Crónicas de una estafadora II |Finalizada|

Capítulo 16. Cara a Cara

Roma, Italia. Fines de Septiembre 2014.

— ¿Te das una mínima idea de todo lo que he tenido que pasar? Tu hermano es secuestrado y tú te escapas vaya a saber dónde, durante estos meses sin siquiera avisarle a alguien. Nunca, pero nunca creí que serías capaz de algo así Candelaria —gritó mi padre; su voz resonó en la habitación y yo ni me inmuté. No era la primera vez que gritaba, y suponía que tampoco sería la primera vez.

Llevaba oyéndolo gritar desde que pisé la mansión Materazzi, y se sintió como si estuviese descendiendo al infierno con cada segundo que transcurría. ¿En qué mierda pensé cuando hablamos se nos ocurrió esto? «Probablemente en alguien con ojos verdes y voz que te hace suspirar» se quejó mi voz interior.

Pero no era precisamente el mejor momento para tener que oírla.

Refrené el deseo de suspirar dramáticamente, y solo me hundí en el sillón del estudio de mi padre. Él estaba frente a mí y solo eso bastaba para hacerme sentir pequeña. Y es que era inevitable cuando tu padre tiene el tamaño de un ropero, expresiones serias con voz profunda y temeraria.

Quise defenderme pero ¿Qué podía decir? "No padre, lo que sucede es que me escapé con un par de estafadores para buscar pistas sobre la desaparición de Matteo y terminé robando una pieza que realmente me pertenece". ¿Ustedes se imaginan lo que me diría?

— Me decepcionas —sí, algo como eso hubiese dicho. Y como de todas formas lo dijo, daba igual decirle la verdad o no.

Me crucé de brazos ante el incómodo silencio. Él no dejaba de mirarme y yo no estaba del todo lista para tener una puja mental con él. El silencio comenzó a llenar la habitación y resultó más molesto que las palabras. ¿No podía seguir gritándome?

Cedí un instante y lo vi derrotado. Me dio lastima la tristeza de su mirada de ojos pardos, pero incluso cuando se veía así, él no era afectivo conmigo. ¿Tanto le costaba ser cariñoso? Su actitud me daba rabia y mis ojos ardían, pero no cedería, no frente a él. Controlé mis emociones para deshacer el nudo en mi garganta y respiré hondo.

El sonido de la puerta quebró el silencio, y cuando mi madrastra ingresó, mi cuerpo se llenó de tensión. Una tensión que erizaba mi piel por el rechazo. Tras los gritos de mi padre, lo último que necesitaba era que ella me dijera algo. Sus pasos resonaron mientras se acercaba, y me dedicó una severa mirada antes de posar sus ojos en mi padre.

— Felipe, han llegado —dijo ella, posando su mano en la espalda de mi padre. Ese pequeño contacto me generó recelo, y no era incapaz de ocultarlo.

Mi padre la miró con desorientación en un principio hasta que asintió dudoso, y abandonó el estudio, dejándome a solas con ella.

¡Maldición!

Regina ocupó la silla frente a mí. Sus ojos negros me penetraban, hiriendo mi control. Su belleza era fría y serena, como la de una escultura, y esa mueca permanente en su expresión siempre me resultaba indescifrable. No alejé mi mirada de ella para demostrar mi fortaleza. No le tenía miedo y si quería hacerme respetar, debía domar a mis propios demonios. Y ella era algo similar a uno.

— ¿Cómo te encuentras? —me preguntó, sonando interesada en mi estado. Mi expresión se tornó irónica, aunque dudaba si realmente ella podía tener interés genuino en mí.

— Bien —respondí a regañadientes, simplemente para no parecer inmadura.

— Tu padre ha estado muy preocupado por ti, aunque no lo creas —dijo, y quise creerle, realmente quería pero me resultaba imposible dada la historia familiar. Reí sarcásticamente y ella se mostró más seria— ¿Alguna vez dejarás de verme como una malvada madrastra? —inquirió con sagacidad, apoyando su rostro sobre su mano. Me encogí de hombros con aire infantil, y ella sonrió con tranquilidad; algo que no esperé que hiciera—. No soy tan mala como te crees, y para tu sorpresa, yo también me preocupe por ti —agregó viéndose sincera y dejándome sin palabras.