Cómo perros y gatos

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Los días que le apetecía (o más bien necesitaba, porque apetecerle, no le apetecería nunca) ser humano, Sirius Black decidía encontrar su refugio en la casa de los gritos.

No se sentía merecedor de aquel lugar, y siempre tenía que estar pendiente de la Luna por si acaso Lunático estaba "en esos días del mes". Pero a veces necesitaba caminar a dos patas, estirar las lumbares y erguir su espalda.

Entrar ahí era un violento bofetón cargado de nostalgia. Cuando entraba el perro solo podía olisquear todo, impregnar cada milímetro de él del olor de Remus para poder recordarlo cuando la soledad le mataba.

Joder, es que habíamos hecho de este cuchitril nuestro hogar.

Echó un vistazo con sus ojos humanos. Ya no quedaban muebles y la cama estaba totalmente destrozada. Dios Lunático, puedo imaginar lo solo que te sientes bajo la Luna llena.

Pensar que Remus sufría los días de Luna llena cuando hace años era su recreo es algo que tenía profundamente clavado, todo era su culpa. Prometió no abandonar al lobo y rompió su promesa, puede que por un acto noble, pero eso no importa cuando él sigue sintiéndose el villano de la película.

La palabra de un Black jamás podrá valer nada.

Olisqueó un poco las sábanas sucias, olían a sangre seca. Por un momento quiso hacer un encantamiento de limpieza, pero estaba seguro de que sería una metedura de pata más.

Siguió inspeccionando la casa, y ahí estaba. El viejo piano que había sido testigo de sus noches más salvajes y de todas sus confidencias. Se sentó en el taburete, parecía que el piano seguía funcionando.

Estar en Azkaban le había hecho olvidar muchas cosas y había tenido que reaprender cosas como escribir, leer o cocinar. Cuando se sentó a tocar el piano pensó que no se iba a acordar de nada, pero si algo no había podido quitarle Azkaban eran los recuerdos con Lunático, y aprender a tocar el piano era de sus recuerdos favoritos porque implicaba un Remus pegado a su cuerpo y lo más importante, los dedos de Remus rozando los suyos.

Aporreó unas cuantas teclas, no sonaba como quería o esperaba, pero estaba recordando donde estaba cada tecla que él quería tocar. No quería tocar ninguna canción en particular, quería sentir en su carne lo que vivió hacía años en ese mismo piano.

Remus se sentó al lado de Sirius, todavía no se acostumbraba al roce de su piel, pero quería que fuese su mejor costumbre.

Los dedos de Remus se suspendieron encima de los de Sirius, "mira, deja que te ayude", con toda la delicadeza que caracterizaba a Remus, colocó los dedos de Sirius. Sirius no podía dejar de mirar el lento movimiento de los dedos de Remus, ¿cómo podía ser así? Todo en él es lánguido, todo en él es lento y eso le ponía más nervioso de lo que podía admitir. No porque no le gustase o porque fuese desesperante, es que esa sensación de anticipación le comía por dentro. Sirius quería esos dedos, esas manos, por todo su cuerpo, y lo quería ya.

Se giró rápidamente cogiendo las manos de Remus por el camino, lo cual le obligó a girarse tan bien.

- ¿Qué estás hacien...
No pudo terminar la frase porque Sirius ya se había abalanzado sobre él, necesitaba besarlo con urgencia y se lo dejó bien claro. "Oh", fue lo único que pudo decir Remus mientras le devolvía un beso que gritaba las ganas que tenía de comerse a Canuto.

- Pff Lunático, tus manos... Voy a volverme loco.

Entrelazó sus manos con las de Remus, besando el dorso de su mano y siguiendo los besos a sus dedos, mirándole con la devoción con la que cualquier mortal miraría a un dios, succionando sus dedos porque necesitaba saber en ese preciso momento a qué sabían.

Remus gimió intentando contenerse, pero por Dios, ver a Canuto de rodillas en el suelo venerándolo, siguiendo con su causa como si rozase lo sagrado, era todo lo que necesitaba para que saliese el lobo.

Sirius suspiró pensando en esa primera vez que follaron ahí, ni si quiera echaba de menos el sexo con él, pero con él hasta lo más impuro, lo más impío, era casi una divinidad y Sirius lo único que quería era suplicarle clemencia y que le diese su perdón.

Sirius se consideraba ateo hasta que perdió a Cornamenta y solo le quedaba la fe en el perdón de Lunático.

Se tumbó en la cama rota como buenamente pudo, y aún así era mucho más cómodo que dormir en Azkaban. Cerró los ojos, por dormir unos minutitos no creía que fuese a pasar gran cosa, además él era de despertar rápido, pero por si acaso hizo algunos conjuros protectores al rededor de la cama.

Se despertó sobresaltado al notar cómo algo pesado se posaba en su estómago. Era imposible que hubiese entrado alguien sin que él se enterase. Confuso, abrió los ojos. Cuando pasó el susto inicial sonrió, era Crookshanks.

Ese gato realmente estaba siendo el salvavidas de Sirius y prácticamente su único amigo.

Estuvo acariciando un rato al gato por detrás de las orejas. "Al menos no pasaré solo la Nochebuena". Hizo aparecer comida para los dos, hoy cenaría con Crookshanks, los dos estaban de acuerdo con ello.

— Peludo amigo, eres el único que entiende la verdad. Si no fuese por ti, perdería la cabeza.

El gato maulló, dando a entender que entendía lo que estaba diciendo.

— Te envidio, porque puedes estar cerca de Remus, puedes olerlo, incluso seguro que te acariciaria la cabeza. Yo solo vivo en mis recuerdos con él. Estar aquí es lo más parecido a abrazarle que puedo permitirme.

Crookshanks pegó su cabeza a la del hombre que le tenía en brazos. Sirius se sentía comprendido por aquel animal.

Una lágrima silenciosa cayó por su sucia cara. Llevaba tantos años sin sentir eso... Comprensión. Se le había olvidado que existía más emociones que la culpabilidad, la tristeza y la nostalgia.

Se levantó del suelo y el gato le siguió. Decidió hacer un tour por la casa de los gritos.

Se sentó al piano para cantarle un villancico y el gato maullaba al ritmo de la música.

En la cama le explicó que ahí era donde Lunático se tumbaba a relajarse un poco antes de las transformaciones y donde hacían cosas de adultos cuando eran unos adolescentes. Hubiese jurado que Crookshanks se sonrojaba al oír esto último.

Las fiestas de los cuatro, donde bebían cerveza de mantequilla y whisky de fuego, jugaban a cosas como verdad y reto, y tenían las mejores ideas y las peores intenciones.

— No lo entiendes, es que ni si quiera les echo de menos, simplemente sin ellos no sé cómo vivir. Se me olvida comer, ducharme, a veces incluso respirar. Si no fuese porque quiero matar a esa puta rata, ya me habría dejado morir.

Se acurrucó en la cama sujetando una foto de los cuatro que tenía colgada Lunático en el cabecero de la cama. Fue después de una aplastante victoria contra Slytherin en la final de quidditch. Crookshanks se tumbó a sus pies, dándole calor y compañía mientras Sirius lloraba en silencio.

Por una noche podía compartir su soledad y no sentía vergüenza por ello, se sentía dignificado por dejarse sentir. Si las cosas salían bien, jamás podría recompensar al animal que había elegido pasar la Nochebuena junto a él.

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⏰ Última actualización: Mar 10 ⏰

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