VI

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Y justo cuando el autobús se detuvo en mi parada y la puerta se abrió, voltee a verte. Pero no eras tú. La envidia que antes había abrigado hacia aquel hombre de overol que al inicio del recorrido estaba sentado junto a ti desapareció, y en su lugar se asentó la confusión y la decepción absolutas al verlo sentado junto a mí. Si bien antes había estado reacio a creer que tal suerte de tenerte a mi lado no podía concedérseme, lo cierto es que no lo había creído realmente. Aun cuando creí haberme convencido de que debía dejarte ir y que nada podía hacer para evitarlo, siempre abrigué una vaga esperanza. Tanto me habías conmovido que difícil era atenerme al dolor y la pérdida. Y saber que no eras tú quien estaba sentado a mi lado, que todo lo que había sentido por ti tú nunca llegaste a percibirlo en lo más mínimo, me rompió el corazón.

Mi acompañante se giró a verme y se sorprendió un poco cuando estudió mi rostro. Tal vez pensó que me echaría a llorar. Me preguntó si estaba bien, y yo, echándome indiferentemente hacia adelante y tomando mi mochila para irme, le dirigí una mirada sombría y contesté afirmativamente con la cabeza. Pero la peor tortura que tuve que padecer fue cuando advertí que ni tú ni tus amigos estaban ya en el autobús, y que en su lugar estaban las señoras ancianas. Habías bajado en la parada anterior, en el momento en que las ancianas subían y el hombre del overol les cedía el asiento, justo cuando yo había apoyado mi cabeza contra el cristal... Te había perdido para siempre.

Mis piernas temblaron un poco en el momento en que hice esfuerzo de levantarme, y tuve que asirme con fuerza del pasamanos para no caer. El hombre del overol hizo a un lado sus piernas para dejarme paso, y justo cuando ya estaba en el primer escalón, me llamó.

—Por poco lo olvido —me dijo—; aquellos amigos tuyos me pidieron que te dijera que te esperaban en la Sucursal Grosvenor, y que no había problema si decidías no ir. Pero uno de ellos, el que iba sentado junto a mí, me insistió antes de bajar que te dijera que te estaría esperando en la parada de hace rato, y que solo debías esperar a que el autobús terminara su ronda por esta área y retornara al sitio. Le expliqué, claro, que tal locura no podía pasar. A ver, ¿por qué no te lo dijo a ti personalmente? Y él me contestó que era un juego entre ustedes, y que tendrías tú que decidir qué camino tomar y no sé qué. Me sonrió y se fue. ¿Es acaso una broma o es que lo dice en serio?

«¡Ojalá —pensé yo— pudiera saberlo!» ¿Qué significaba esta vuelta del destino? Aquello ya se estaba tornando demasiado irreal, y volví entonces a dudar de que todo estuviera pasando realmente. En realidad, no lo creí: las cosas de este género no pasan nunca en la vida real... O al menos no en la mía. Aquel hombre debía estar loco; probablemente se dio cuenta de que te observaba fijamente y adivinó por mi lenguaje corporal que estaba muy interesado en ti. A veces, cuando se está en presencia de un amante que profesa gran afecto hacia su amado, los que están a su alrededor casi siempre advierten su fascinación. Tal vez intentaba tomarme el pelo, tal vez pretendía que me quedase en el autobús luego de que todos los pasajeros bajaran para secuestrarme, o tal vez solo buscaba burlarse de mí por el simple hecho de que me atraías de una forma que él y los demás no veían correcta. ¡Y es que ya no podía creer nada! Ya no tenía esperanzas, no quería continuar más con aquel drama inútil, y lo único que quería hacer en aquel momento era ir a casa, olvidarme de todo y seguir con mi vida. Además, nada de lo que había ocurrido hasta entonces era ajeno a la cruda realidad de mi existencia. Me sentí, simplemente, atraído hacia ti, y tú no correspondiste a mis insistentes miradas. Y cuando lo hiciste, yo te di otro mensaje que seguro te confundió o enojó. O tal vez solo quisiste burlarte de mí, al igual que tu acompañante. Nunca te volviste hacia el frente porque muy interesado estabas en lo que decían tus amigos, y no era porque quisieras mirarme. Bajaste del autobús, y ahí acabó todo... Me olvidaste, y yo debía hacer lo mismo. De hecho, ya ni siquiera estaba seguro de que me seguías gustando, considerando todo lo que había tenido que sufrir por ti y por mí. Y, con un poco de culpa, abrigué ese sentimiento de odio hacia ti como si, luego de una larga temporada de estar tumbado en cama con una horrible enfermedad, me diesen aquella medicina mágica que sería la responsable de curar todos mis padecimientos.

Sé que muy difícil es creer todo cuanto te estoy contando. Lo que sentí por ti en el primer momento que te vi sí fue real. Pero ¿fue acaso tu atracción inicial hacia mí real también? ¿O nunca hubo tal cosa? Si, como dijo aquel hombre, tan interesado estabas en que me reuniera contigo en la parada, ¿por qué me hiciste sufrir de aquel modo con tu aparente indiferencia? Puede que recurras a la timidez, a la desconfianza y a otras excusas para dispensarte ante mí. Pero no es necesario. Yo soy el principal culpable de todo. Si bien sabía que me atraías mucho, ¿por qué nunca hice nada para corresponderte como quería? Podría apelar igualmente a las mismas excusas que tú y eso nos salvaría a ambos de quedar mal el uno con el otro; pero siendo reales mis sentimientos, no puedes imaginarte el gran dolor que padecí cuando rehuiste de mí, te fuiste y nada me dijiste. No permites que te olvide, y no te bastó solo con sonreírme (ojalá nunca lo hubieras hecho), sino que también me entregas una clase de promesa que creo no puedes ni te interesa cumplir. Me pides que vaya hacia ti si eso es lo que de verdad quiero... Volver a recorrer el mismo viaje en busca de lo que fácilmente pudimos obtener si los dos nos hubiéramos abierto el uno con el otro.

Lamento si nunca me presenté. Bajé del autobús y me fui, con el corazón oprimido y la cabeza hecha un lío, a mi casa, y lo primero que hice fue escribir esto para ti, sea quien seas, y decirte que, si era cierto aquella petición que aquel extraño me comunicó por tu parte, considera que no fui a tu encuentro porque muy seguro estaba de no querer volverte a ver después de la gran decepción que me llevé al saber que te habías ido. Ten por seguro que te hubiera elegido si así lo hubiera creído. De hecho, si hubieras sido tú quien se sentara a mi lado y no aquel hombre del overol, te juro que no habría bajado.

Aquel autobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora