Lidiar con la tragedia (1)

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El tiempo pasa de forma extraña cuando tus engranajes se estropean. Lo que pueden ser dos horas pueden sentirse como cien años, y cuando todo se empieza a mover de forma mecanizada y tu función es ser el espectador, puede parecer que dos días hayan pasado en tres horas. Había hecho cálculos para saber que llevaba dos semanas sin levantarse de la cama del cuarto de invitados, no podía dormir, pero daba igual, parecía que esa cama era el único lugar seguro que le quedaba en el mundo. Tampoco podía comer, pero a eso ya estaba acostumbrado. Hacía dos semanas que Lunático se había estropeado y no sabía cómo arreglarse.

No se reconoció cuando se miró al espejo, las ojeras ocupaban más de la mitad de su cara surcada por cicatrices, la tristeza de sus ojos no desaparecía ni aunque frotara con fuerza. Remus tuvo todo lo que nunca pensó que llegaría a tener siendo un hombre lobo y ahora tiene una casa demasiado grande, demasiado silenciosa y demasiado vacía, un agujero negro en el estómago absorbiendo su vida y la sensación de que nada de esto puede ser real, porque no podía. No debía. Se sentó en el sofá con una taza de té, y cogió su álbum de fotos. En el había fotos con sus padres, Lyall y Hope Lupin, sus dedos se deslizaban por las sonrientes caras de sus padres mientras ellos se movían para darse un suave beso en los labios. Seguía pasando páginas, las fotos con sus amigos no dejaban de repetirse, Sirius apoyándose en la cabeza de Peter, según él porque podía sentirse alto al lado de Colagusano, Lily y James abrazándose, Sirius y James haciendo el capullo, Lily y él sonrientes, Peter admirando a Potter. Su corazón se paró cuando encontró esas fotos que hizo Lily con su polaroid muggle durante el último curso. Sirius y él se estaban besando, Sirius mirándolo con infinita ternura, su mano sujetando suavemente la de Sirius, Sirius acariciando su cara. Recordaba perfectamente aquel día, tenía una cicatriz nueva a causa de una transformación un poco peliaguda, y sin embargo las manos de Sirius fueron el mayor consuelo que encontraron sus cicatrices. Agitó la cabeza y siguió pasando las páginas, una foto de Lily, James y el pequeño Harry, con apenas dos meses. Sirius y él sujetaban al bebé en otra foto con el niño ligeramente más grande, unos seis meses, calculó Remus. Y ahora se lamentaba, él lo había perdido todo, pero aquel niño había perdido más. Si es que eso es posible. "Claro que sí", se reprochaba a sí mismo.

Era Halloween de 1981. Fue Sirius quien le dio la noticia. Llegó llorando, al borde del colapso, había dejado a Hagrid la moto para que pudiese llevar al pequeño Harry con Dumbledore, Sirius se había aparecido en su casa, y él andaba leyendo a Wordsworth en el sofá. Sirius apenas podía articular palabras, "Están muertos Remus, muertos... no he podido hacer nada, no he podido evitar nada... Maldita sea Remus, soy horrible, podía haber evitado todo esto si hubiese confiado en ti, pero sin embargo...", Remus simplemente miró a Sirius, ese hombre vulnerable y derrotado que estaba a sus pies, la información iba filtrándose lentamente por el cerebro de Remus como un grifo mal cerrado. "MUERTOS". Los ojos de Remus se inundaron, pinchaba, sentía que sus costillas iban a abrirse para dejar escapar a su corazón que latía demasiado deprisa. Con toda la suavidad que pudo se sentó en el suelo y abrazó a Sirius, pensaba que si conseguían fundirse tal vez podría mitigar el dolor que cada vez era más insoportable, que si se mantenían unidos sus pulmones recordarían cómo se respira despacio y sin dolor. Quería aullar, desgarrar cada milímetro de su piel para saciar el dolor en el pecho, quería arrancarse las vísceras, quería despertar de esta pesadilla que se estaba alargando demasiado. Sirius ya no lloraba, simplemente miraba al frente, a veces a sus manos y otras veces a las de Remus, con aspecto pensativo. Remus colocó una manta para los dos y eso sacó a Sirius de sus pensamientos. Sirius cogió la mano de Remus, entrelazando sus dedos, Remus no quería pensar en ello mientras apoyaba su cabeza en el pecho de Sirius escuchando un corazón que luchaba por seguir latiendo, pero todo en aquella noche olía a despedida y a dolor y a las botellas de whisky de fuego que habían abierto porque necesitaban calor para paliar el frío de la pérdida hasta que Remus se quedó dormido en el suelo, arropado por una manta y con tres botellas vacías más.
Remus despertó más tarde que de costumbre en el sofá, le dolían los ojos de llorar y seguía sintiendo esa presión en el pecho. Sirius no estaba, supuso que fue él quien le tumbó en el sofá, que después habría ido a despejarse, que no pudo dormir y simplemente quería estar solo, sabía que cuando Sirius quisiera hablar recurriría a él cuando estuviese preparado. Sin embargo no fue Sirius quien se apareció, si no Albus Dumbledore, con una sonrisa amarga en sus labios y una infinita tristeza bajo sus pequeñas gafas.
— Verás Remus, hay algo que tienes que saber... realmente nunca pensé que llegaríamos a este punto.
— Profesor, ¿puede ir al grano, por favor? ¿Es Sirius verdad? ¿Qué le ha pasado?
Remus estaba empezando a perder un poco los nervios. Estaba temiendo lo peor, pero ni sus peores pensamientos iban a acercarse ni lo más mínimo a lo que estaba a punto de escuchar.
— Será mejor que te sientes.— Dumbledore le entregó el diario El Profeta. — sinceramente Remus, todo apunta a que ha sido él, doce víctimas muggles y sólo un dedo de Peter. Los testigos aseguran que antes de hacerlo prometió acabar con Peter a gritos.
Remus se rió, esto solo podía ser algún tipo de broma macabra de los Merodeadores, tal vez se les fue un poco de las manos involucrando a Dumbledore y al periódico en todo esto, pero no podía ser otra cosa. James y Lily seguían vivos y el tonto de su novio le estaba gastando una broma, y obviamente Peter haría lo que fuese si James se lo pidiera.
— No va a haber juicio para él, Remus. Cadena perpetua en Azkaban, en una celda de alta seguridad.
Remus volvió a la realidad de su cocina.
— ¡NO PUEDEN HACER ESO! ¡NO PUEDEN SIMPLEMENTE ENCERRARLE SIN PRUEBAS! ¿QUÉ COÑO VAN A SABER LOS MUGGLES LO QUÉ PASÓ AHÍ? ME CAGO EN MERLÍN, DUMBLEDORE, LAS COSAS NO FUNCIONAN ASÍ. Y TÚ NO ESTÁS HACIENDO NADA, SOLO ESTÁS AQUÍ FINGIENDO QUE TE IMPORTA MI PUTA VIDA CUANDO TODO LO QUE NO SEAS TU TE IMPORTA TRES COJONES.
Estaba perdiendo el control, notaba la ira y la rabia circulando por su sangre, golpeándolo por dentro, palpitando por sus venas. Casi se sentía como cuando sale el lobo. Podría haber golpeado a Dumbledore, podría incluso haber sacado la varita y acabar con todo, podría gritar, aullar y rugir, o simplemente despedazarse y disfrutar haciéndolo. Dumbledore le abrazó.
— He intentado hablar con Bagnold, con Crouch y con todo el Wizengamot, pero me temo que la suerte está echada, nadie atiende a juicios cuando todo parece tan obvio. Debes ser fuerte Remus, debes aguantar, todo se solucionará aunque los años pasen. Mantén la calma y la esperanza, y todo saldrá bien. Ahora debo irme, querido. Sabes que para lo que me necesites, tienes a una lechuza.
Remus se sentó mirando la portada de El Profeta, con una foto de Sirius desatado e iracundo gritando. No podía creer que esto fuese real. No quería creerlo, estaba seguro de que algún detalle se le estaba escapando. Tampoco sabía hasta qué punto era bueno creer con fe ciega que su novio el asesino era inocente y que todo era algún tipo de trampa enrevesada de los mortífagos para acabar con él. Pero Albus Dumbledore le había dicho que mantuviese la calma y la esperanza, y Remus iba a aferrarse a ello como si fuese lo único existente en su miserable vida.
Remus Lupin creía en pocas cosas, y casi todas esas cosas llevaban el nombre de Sirius Black. Tal vez debería cambiar su sistema de valores, tal vez todo en lo que llevaba creyendo todos estos años era una farsa, una mentira cruel de Sirius Black para meterse entre sus sábanas mientras planeaba una traición casi perfecta. "Maldita sea Sirius Black, debiste matarme a mi también. Dejarme con vida y sufrirte cada segundo es la peor tortura."
No podía llorar porque en ese momento se le olvidó como se hacía, tampoco supo hacer nada porque súbitamente desaprendió a vivir. Remus llevaba dos semanas sin levantarse de la cama del cuarto de invitados, pero ya no sabía dormir, solo miraba por la ventana y por la noche se fijaba en la Luna, aunque tampoco lo necesitaba porque nadie conocía tan bien a la Luna como él. Tampoco supo quién era cuando se miró al espejo. Veía esas fotos intentando recordar, como cuando ves una reposición de tu serie favorita pero sin prestar demasiada atención, en algunos momentos su corazón daba una sacudida pero tampoco podía recordar muy bien el por qué.
Cerró el álbum de fotos y fue a la cocina, cogió una botella de plástico amarillenta y la rellenó de agua. En la casa de Remus ya no quedaba humanidad, pero tenía un montón de plantas que regar. Y así pasó la semana siguiente, reaprendiendo poco a poco a comer en pocas cantidades y respirar con la presión del pecho, despacio, sin presionarse.
Era la primera luna llena desde que la tragedia arrasó su vida. Todavía no se había acostumbrado al silencio en casa pero era más fácil fingir que sí. Los días antes de la luna llena, Remus solía estar enfurruñado, pero sintió una regresión a su infancia, cuando todo lo que le provocaba la Luna era miedo y dolor. Esquivar pensamientos es algo muy difícil, casi imposible, pero Remus tendría que hacer un esfuerzo superior para conseguir no pensar que iba a ser la primera luna en cinco años que iba a estar acompañado únicamente por la soledad de la Luna. "Lunático" susurró para si con una sonrisa irónica. Remus estaba francamente asustado por cómo iba a ser esta vez, el estado anímico influía muchísimo en sus transformaciones, y en ese momento Remus ni si quiera sabía si le quedaba alguno. El dolor animal dio paso a los aullidos que perforaban el atroz silencio de la casa. Los huesos se resquebrajaban, crecían y cambiaban. Carne desgarrada. Colmillos y pelos. Bestialmente bello.
Se despertó dolorido, magullado y con un par de cicatrices nuevas. Se levantó y torpemente, por primera vez en un mes se encerró en su habitación. En una esquina había juguetes de perro que pertenecían a Canuto, libros perfectamente ordenados cogiendo polvo por el desuso de los últimos meses, había ropa en el suelo por el mismo motivo que la cama seguía deshecha. Remus bajó las persianas y corrió las cortinas porque el Sol era horrible y quemaba, se tumbó en la cama abrazando la almohada que aún olía a Sirius, por primera vez en un mes sintió algo que no fuese temor por la Luna. Sentía que ese olor era su hogar y le ardía el pecho por no poder abrazarlo. La culpa le golpeó como una bludger, estaba confuso, quién puede echar de menos a un psicópata. Sin esperarlo, la voz de Dumbledore resonó en su cabeza "todo se solucionará aunque los años pasen." No pudo evitar volver a pensar que algo se le estaba escapando. Durmió, por primera vez en un mes se dejó llevar por el cansancio, cerrando poco a poco los ojos, dejándose abrazar por esas sábanas con olor a Sirius. Tuvo un sueño que aunque sueño podía ser calificado como pesadilla. Soñó con la boda de Lily y James, con Peter bailando con Dorcas, con Sirius pidiéndole matrimonio públicamente, recordando el cómo celebraron esa noche que por fin se prometieron. Se despertó, notó que estaba empalmado y maldita sea, de todos los motivos por los que querría empalmarse Sirius Black era el último. Deslizó la mano por debajo de sus pantalones, aliviando su frustración con rabia. Maldita sea Canuto, desaparece. Remus fue al baño a limpiarse, miró al espejo y gritó, gritó hasta ahogarse, hasta quedarse sin voz, hasta que no quedase aire, despedazando sus vísceras a través de la voz, vaciando sus pulmones, pensando que con suerte se vaciaría él del todo. Sus nudillos se hundieron contra el espejo, clavándose miles de cristales, pero le daba igual, ya nada importaba, el dolor casi aliviaba. Habría sido fácil arreglar el desastre, reparo y volvería ese estúpido espejo, pero en ese momento, gritando y sangrando, Remus Lupin dio la espalda por tiempo indefinido al mundo mágico. No había nada que pudiesen ofrecerle, y él tampoco tenía mucho que ofrecer salvo ser un monstruo. El mundo mágico era tan cruel que le culpaba y le recordaba todo lo que había perdido, que no le dejaba olvidar que amaba a un asesino y que le despreciaba por ser un hombre lobo. Para Remus no podía volver a haber magia nunca más porque bajo su punto de vista, no había nada más mágico que Sirius Black. No podía dejar de lamentarse por echar tanto de menos a Sirius Orion Black, su descaro, sus juegos, su boca. "Bien Lunático, hombre lobo y maricón, estás perdido".
Remus suspiró, un suspiro que recogía todo el anhelo del mundo y que sonaba a nombre de perro. Se sentó en el sillón y empezó a leer a Coleridge.

«La tercera noche, cuando mi propio grito fuerte

me despertó del sueño diabólico,

dominado por sufrimientos extraños y salvajes,

lloré como si hubiera sido un niño;

y habiendo así vencido por las lágrimas

mi angustia, hacia un ánimo más templado,

tales castigos, dije, eran debidos

a las naturalezas más profundamente manchadas por el pecado:

pues siempre agita de nuevo

el infierno insondable dentro

el horror de sus acciones a la vista,

para conocerlas y aborrecerlas; sin embargo, ¡desearlas y

hacerlas!

Tales dolores con tales hombres bien se acuerdan,

pero, ¿por qué, por qué caen sobre mí?

Ser amado es todo lo que necesito,

y a quien amo, en verdad amo.»

Homo Homini LupusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora