Cuando la luna brilla.

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Bueno aquí estamos de nueva cuenta, está historia está un poco mejor pensada que la otra, espero les guste.

Capítulo I. Cuando la luna brilla.

El rey de Valaquia estaba en un dilema, tenía que dar al ejército Otomano a quince mil de los hijos del pueblo para sus filas, y como muestra de subordinación a su propia hija, la pequeña solo tenía quince años, pero si no lo hacia, todo su reino caería a manos de los Otomanos.

Su hija, Jadelyn August West, la princesa. Había sido bella desde el momento en el que nació, sus facciones finas, su piel blanca y los ojos más hermosos de todo el reino. No quería hacerlo, pero no tenía otra opción.

Jadelyn amaba mucho a su padre, el siempre le dijo que la cuidaría de todo mal, el rey era un fiel creyente de la religión católica, a pesar que sus antepasados no lo fueron, el sí. En su décimo cumpleaños, su padre le regaló una cadena con un crucifijo de plata, el le dijo que Dios siempre la acompañaría, y ella creció creyendo en el, por lo que siempre tenía el crucifijo en el cuello.

Una noche, la luz de la luna se filtraba por la ventana de recámara, Jade estaba durmiendo plácidamente, sabía que su reino estaba teniendo problemas con el sultán de los Otomanos, pero su padre le dijo que no se preocupara, y ella como siempre le creyó, ella no esperaba ni en sus más horribles pesadillas lo que estaba a punto de sucederle, su padre entro a su habitación con pasos sigilosos, sin que ella se diera cuenta se acercó, cuando estuvo justo a su lado, con sus mantas la envolvió de pies a cabeza, ella por la sorpresa y la desesperación grito por la ayuda de su padre, pero este no se detuvo cuando la tuvo inmovilizada la cargo sobre su hombro y la saco del castillo, Jade trataba inútilmente liberarse, pero lo que más hizo fue gritar por la ayuda de su padre, su garganta le quemaba, pero este no contesto en ningún momento. El rey llegó a las afueras del castillo donde estaba esperando un carruaje del sultán Mulat II, sin mostrar ningún tipo de sentimiento entregó a su hija a los guardias que se encargarían de llevarla ante su señor, lo que no espero fue que la descubrieran para ver qué fuera la princesa Jade, a pesar de ser de noche Jade pudo ver a su padre perfectamente, estaba a punto de preguntarle que estaba sucediendo pero enseguida los guardias le encadenaron las manos y la subieron al carruaje, en un último intento, le imploro a su padre que la ayudara, pero el rey solo desvío la mirada.

Tardaron dos días en llegar al castillo del sultán, en todo el tiempo mientras salían de Valaquia, Jade pudo ver cómo el ejército de su padre arrancaba de los brazos de sus madres a niños, los pequeños gritaban, las madre rogaban misericordia, pero los hombres no parecían afectados, más de una vez vio como los hombres mataban a las mujeres que en su desesperación atacaban los soldados para tratar de salvar a sus hijos.

Cuando llegaron al castillo Jade fue bajada del carruaje con empujones, ella nunca había estado ahí, el miedo hacia que su corazón latiera desesperado, sus manos sudaban y ambas las tenía al pecho tomando con fuerza el crucifijo que le regalo su padre, rezaba en silencio por ayuda.

Un guardia la llevo a la recámara del sultán, la cual estaba obscura por la hora de la noche, solo un par de velas en las paredes hacían que pudiera ver qué casi toda estaba revestida de oro, un hombre más grande que ella salió de una habitación, estaba desnudo, revelando su horrorosa humanidad, era un hombre grande con barriga y lleno de vello, ella dió un par de pasos hacia atrás tratando de huir de el, pero este dió una carcajada burlándose de ella.

- ¡No sé me acerque!. - Grito. - ¡Mi padre lo matara si me hace algo!

El hombre río más fuerte aún. - Tu padre te entrego a mi, te aseguro no me hará nada.

Jade estaba en shock, a pesar de haberlo visto con sus propios ojos, no podía creerlo, en el fondo de su mente quería que fuera una mentira. Estaba tan distraída que no noto que este ya se había acercado a ella, con sus grandes manos le arrancó la ropa que traía, revelando su cuerpo, ella trato de cubrirse con sus manos, pero el hombre la tocaba en todo su cuerpo, Jade solo dió un golpe al rostro del hombre por la desesperación y el asco que le daba, pero al no tener suficiente espacio, solo hizo que el sultán se enojara y le golpeara el rostro tirándole en el suelo, cayó de cara contra el suelo, su nariz sangraba, llevo sus manos a el crucifijo otra vez, y rezo, pero sus plegarias fueron ignoradas.

Sintió como el hombre se puso detrás de ella, y sintió como le desgarraba las entrañas, le dolía, las lágrimas corrían por su rostro, sentía como era embestida una y otra vez, sentía los labios de ese monstruo en su cuello, y como su aliento golpeaba en su piel, y supo que Dios no la ayudaría. Lloro de impotencia, y sus manos hacían presión en el crucifijo, en el punto en que la plata atravesó su piel, y la sangre corría por el, llego el punto en el que la pieza cedió ante su fuerza y se rompió justo a la mitad, dejando un lado afilado.

"Pobre niña". Empezó a escuchar una voz de una mujer, era tranquila, profunda, como si estuviera muy lejos y al mismo tiempo justo a su lado. "¿Quieres mi ayuda?"

Jade no sabía cómo contestar, claro que quería su ayuda.

"Sabes que necesitas hacer, pero... Estas dispuesta a pagar el precio...."

Jade apretó el crucifijo en su mano derecha, la sangre no paraba de correr, pero de pronto sintió como si tuviera más fuerza, se dió la vuelta y enterró la punta de su crucifijo en el ojo derecho del sultán, el hombre grito, pero ella no podía sentir nada por verlo sangrando, más que odió.

Vio sus manos sangrantes y en su mano aún estaba su collar, a pasos lentos se acercó a él sultán, todo su miedo se había ido. Cuando estuvo a su lado, vio lo que le había metido, aún tenía su sangre, con su mano izquierda lo tomo y con la derecha tomo su "arma", y de un solo corte arrancó esa cosa, el hombre gritaba de agonía, y ella no pudo más que sonreír, la sangre en el suelo, los gritos...

Se arrodilló a un lado del sultán, una de sus manos estaba en su ojo y la otra estaba en su entrepierna, ella supo lo que debía hacer, acercó su boca al cuello por dónde caía un río de sangre y la lamió, su sabor era maravilloso, su respiración de pronto se sentía pesada, y no tuvo suficiente con solo probarla, y mordió la carne arrancando un poco, la sangre se derramaba por sus labios, y succionaba.

"Muy bien niña... Disfruta... Come... Muere y vive sin vivir.... Se una condesa muerta... No volverás a ver la luz pues ahora ya no perteneces a el día... O niña... Mi niña... Mi amor.... Solo espera por tu destino... "

Cacería.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora