Lo primero que Murron Mackay veía al despertar todas las mañanas era el cuadro colgado en su pared justo frente a su cama. Estaba posicionado ahí con una intención clara: recordarse todos los días que los momentos de sacrificio universitario terminaron, para haber comenzado con el camino del trabajo remunerado y a esas alturas, con veintiséis años cumplidos, igual ser estudiante tampoco era tan malo como ella lo pensó en su momento.
Hace mucho tiempo que vivía sola, ese no era un problema. Desde que había ingresado a la universidad de Edimburgo que su camino solitario se había trazado. Dejó la casa de sus padres con apenas dieciocho y cuando se encontró fuera de su casa, de su ciudad y después fuera de Irlanda, debió aprender a ser más independiente aún de lo que manifestaba cuando todavía era una niña.
Con sus padres lejos, había logrado hacerse de amigos en Escocia gracias a la universidad, pero por algún motivo no siguió manteniendo contacto con ellos. De Edimburgo salió como psicóloga con especialidad en Recursos Humanos y Desarrollo Organizacional, hace exactamente dos años, y ahora podía decir orgullosamente que era profesional, con contrato de trabajo, un lindo departamento (que aún no terminaba de pagar, eso sí) y una vida de éxito.
Trabajaba en una agencia de publicidad. Su jefe era un señor de ánimo ligero que tenía más de cuarenta años y llevaba el buque entero a punta de su propio esfuerzo. Tenía dos hijos, siendo el mayor el segundo al mando y la menor, una chica que estaba en plena práctica profesional y que estaba a punto de egresar de la universidad, y quien además se volvió su amiga. Cosa distinta era con él, un pelirrojo de metro ochenta, humor de perros y profunda mirada verde, pero que por algún motivo traía a todas vueltas locas detrás de él. Murron pensaba que no era más que su puesto en la empresa y su gruesa billetera lo que tanto las hacía babear, porque de seguro sin eso Allistor Kirkland estaría más solo que un dedo, aunque no parecía importarle demasiado.
Él tenía veintiocho años, estaba soltero y no manifestaba interés en buscar esposa. Murron escuchaba siempre esos comentarios que aunque eran ácidos sonaban más tristones de su amiga y la hermana menor de él, Alice, cuando se refería a su hermano. "Está tan concentrado en el trabajo que se olvida de todo lo demás", "¡Me aburre que sea tan amargado!" o lo máximo que dejaba entrever preocupación: "En el fondo tampoco quiero que se quede solo". Eran frases que escuchaba de ella estando en la oficina, o en el casino cuando almorzaban, cuando la acompañaba a hacerse un té o cuando le pedía que la acompañara a ir de compras. Murron guardaba silencio la mayoría de las veces porque poco o nada le interesaba la vida afectiva del hijo de su jefe, pero Alice era su amiga y aunque la mayoría del tiempo ésta se mostraba hostil con Allistor, de todas formas le tenía afecto por razones obvias.
Lo cierto era que Alice y Allistor sí eran hermanos, con cinco años de diferencia entre ambos, pero de madres distintas, y pese a eso, para Murron eran los dos demasiado parecidos como para tener a sólo al padre en común. Además de la diferencia del sexo y el color de cabello; el color de ojos, las cejas gruesas y las facciones (que eran más femeninas en Alice, claro) estaban evidentemente allí, manifiestas.
Ni siquiera en personalidad eran tan distintos. Ambos eran serios, fríos entre los dos, pero Allistor era el típico hermano mayor celoso con Alice y varias veces se le paró en seco a Francis, el fotógrafo de la agencia, que cortejaba descaradamente a su hermana y aunque ella no parecía precisamente complacida cuando el francés le sonreía en público o le dejaba ciertos regalos en su escritorio a vista y paciencia de todos, a Murron sí le causó curiosidad que su amiga tomara todos los objetos y con delicadeza infinita los guardara en su cartera y se los llevara a casa, mientras sonreía tontamente por el gesto. Alice, por otro lado, regañaba a Allistor cuando se ponía extremadamente sobreprotector con ella alegando que ya casi tenía veintitrés años y que ya no era una niña pequeña y aunque la furia de la chica se expresaba por todas partes, Allistor la ignoraba y volvía a encerrarse en su oficina.
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APH: El ritmo de tus ojos | EscociaxNyo!Irlanda
FanfictionLuego de dos años trabajando para los Kirkland, Murron Mackay experimenta una sensación extraña cuando todo a su alrededor se vuelca hacia Allistor, el hijo de su jefe, haciendo que incluso su sola presencia la divida en dos: por un lado, un aleteo...