IV

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No podía soportar la idea de dejarte sin saber antes tu nombre. Ideaba mil excusas y tácticas para cambiar de asiento con las chicas de adelante. Pero era demasiado tímido para eso. Me aterraba siquiera pensarlo. Además, temía dar un mal movimiento que lo arruinara todo. ¿Y si te avergonzaba frente a tus amigos, y si acaso me congelaba? Entonces, percatándome apenas de lo tonto que era, empecé a mandarte señales de auxilio a través de la mente, confiado en que algo cercano a la sensación que se tiene cuando alguien te está mirando fijamente por detrás pasara contigo, pero seguías sin apartar la vista de tus amigos. Desesperado, decidí clavarte mi mirada hasta que te rindieras en tu afán de ignorarme. Pero esto tampoco resultó... Daba la impresión de que no me mirabas a propósito. Eso me dolió. ¿Qué había cambiado? ¿Qué hice mal? ¿Te habías enojado conmigo por haber desviado la mirada cuando tú me miraste? ¿Te habías decepcionado de mí? ¿Te parecí muy intrusivo? Tales suposiciones me intranquilizaron mucho desde entonces.

Repentinamente, todas aquellas cosas mundanas que mi mente había pausado a mi alrededor en el primer momento que te vi volvieron a la normalidad. Desde el molesto bamboleo del autobús, pasando por el tufo a sudor de los pasajeros hasta la horrible música que se escuchaba de fondo, todas las sensaciones volvieron progresivamente a mis sentidos de la forma más intensa y abrupta. Pero fue la consciencia del tiempo, al ver que el cielo se teñía de un rosa pálido, lo que hizo que pusiera los pies sobre la tierra. Llevábamos aproximadamente una hora de recorrido.

Fue siempre el tiempo nuestro mayor enemigo, y aunque este siempre perseveró para hacerme ver lo poco que aprovechaba de él, de alguna forma me había encargado de ignorarlo, encerrándome en una especie de burbuja en la cual me autosugestionaba con fantasiosas ideas de aventuras románticas que nunca llegaría a realizar, con egoístas resoluciones que no involucraban tus verdaderos deseos sino los que yo quería que tú tuvieras, de imaginarme experimentando exageradas efusiones de amor donde no había otra cosa más que un violento (sino lascivo) deseo que me cegaba de todas las demás cosas terrenales que me rodeaban y que debí considerar mejor... O quizá siempre fui yo mismo mi propio enemigo. Al estar inmerso en aquel estado letárgico e indolente donde solo alimentaba mis nuevas fantasías y donde nada me importaba, no vi aquel mensaje que tal vez quisiste comunicarme. Quizá habría sido un tímido pedido para que te permitiera venir a sentarte a mi lado. Te había imaginado como alguien resuelto, arrojado, todo lo que yo hubiera querido ser, en lugar de haber considerado tus defectos, los mismos que yo tenía, que tal vez debieran ser la inseguridad y la timidez paralizante hacia quienes nos atraían. Había esperado que las cosas se dieran porque así lo quería, o porque convencionalmente eso es lo que se espera. Nunca debí haber sacado ese libro. Nunca debí haberme preocupado de si estaban o no juzgándome cuando claramente a nadie le importaba. Estoy pagándolo, y, ¡oh!, cuánto me duele. 

Por favor, no permitas que baje del autobús sin darme antes alguna señal de que, al menos, has podido sentir un poco de todo lo que he sentido yo por ti desde que te vi. Hazme saber que sí existo para ti, que existo de la misma forma que tú existes para mí. Voltea a verme una última vez, te lo suplico. Tal vez nuestros caminos estén destinados a no volver a encontrarse nunca, y si solo hoy ha sido un desvío que ambos accidentalmente tomamos y que nos permitió estar en el mismo punto de encuentro, prefiero entonces apartarme de mi vía, tomar un atajo hacia tu senda, cogerte de la mano y luego perdernos juntos en lo desconocido. 

Todos tenemos una gran historia por la cual hemos sido creados. Lo que siento por ti representa una gran parte de mi existencia; es algo que ha estado siempre allí, pero que ha aguardado su gran momento para presentarse. Todos mis anteriores deseos, mis miedos, preocupaciones, malestares y demás convalecencias emocionales y espirituales me han preparado para esto, pues no son más que el preludio de mi gran historia, aquella que es vista y apreciada por los dioses desde sus tronos, la que no es otra que la hacedora de mi propia existencia y no yo de ella. 

No permitas que nos separemos.

Te deseo, pero no puedo avanzar hacia ti. Tú sí puedes... Pero ¿me deseas también?

Ya casi llegamos, y tú sigues sin mirarme.

Aquel autobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora