Lidiar con la tragedia (2): encuentros y desencuentros.

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Podríamos describir la vida de Remus Lupin como unas ruinas, de esas que son tan bonitas que quieres perderte en ellas pero sabiendo que si tocas algo todo podría desmoronarse, y nadie tiene valor de tocar algo que puede derrumbarse contigo dentro, y la única persona que sería tan osada y que tocaría cada grieta de Remus hasta derrumbarse juntos estaba en la cárcel. Y Remus lo sabía.
Tardó dos años en aprender a vivir con su ausencia, creando mecanismos de defensa cuando el recuerdo de Sirius, Lily, James o Peter venía a su cabeza, regar era una buena opción, fumar algún cigarrillo, había cambiado la poesía del romanticismo por la ciencia ficción porque le gustaba leer a muggles hablando sobre cosas que parecían mágicas, especialmente a Ray Bradbury y su forma de encontrar lo especial en lo mundano llegando a veces a asustarle, y otras a desear que el futuro sea ya. También le gustaba estar al día de la política muggle porque después de todo era su mundo ahora, y porque estaba harto de cualquier tipo de guerra mágica. Retomó la guitarra, le gustaba tocar cuando se acercaba la Luna y se sentía melancólico porque así no tendría que expresar sus emociones de otra forma que no fuese con los dedos, aunque todas sus canciones se llamaban Sirius Black.
Pero aunque intentaba sacar a sus amigos, especialmente a Sirius, de su cabeza siempre aparecían de nuevo, y a veces simplemente se dejaba llevar en sus conversaciones con ellos.
Se imaginaba sus reacciones al descubrir el tiempo que llevaba sin salir de casa y dolían.
—Sabes bien que si estuviese aquí si que no querrías salir de casa, Lunático.
—Ya, pero no estás-.
—Pues sal a buscarme.— Maldita sea, hasta en su imaginación hablar con Sirius era jodidamente sexy.
—Querido novio asesino, ¿puedes dejar de coquetear conmigo en conversaciones totalmente ficticias mientras intento olvidar que me has jodido la vida?
—Vaya, así que seguimos juntos, esto solo me da esperanzas para cuando salga de aquí.
Era desesperante. ¿Cómo se supone que se olvida a alguien que ya no está? ¿Cómo se supone que se supera el hecho de que esa persona te salvó de ser un monstruo? ¡Maldita sea! ¿Cómo coño se supera el amor?
Las cosas parecieron mejorar sensiblemente cuando conoció a Philip y a Margaret la primera vez que salió después del incidente. Había pasado ni más ni menos que un año, trescientos sesenta y cinco días, ocho mil setecientas sesenta horas encerrado en las paredes de lo que él había llamado hogar, sinónimo de prisión. A veces pensaba que Azkaban era un juego de niños comparado con una casa donde todo dolía y olía a perro y a luna llena.
Se vistió, con unos pantalones gastados y un jersey que, a pesar de su gran estatura, parecía sobrarle por todos lados, cogió algo de dinero muggle y salió por la puerta. El pecho le iba a reventar y tenía miedo de que eso pasara literalmente y un montón de personas viese sus vísceras esparcidas a lo largo y ancho de la colina. Asqueroso. Respiraba con dificultad, tal vez si sus pulmones y su corazón dialogasen pacíficamente en lugar de pelear por quién va más rápido pudiese llegar a algún sitio con facilidad. Le temblaban las piernas y el Sol de otoño quemaba sus ojos, así que paró en la colina que tenía que bajar para llegar a la ciudad. "Vamos Remus, has peleado contra mortífagos, sobrevives cada mes a ser un hombre lobo, y estás intentado sobrevivir a la tristeza. Date un respiro." Cogió tanto aire que pensó que dejaría al planeta entero sin oxígeno, y al exhalar, un renovado valor nació en Remus. Continuó colina abajo llegando por fin a una pequeña taberna, pidió una cerveza y se sentó solo en una mesa. Una extraña pareja entró en el bar, Remus calculó que la chica tendría su edad más o menos y era muy alta, casi tanto como él y llevaba un vestido demasiado pomposo para un día normal, el hombre rozaba los cuarenta, aunque era difícil de distinguir los estragos de la edad entre la mugre y llevaba un estúpido sombrero de vaquero. Remus se sintió intrigado y atraído por ellos, diría que de forma mágica pero Remus ya no creía en la magia. La pareja sintió que un muchacho joven y cansado les miraba con curiosidad y decidieron sentarse con él.
—¿Podemos?— la chica sonrió y para la sorpresa de Remus, su sonrisa era mucho más bonita de lo que cabía esperar.
—Adelante, —Remus le devolvió la sonrisa— soy Remus Lupin, encantado.
—Mi nombre es Philip y esta es mi hermanita Margaret, un placer, Lupin.
Margaret se rió, al parecer Remus Lupin le parecía un nombre muy gracioso. Ese día Remus se sorprendió a sí mismo riendo y hablando, disfrutando de aquella pareja tan extraña que habían decidido hacerle compañía sin sentir lástima, compasión o condescendencia hacia él. Esa noche fue medicina para lobos heridos. Todo era cómodo, hablar de heridas no dolía, y con los años los tres habrían creado una unión que iba más allá de las cervezas esporádicas. Eran dos muggles pero si mirabas dentro de sus ojos podías entender que ellos conocían tan bien como Remus los terrores de la guerra. 
—¿Sabes Remus? Margaret y yo no somos hermanos realmente.
—Vaya Phil, creo que el hecho de que tú seas tremendamente pálido y Maggie sea negra sumado a los veinte años de diferencia entre vosotros me había dado sutiles pistas al respecto.
—No pareciste sorprendido cuando nos presentamos.
—Supongo que porque por alguna extraña razón veros juntos me recordó muchísimo a...
Remus no pudo continuar porque el nudo en su garganta no le dejaba hablar, nunca había hablado con nadie de lo que pasó y de cómo pasó. En los ojos de sus amigos había curiosidad.
—¿A quién?
—A Cornamenta y Canuto. Eran por así decirlo mi familia, pero entre ellos no necesitaban lazos de sangre para afirmar que eran hermanos.
Margaret sujetó las manos temblorosas de Remus, entendiéndolo todo.
—Lo lamento muchísimo Remus, ¿fue hace mucho?
—No sé muy bien cómo funciona el tiempo en estos casos, quiero decir, no sé si es poco a mucho, pero seis años.
En todo este tiempo no había hablado nada sobre ello, sentía que una grieta se abría en él y ni quería, ni podía cerrarla.
—No tienes que hablar de ello si no quieres.
—No, no... Me apetece. Canuto, Colagusano, Cornamenta y yo, Lunático. Canuto y Cornamenta eran posiblemente las personas más populares de mi colegio. Éramos inseparables, éramos una familia. Cornamenta se casó con mi mejor amiga, Lily, y tuvieron un niño precioso llamado Harry. Yo estaba prometido con Canuto y Colagusano, pues se limitaba a querernos incondicionalmente. Allá de donde vengo estábamos en guerra, y entre nosotros había un espía, mataron a Cornamenta y a Lily, mi prometido mató a Colagusano y ahí fue cuando descubrí que él era el espía, y ahora está en prisión. Cadena perpetúa. Ni si quiera hubo un juicio.—La voz de Remus empezó a romperse— Os juro que me desprecio infinitamente por seguir amando a ese cabronazo. Os juro que me odio por sorprenderme pensando que es inocente, pero de verdad que si le conocierais como yo también os resultaría insultante esta situación.
Fue Philip quien habló esta vez. Remus había sido muy cuidadoso todos estos años respecto a su pasado y su procedencia, obviamente no podía decirles que era un mago y mucho menos un licántropo, les daba igual que supieran que eran gay, despues de todo ya le habían visto borracho besarse con aquel tipo hace un par de años.
—Remus, por favor, no te culpes por amar. Yo una vez amé a alguien y no me arrepiento. Me hundió la vida. Me enfermó y sigo esperando a morir, pero mientras duró aquello jamás supe lo que era la tristeza. Cuando todo acabó sentí que jamás podría volver a sonreír, hasta que conocí a Maggie. Ella tampoco estaba pasando un buen momento, pero juntos salimos de esto y por eso puedo afirmar sin dudar que es mi hermana pequeña aunque la sangre se empeñe en negarlo. 
—Bueno Phil, tú me salvaste de mi familia y de los golpes. —Maggie sonrió a Phil y después se dirigió a Remus. —Bueno Remus, ahora nuestra manada ha crecido contigo, y estamos agradecidos por ello. Pero porfa, necesito saber algo, ¿por qué te llaman Lunático? Suena a que estás como una puta cabra.
—Digamos que tengo una relación un poco tóxica con la Luna, eran chorradas de adolescencia, pero me siento a gusto siendo Lunático, me recuerda a que una vez tuve un hogar. 
Maggie y Phil no eran James, Peter o Lily, pero le bastaba para ayudarle a respirar sin dolor. Pero tampoco podía estar tranquilo, Remus era de esas personas que tenían la tristeza en la sangre como una maldición que recibió junto a la Luna, como si la sombra de la desgracia siempre rondase a su alrededor, esperando a que esté desprevenido celebrando un respiro por parte de su mala suerte para volver a atacar. 
— Veo que ya has encontrado a alguien por quienes sustituirnos. Por quienes sustituirme.
—No seas absurdo Sirius, llevo más de once años intentando sustituirte y por más que lo intento sigo vacío de ti.
— Con Phil y Maggie ya no piensas en nosotros, ellos nos han sustituido.
Sirius sonaba realmente enfadado. Y eso enfadó a Remus.
— ¡Escúchame Black! si te hubieses quedado conmigo no estaríamos en esta situación. Si no hubieses traicionado a Lily y a James no hubiese pasado nada de esto. Si no hubieses matado al puto Peter ahora estaríamos casados y veríamos crecer juntos a Harry junto a sus padres. Si tan solo hubieses confiado en mí... Phil y Maggie no sois vosotros, pero al menos me hacen sentir que la vida no es el infierno en el que me abandonaste.
— Nunca me voy a perdonar por haberte roto la vida de esta forma, pero Remus, por favor, El Profeta. Mira El Profeta. Lo entenderás todo.
Remus despertó sudando. Con esa constante sensación de que sus sueños con Sirius eran más que reales. Diría que cosa de magia, pero eso no existe. Por pura curiosidad, por saber si su sueño había sido real o un sueño, cogió el ejemplar de El Profeta que había en su cocina. El Profeta era el único nexo de unión que había decidido mantener con el mundo mágico, porque después de todo, como siempre le decía Sirius, era una maldita rata de biblioteca adicto a saber todo lo posible. Leyó y releyó el ejemplar de El Profeta, buscando algo, cualquier cosa. Concluyó que había sido un sueño y que después de casi doce años autoengañándose realmente no había avanzado apenas nada y seguía totalmente enamorado de Sirius Black.
Se sentó en el sofá, puso el The Queen Is Dead de los Smiths, mientras cantaba aquello de "To die by your side is such a heavenly way to die" cogió su ejemplar de 'La joven parca', de Valéry, porque hoy se podía permitir volver a los brazos de la poesía una vez más y romperse en versos. Era el día que después de casi doce años iba a permitirse admitir que echaba de menos como si fuese su condena de muerte a Sirius Orion Black, su jodido chucho, y que como Phil le dijo en su día, no tenía por qué culparse por amar a alguien, y en sus planes no había culpa, solo echar de menos. Y mientras leía, su pecho estalló, cada palabra era un puñal que llevaba el nombre de Sirius, un torrente de dolor salía de sus entrañas cada vez que repetía su nombre, y aquel día lo repitió una y otra vez. Sirius.

¿Quién llora allá, si no el simple viento, en esta hora
sola con diamantes extremos?... ¿Pero quién llora,
tan próximo a mí en el momento de llorar?
Esta mano sobre mis trazos que ella sueña rozar,
distraídamente dócil, tiene algún fin profundo,
aguarda de mi debilidad una lágrima que derrite,
y que de mis destinos, lentamente dividida,
en el más puro silencio limpie un corazón roto.
La ondulación me murmura una sombra de reproche,
o, aquí abajo, oculta en sus gargantas de roca,
como decepcionada y bebida amargamente
un rumor de llanto y de constricción...
¿Qué haces, erizada, y esta mano glacial,
y qué gemido de una hoja borrada
persiste entre vosotras, islas de mi seno desnudo?...
Cintilo, aliada a ese cielo desconocido...
El inmenso racimo brilla para mi sed de desastres.

Homo Homini LupusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora