III

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Habías dirigido un par de veces la mirada hacia mi asiento. O eso me lo pareció. La primera vez fue aparentemente accidental, mas creí notar que me miraste poco después de reojo. No pude evitar sonreír en mi interior. La segunda vez sí fue intencional, y en tal ocasión te me quedaste mirando por un breve momento, momento que me pareció una eternidad. Y luego, tomándome por sorpresa, cuando apenas volteé a verte por unos segundos, giraste lentamente la cabeza hacia mí, con determinación, y me sonreíste. La sagrada imagen quedó grabada al instante en mi mente, como una fotografía. Una sonrisa franca, hermosa, tal vez un tanto pícara, y, por supuesto, luminosa. Me quedé congelado al instante.

Aparté rápidamente la mirada hacia otra parte, sin saber qué posición adoptar, hacia dónde mirar, qué hacer con mis manos temblorosas. Estaba como aturdido por un golpe; aquello pareció haber durado años, y me asusté al imaginar que alguien pudiese haber visto mi reacción, la cual seguramente fue una cosa interesante de ver. No podía creerlo... ¿En serio lo habías hecho, o fue una alucinación? A juzgar por el rubor que empezaba a subírseme por las mejillas, el nerviosismo de mis extremidades, los acelerados latidos de mi corazón y la erección de mis vellos en el momento en que sentí que volvía a estremecerme, comprendí que no había sido una alucinación. Me sentía sofocado, oprimido; quería más que nunca que la tierra me tragase. Mi cabeza era un desastre; no podía organizar mis ideas con claridad... Ninguna otra persona había logrado hacerme sentir así en toda mi vida, y no sabía qué debía hacer en tal caso. ¿Fingir que no lo había visto, que me era indiferente, que no estaba interesado? Y aunque aquella idea parecía ser la más indicada, me desagradaba. ¿Para qué fingir que no quiero que me veas, que me toques, si el simple hecho de imaginarme ocultándotelo para que no me rechaces o te avergüence me supondría un tormento? ¿Y cómo podría, además, ocultártelo, cuando una simple sonrisa tuya ha logrado que me halle en este estado tan azorado? ¿Qué pasaría si me tocaras, si me hablaras, si me miraras siquiera con afecto? ¿Será por esto que no podríamos estar juntos sin tener en consideración el hecho de que estos encuentros incómodos formarán parte de ello? Tal vez, porque mis fuerzas se debilitan cuando te veo. Y me gusta ser débil para ti... No me importa si tu respuesta es no, pero hazme sentir así de indefenso otra vez.

Aquella dulce y serena mirada tuya posada sobre alguien que habría dado lo que fuera para estar siquiera unos minutos a tu lado fue lo que hizo que, a partir de ese momento, me removiera intranquilo en mi asiento, imaginando que, tal vez, yo también te gustaba. No solo me habías regalado una pequeña y aparentemente insignificante muestra de tu interés hacia mi persona, sino además una bella esperanza. Tenía la vista baja y, por tal razón, me permití sonreír, encantado. ¿Debía responder? ¿Eso era lo que querías? ¿Cómo debía hacerlo? Pero me resultó imposible volver a mirarte... Me habías complacido e intimidado al mismo tiempo.

Luego de eso, traté de parecer relajado, formal y hasta indiferente ante tu presencia, fingiendo que nada había pasado, pues temía que otros que acaso estuvieran mirándome notaran algo raro. Y también porque no quería que pensaras que me tomaba muy en serio esta clase de "coqueteos". Inconscientemente trataba de gustarte sin saber exactamente lo que te gustaba o lo que te hubiera gustado ver en mí, puesto que creía que ya habíamos cruzado el umbral del anonimato y ahora tocaba hacer como que jugábamos a no conocernos y a alargar el deseo y la atracción entre ambos un poco más.

Lo siguiente que hice fue sacar un libro de mi mochila y fingir que me abstraía en la lectura. Debía aparentar que me concentraba en algo o la ansiedad me volvería loco. Pero fue inútil; pasados cinco minutos en los que me resultó imposible no mirarte de reojo siempre que te escuchaba hablar, guardé el libro y decidí cerrar los ojos, dejando escapar al tiempo un leve suspiro. Entre el suave traqueteo del autobús, el alborozo de los chicos de atrás y las apacibles melodías de tu voz, no tardé en sumirme en un relajante mar de ensoñaciones. Ya ni siquiera me importaba quiénes bajaban o subían al autobús, qué canción ponía el conductor, cuánto faltaba para llegar a mi casa. Mientras tú permanecieses en el autobús, todo estaba bien y nada importaba.

Estaba más que feliz. Quería gozar cada segundo que durara este viaje hasta que llegara el inevitable momento del cual no quería ni pensar. Me esforcé por imaginarme sentado a tu lado, rozándote el cuerpo. Te veía convertido en uno de mis mejores amigos, y te presentaba, orgulloso, a aquellos que lo habían sido desde hacía tiempo. Nos entendíamos en todo, los demás nos envidiaban. Me estremecía con un tipo de placer malévolo al imaginarnos ocultando a todos nuestra ferviente adoración el uno por el otro, saliendo a las calles como supuestos mejores amigos, confundiendo a nuestros allegados, sabiendo que todos saben pero aun así fingiendo que nada sabemos. Te acompañaba a todos los lugares que querías, y tú hacías lo mismo conmigo. Nadie más a excepción de mí entendía mejor tus sentimientos. Te preocupabas de todo cuanto me molestaba, y yo, sin siquiera reprimirlo, iba hacia ti cuando sentía que estabas solo, y me deshacía en vehementes muestras de afecto al saber que yo era tuyo y que me amabas. No quería estar con otros, sino contigo; ni en ningún otro sitio, sino aquel en el que tú estuvieras. Me gustaba todo cuanto a ti te gustaba. Pero ¿qué podría llegar a gustarte de mí? ¿Sería yo suficiente para ti? ¿Te merecía? Temía que fueran mis inseguridades las que hicieran que, eventualmente, nos separáramos. Ciertamente serías mejor que yo en muchas cosas y yo no podría estar a tu nivel. No quería que te decepcionaras al conocerme como soy en realidad. Probablemente me encontrarías soso, tímido como ningún otro, y un tanto melancólico... Pero podría contarte cosas que en otros tiempos me han hecho muy feliz. Podríamos ser felices juntos. Lo veo y lo creo; solo necesito que lo veas tú también.

Aquel autobúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora