Capitulo 19. Fantasmas del pasado

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Un sueño. No, una pesadilla. En eso se estaba convirtiendo mi vida poco a poco, de forma tan paulatina que nunca me di cuenta. Me había horrorizado y llorando tanto, que me sentía vacía por dentro tras el grito.

Sosteniéndome del marco de la puerta, permanecí viendo el rostro de un muchacho que ya había dejado de ser eso hacia un buen tiempo. En la palidez de sus rasgos que creía olvidados identifiqué un par de ojos que era imposible no reconocer.

Al igual que yo, él permaneció detenido contemplándome como si fuese algo de ensueño.

― Allegra ―susurró sin aliento. Negué si poder creer que lo oía hablándome a mí, y miré a un lado para ver a un chico que nos miraba con cautela.

Intenté hablar, realmente lo intenté pero no pude. ¿Cómo haces para encontrar palabras cuando te encuentras con alguien que crees muerto? Ahora estaba comprendiendo los sentimientos de Bautista ante Francesca.

Sin perder un minuto, aquel chico que se veía tan precioso y perfecto como lo recordaba se acercó a mí. Se detuvo ante mis ojos y elevé mis manos para recorrer sus rasgos esculpidos.

― ¿Esto es un sueño? ―pregunté, con un nudo en mi garganta.

― No ―me respondió Pietro, viéndose compungido.

Yo seguí recorriendo con mis dedos su cara hasta que mi mente comenzó a funcionar, y la tensión se acumuló en mi mano para golpearlo. Un golpe secó y breve que lo hizo voltear su cara con rudeza, pero no me importaba que le doliese. Su dolor no se comparaba con el mío. El dolor de saber que perdiste a una madre, a un hermano y a una familia. Su muerte había ocasionado el fin de la familia que conocía, y ahora lo veía frente a mí con más vida que antes.

Intenté golpearlo de nuevo, con las lágrimas acumuladas en mis ojos, pero él agarró con fuerza mis muñecas y con una rápida mirada echó al hombre allí presente, dejándome a solas con el fantasma de mi hermano.

― Se que no vas a entenderme... pero debía ser así ―murmuró él, con la tensión en los músculos de su mandíbula. Sus ojos azules claros como los míos se oscurecieron sombríamente.

Me erguí queriéndome mostrar fuerte. Yo lo era, y quería suponer que seguía siendo fuerte. Alguien con convicciones e ideales, que era difícil de derribar y que un "no" no la frenaba. Sin embargo, ya dudaba si aquella persona en realidad había sido yo.

― Lo siento mucho, de verdad ―susurró, sin soltar mis manos por temor a que siguiera arremetiendo contra él.

― Deja de disculparte y explícame de una puta vez que mierda sucede. Te creí muerto por cinco años, estoy muriendo poco a poco por el estado de Matteo, y ahora resulta que tú eres quien contrato a mis amigos para robar el Torreón Escarlata. ¿Quién eres Pietro? ¿Quién? ―grité sacada de quicio queriendo zafarme de sus manos. Cuando finalmente lo hice no lo golpee, sino que lo abracé porque sentía que mi corazón había sufrido demasiado.

Pese a que creí que no poder llorar más, seguí llorando hasta sentirme deshidratada y con la cabeza bombeando. Él me llevó hacia una silla, sin dejar de abrazarme, y cuando se separó me contempló con cariño, sonriendo tristemente.

― ¿Por qué has cambiando tu precioso color de pelo? ―preguntó. Yo me encogí de hombro, viéndome como una niña, secándome las lagrimas. Él meneó la cabeza sin poder aquella pequeña pero suficiente sonrisa con la que me dejaba sin saber qué hacer.

Pietro se veía igual que siempre, pero mayor. Su pelo castaño claro estaba corto y peinado a un lado, su nariz redondeada en la punta, los pómulos sobresalientes y aquella sonrisa que era todo lo que podías pedir junto a su mirada cristalina. Apreté mis manos con fuerza para no llorar de nuevo.

Él suspiró pesadamente, y arrimó otra silla para quedar frente a mí aferrándome a mis manos.

― Siento mucho el daño hecho, pero lo tuve que hacer para no terminar dañado yo mismo ―empezó a hablar lentamente, sin dejar de observarme―. Las presiones que estaban poniendo la familia sobre mi era completamente irracionales, y solo era un chico de veinte años ―agregó.

Sorbe mi nariz y asentí. Inmediatamente se me vino a la mente Matteo renegando de las costumbres familiares, volviendo un paria, y pensé en Gianfranco que estaban queriéndolo convertir en lo que Pietro fue, el perfecto integrante de una familia mafiosa, o algo que se asimilada mucho a una.

― Lo que no medí fueron las consecuencias de mis actos, pero quiero que sepas que pese a todo, siempre seguí los pasos de todos ―me dijo con seguridad, y quise creerle.

― ¿Y Matteo? ¿Qué sabes de él? ―pregunté.

― Supongo que lo mismo que tu. Él había dejado de asistir a la facultad para poder investigar una pintura, que resultó ser el Torreón Escarlata; eso lo supe luego de su secuestro ―me explicó. Sentí la desilusión poder intentar creer que el secuestro de mi hermano también había sido una ilusión, pero no era así.

― ¿Por qué estaba investigando la pintura esa? ¿Sabes porque lo secuestraron? ―inquirí confundida. Pietro respiró hondo y cerró los ojos un momento.

― Supongo que el secuestro puede deberse a algo relacionado con los Materazzi, y los turbios trabajos. En cuanto a la pintura, esa es otra historia ―respondió. Quedé con la mirada perdida mirando la nada misma. Mi pobre hermano menor, había corrido la mala suerte de terminar metido bajo el fuego de dos situaciones distintas.

― ¿Y la pintura? ¿Por qué la robaste?

Pietro negó con la cabeza.

― No la robe Allegra, la recuperé ―me dijo. Lo miré confundida y él asintió―. Esa pintura es legado de la familia Battista. ¿Sabes quién era Battista? ―preguntó, y negué rápidamente― Nuestra madre: Candelaria Rafaella Monti Battista ―respondió, y abrí mi boca en busca de aire para procesar todo lo que estaba oyendo. Oh demonios, esto no va a ser fácil de procesar.

Pietro asintió meditabundo sobre mi reacción y posó sus ojos sobre la pintura que estaba en un cuadro colgado sobre una pared. Esa pintura y yo poseíamos un lazo, e iba más allá de la atracción que sentía hacia ella. Era hermoso y tormentoso saber que esa obra maestra pertenecía a una parte de mi, pero al mismo tiempo había ocasionado tantos problemas.

Sacudí mi cabeza, inaudita, y miré a mi hermano. Lo noté cansado y sin ese espíritu tan chispeando con el que lo recordaba. Sonreí pese a todo, con un nudo en mi garganta.

― Todavía debes explicarme porque me trajeron aquí durmiéndome ―comenté. Él torció el gesto con desagrado.

― Eran personas que contraté, ellos habían visto fotos tuyas que me pertenecían y pensaron que trayéndote, yo les pagaría mas ―dijo. Levanté una ceja, preguntándome que había sido de la vida de mi hermano en estos cinco años.

― ¿Y qué hiciste? ―pregunté.

― Les pagué, era lo mínimo que podía hacer por tu bienestar ―sonrió con pena. Mi corazón latió un poco más entusiasmado que antes, y le di un fuerte abrazo.

Pietro era de carne y hueso, nada de un fantasma, se veía irreal y parte de una broma cósmica en la que pronto me dirían que era una ilusión. Pero aún así, sonreí. No me importaba, porque tras el dolor que ya había sentido ante mi resquebrajada familia, lo único que me quedaba eran mis hermanos y mi primo.

― Debemos encontrar a Matteo ―susurré mientras estábamos aún abrazados.

― Lo sé, pero no se por donde comenzar ―me dijo él. Cerré mis ojos y lo único que pensé fueron en tres personas que conocí de la forma más extraña del mundo, pero sin embargo, habían logrado regalarme un poco de su amistad habiéndome incluido en sus planes.

― Creo que yo sí ―susurré. 

Crónicas de una estafadora II |Finalizada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora