Conforme el día de la invitación repentina a cenar se alejaba cada vez más, se acercaba a su vez otro evento importante para los Kirkland, el cumpleaños de la hija de su jefe y su amiga, Alice. Cumpliría veintitrés años y Murron llevaba varias semanas seguidas pensando en qué diablos regalarle a una chica que de seguro lo tenía todo, y si algo le hacía falta, su padre se lo concedía incluso antes de que abriera la boca. Alice no era particularmente materialista, tampoco codiciosa, Murron lo sabía y era una de las razones por las que ella le agradaba tanto. Pensó incluso en preguntarle a Allistor, pero lo cierto era que desde la invitación a cenar, siempre lo pensaba dos veces antes de tener que acercársele o hablarle, incluso aunque fuera por cuestiones meramente laborales o profesionales.
Allistor sin duda la había sorprendido. Hasta cierto punto, ella sabía que detrás de esa cara de odio y actitud aguerrida había un poco de caballerosidad, además era menester que le ofreciera una disculpa por su pésimo comportamiento como colega cuando su posición no era notoriamente más superior a la suya, puesto que si había una verdad irrefutable que se repetía tanto a sí misma como a los atrevidos que tantas veces pretendían darle órdenes por ser la trabajadora más nueva en la empresa bajo contrato indefinido era la siguiente: trabajo para el señor Frederick, no para su hijo ni para sus asistentes.
Tal vez no era una mala idea invitar a Alice a algún bar o discoteca a tomar algún trago, bailar hasta que amaneciera y así pasar un buen rato con ella, que ya lo extrañaba, por lo demás. Aunque también era opción comprar algo que viera por ahí y que probablemente le gustara. Una pieza de ropa, tal vez, o un libro, maquillaje, joyas, accesorios varios. Eran demasiadas opciones superfluas. Murron estaba segura de que Alice lo aceptaría de todas formas sólo por venir de parte de ella, pero tampoco era la idea aparecer con cualquier cosa.
Así que un día viernes después del trabajo fue a una tienda exclusiva de tés ubicada en el centro comercial y le compró una caja artesanal con bolsas de distintos sabores y colores de la infusión que tanto bebía. Alice era fanática del té y de seguro le gustaría. Pagó, recibió la caja, en su departamento la echó en una bolsita de papel bonita y la reservó para el sábado subsiguiente, por lo que en esa semana pudo desempeñarse de manera casi exclusiva en su trabajo hasta que llegara el fin de semana, y dejar de comerse los sesos con la actitud de Allistor quien, de nuevo, parecía ignorarla por completo.
Lo que Murron no sabía que es Allistor esperaba con cierta ansiedad el día sábado, donde la fiesta de cumpleaños de Alice sería, como decía Francis exagerándolo todo, la fiesta más glamorosa de todo Edimburgo. Fue él quien se encargó de la organización, como si quisiera sorprenderla directamente y sin encargo. Alice, fingiendo desinterés, le había soltado un "haz lo que quieras, rana" antes de darse media vuelta y ocultar de él su tonta sonrisa enamorada. Éste soltó una exclamación de triunfo y le pidió a su hermana, Marianne, y a sus amigos Gilbert y Antonio (que no tenían muchas luces sobre glamour, pero tampoco era tan terrible porque lo único que iban a hacer era seguir órdenes) que fueran su apoyo inmediato. Allistor no se molestó en dejar al franchute hacerlo todo y tampoco el señor Frederick, cuya única condición fue que su hija fuera festejada en su casa. Allistor había preferido desentenderse de todo, incluso de que Murron también iría, pero por algún motivo no se lo podía sacar de la cabeza.
El día viernes anterior, Murron estaba cerrando sus últimos detalles del trabajo y cuando por fin pudo cerrar su computador, se estiró en la silla de su escritorio y miró tras ella, el ventanal inmenso que exponía la primavera en Edimburgo. Tomó su abrigo y su cartera para salir, así que echó llave a su oficina una vez fuera. Estaba totalmente oscuro y ella, además de Allistor, eran los últimos en irse casi siempre, tal como en ese momento, por lo tanto no le era de extrañar que en la oficina del hijo de su jefe aún hubiera luz y silencio. Bajó al primer piso y tomó el primer taxi que pasó para dirigirse a su casa. Desde su asiento, miró hacia arriba, donde la oficina de Allistor aún se mostraba iluminada. Parece que no tenía para cuándo terminar con su trabajo aún.
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APH: El ritmo de tus ojos | EscociaxNyo!Irlanda
FanfictionLuego de dos años trabajando para los Kirkland, Murron Mackay experimenta una sensación extraña cuando todo a su alrededor se vuelca hacia Allistor, el hijo de su jefe, haciendo que incluso su sola presencia la divida en dos: por un lado, un aleteo...