados y apoyado en la pared. Una chica de cabellos y ojos oscuros se encontraba a su lado, escondiendo las manos tras su espalda y mirando a Otón con recelo. Un piercing decoraba su boca y otro su nariz.

—Además, solo esas dos vieron el cadáver, ¿no es cierto? —inquirió la chica con absoluta apatía, dirigiendo la mirada hacia Rose. Otón la miró con reproche.

—Thais —dijo con seriedad. Esta se encogió de hombros.

—Yo vi el lugar cuando fui a buscarlas —añadió Derek, apoyado en la encimera de la cocina, con Alice sentada en uno de los taburetes a su lado—. Nadie pudo haber sobrevivido a esa pérdida de sangre... Lo siento —añadió, dirigiendo la mirada hacia Alice y rodeando sus hombros con el brazo tratando de apoyarla. Esta bajó la mirada y se pasó la mano por los ojos para borrar las lágrimas.

—¡Alec está vivo! —exclamó Max de repente, saltando en el medio del salón, indignado—. Volverá, lo sé —. Todos a su alrededor lo miraron con lástima, pues aquel pequeño niño era quien más se había encariñado con Alec—. ¿Por qué no me creéis? —preguntó y, al no recibir respuesta, trató de salir corriendo del lugar. Iris lo detuvo, negando con la cabeza y abrazándolo con fuerza, dejando que se desahogara.

—Quiero enterrar a mi hermano —dijo entonces Alice. Todos callaron—. No me importa que no haya cuerpo, necesito un lugar donde llorarlo.

—Sé que no todos estaréis de acuerdo —empezó a decir Otón, situado en el centro del salón, mirando a todos los presentes—. Pero, aunque ese chico fuera un idiota, nos ha salvado la vida y nos ha abierto los ojos... Se lo merece.

—Esta misma noche le daremos un digno entierro, entonces —afirmó Derek.

—Es todo culpa mía... —murmuró Melisa, quien se encontraba sentada en uno de los sofás, junto a Iris. Enterró la cara entre sus manos, sollozando—. Si tan solo se lo hubiera impedido... Si no le hubiera dejado marcharse...

—Nadie podría haberle detenido, Mel —. Todos alzaron la vista hacia la chica que acababa de cruzar la puerta, perplejos de verla ahí de pie. Estaba mucho más delgada y bajo sus ojos podían verse con claridad unas marcadas ojeras.

—Kate... —murmuró Melisa. Todos se mantuvieron en absoluto silencio, sin saber si continuar hablando del tema o callar.

—Kate, ¿vendrás al entierro de Alec? —. El pequeño Max decidió por ellos, acercándose a ella y cogiendo su mano. Todos en la sala lo miraron con sorpresa, mientras Kate se arrodillaba delante de él y ponía la mano sobre su cabeza, forzando una sonrisa.

—¿Quieres que vaya? —preguntó. Max asintió—. Entonces iré —dijo ella, levantándose y continuando su camino hasta la habitación de Alec, de la que se había apropiado tras su muerte. Todos los presentes la miraron fijamente al verla marchar, suspirando una vez desapareció del salón, como si la tensión en el ambiente les hubiera impedido respirar.

Cuando Kate entró en la habitación, cerró la puerta tras de sí, dejándose caer sobre ella con un largo suspiro. Tratar de aparentar que todo iba bien y que no estaba rota por dentro requería un esfuerzo demasiado grande. Escuchó cómo alguien llamaba a su puerta unos segundos más tarde.

Cielo Nocturno - Parte II: Alma de AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora